Un mapa publicado recientemente por ‘The New York Times’ sobre las distintas metamorfosis que han sufrido las fronteras de Palestina, desde la era del mandato británico, ha vuelto a desatar la polémica en torno al viejo conflicto entre árabes y judíos por ese pequeño territorio del Levante mediterráneo. El debate no se centra en la pretensión de los árabes de Cisjordania y Gaza de establecer su propio Estado, un derecho reconocido por la ONU y sobre todo por los Acuerdos de Oslo de 1993. La cuestión que atrapa a algunos intelectuales y activistas –en particular en los partidos de la izquierda occidental– es la reivindicación de Palestina como inveterada nación árabe con fronteras históricas. Una realidad, afirma la tesis, reducida a la mínima expresión tras la creación del Estado de Israel en 1947 y el nacimiento de la épica en torno a la ‘nakba’, la ‘limpieza étnica’ llevada supuestamente a cabo por los judíos contra la población originaria palestina.
Según el consenso de la mayoría de los historiadores, el territorio que hoy comprenden Israel, Cisjordania y la Franja de Gaza debe su histórico nombre de Palestina al pueblo de los filisteos, que ocuparon la zona costera unos 1.200 años antes de Cristo. De aquella época datan también las primeros registros históricos de federaciones de tribus hebreas que habitaban el mismo territorio, ocupado originalmente por los cananeos. En el siglo V antes de Cristo, el griego Herodoto se refiere a Palestina como la tierra entre Fenicia y Egipto en la que conviven distintos pueblos y religiones.
Mucho antes de la llegada del islam, en el siglo VII después de Cristo, el territorio hoy en disputa fue conquistado por multitud de imperios. En puridad, el único reino autóctono fue el creado por el hebreo David, tras su victoria contra los filisteos en el año 1.000 antes de Cristo, y la creación del Reino de Israel y Judá con capital en Jerusalén. La monarquía duró poco y pronto el territorio fue botín de egipcios, asirios, persas, griegos y finalmente los romanos. En un primer momento, Roma denominó a su provincia en el Levante Judea, pero tras la segunda revuelta de los judíos y la destrucción de Jerusalén pasó a utilizar el nombre histórico de Palestina para desligarla de los hebreos. Convertido el imperio romano al cristianismo, Palestina pasó a ser conocida también como Tierra Santa.
La tercera ciudad del islam
Los ejércitos musulmanes no entraron en la región hasta el año 638 después de Cristo con la conquista de Jerusalén. La ciudad, que la tradición musulmana vincula estrechamente a Mahoma, pasó a ser la tercera ciudad santa del islam, después de La Meca y Medina. El territorio que hoy se conoce como Palestina fue, sin embargo, siempre vasallo de los califatos extranjeros de Damasco o Bagdad, y desde 1517 hasta la Primera Guerra Mundial, del imperio otomano. Constantinopla otorgó, no obstante, cierta autonomía a Palestina, colocando su gobierno para asuntos locales en manos de árabes islamizados y nunca de árabes cristianos.
Tras la derrota de los turcos en la Primera Guerra Mundial, los británicos usaron doble baraja. Por un lado prometieron a sus aliados árabes de La Meca el botín de Palestina, y por otro acordaron con los sionistas la creación de un ‘hogar nacional’ judío en su territorio histórico. Los choques por la tierra entre árabes y judíos –entonces una exigua minoría– estallaron ya en el período de entreguerras, pero se dispararon tras la Segunda Guerra. En noviembre de 1947, la ONU aprobó el plan de división de Palestina en dos Estados, uno hebreo y otro árabe. Meses más tarde los ejércitos de los países vecinos –comandados por Transjordania, la actual Jordania, y Egipto– declararon la guerra a Israel, el primer ente estatal creado en la región junto al nonato Estado palestino.