Ex presidentes
Revolotear entre cleptócratas le ha cambiado el rictus a Zapatero. Le ha endurecido el gesto.
En estos tiempos inciertos, Felipe González y Mariano Rajoy han aparecido como sacerdotes del oráculo. No en Delfos, sino en La Toja. Verlos mano a mano, apelando a la sensatez para poner fin al bloqueo político, ha llevado a unos cuantos a añorar el bipartidismo y las canas.
González volvió a comparar a los ex presidentes con grandes jarrones chinos en apartamentos pequeños: son valiosos, pero estorban. Cabría matizar que la metáfora se aplica mejor a unos que a otros.
Adolfo Suárez puso a España en el siglo XX e hizo un mutis legendario. A González y Aznar les tocó apuntalar la democracia y la modernización del país. Yo sí los veo con la tapa esmaltada de la dinastía Ming en la cabeza. Sus declaraciones y admoniciones provocan entusiasmo o sarpullidos, pero siempre interesan.
Lo que le tocó a Rajoy fue sacar a España del hoyo, que no es moco de pavo. Pero sus virtudes como tecnócrata cachazudo se estrellaron en la crisis catalana, que exigía nervio político. Y además, nos dejó a Pedro Sánchez de regalo. No digo yo que no acabe como porcelana fina, pero a mí todavía se me aparece metamorfoseado en bolso. De Loewe.
Tampoco asocio a Rodríguez Zapatero a un jarrón chino. Si acaso, a uno de esos gatos dorados que mueven el bracito. Eso sí, estorbar, estorba. Y, sobre todo, enreda. En lugar de retirarse a supervisar nubes o a orbitar por la alianza de civilizaciones, eligió peregrinar por el lado bolivariano de la historia. Medió en Venezuela y acabó de emisario de Maduro, intrigó para que España revirtiera las sanciones a altos funcionarios del régimen y fue repudiado por la oposición. Ignoramos quién sufraga estas actividades. Ni qué sabía de los sobornos millonarios pagados por el chavismo a Raúl Morodo, su embajador en Caracas. Tampoco contó gran cosa de los viajes a Cuba y a Guinea con los ex ministros Moratinos y Bono (íntimo de Morodo, por cierto). Ha rendido pleitesía a Evo Morales y ha auspiciado el reciente viaje a España de Alberto Fernández, ese señor con sonrisa de vendedor de autos de segunda mano que Cristina Kirchner ha colocado como candidato a la presidencia de Argentina. La doña quiere volver al poder para garantizarse la impunidad en varios procesos por corrupción.
Revolotear entre cleptócratas le ha cambiado el rictus a Zapatero. Le ha endurecido el gesto, contraído la mandíbula y disparado aún más las circuncejas. De Bambi ha pasado a Nosferatu. Siempre le quedará la rendida admiración de Pablo Iglesias, a quien asesora en persona y por mensaje.