Cultura y Artes

Expectativas

Pablo Iglesias saluda a Pedro Sánchez durante la moción de censura contra Mariano Rajoy.

Primero fue Podemos. En la segunda mitad de 2015, la palabra favorita de todos los medios y analistas políticos era sorpasso. Iglesias había llegado para sustituir al viejo socialismo. Al final votamos dos veces seguidas para comprobar que no.

Después le llegó el turno a Ciudadanos. El conflicto catalán le ofreció la ventana de oportunidad que, en teoría, necesitaba para convertirse en el primer partido de centro que dominase la política española. Hasta que resultó que el PSOE estaba más vivo de lo que parecía. La primera moción de censura exitosa en la historia de la democracia dejó a Sánchez en La Moncloa, y también encabezando las encuestas. Ahora es el PP quien cotiza al alza gracias a la inyección de ideología y juventud recibida con el liderazgo de Casado, mientras los socialistas se atascan en el día a día del gobernar.

Claro, los partidos tienen incentivos para sobrevenderse cuando les va bien, más en un entorno tan competitivo sin horizonte electoral claro. Igualmente, medios y analistas estamos embarcados (reconozcámoslo) en un ciclo de noticias tan acelerado que se traduce en una campaña electoral permanente. Lo curioso es la disociación que se da en la mente de los votantes. Individualmente, las preferencias de la mayoría están cada vez más firmemente ancladas. Pero no asumimos que si las nuestras lo están, las del vecino, también. Nos zambullimos en una montaña rusa de expectativas que solo nos deja en el mismo punto en el que estábamos.

A día de hoy, lo único que sabemos con certeza es que España se ha convertido en una democracia multipartidista cuyo rasgo esencial es que ya no se podrá gobernar sin pactos entre posiciones distintas en el eje izquierda-derecha. Pero mantenemos vivo el espejismo de que eso podría cambiar radicalmente de hoy para mañana. Lo cual nos proporciona una dosis de adrenalina mientras pensamos que los nuestros pueden ser la nueva hegemonía. Pero después del subidón de las expectativas llega el bajón de la realidad. Ahora que el último partido va a pasar por la montaña rusa, tal vez se rompa esta ilusión, al mismo tiempo colectiva y encerrada en burbujas de sesgos propios.

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