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Extravíos de la política

La política extraviada y las ideas de Andrés Stambouli | El Estímulo

ANDRÉS STAMBOULI

 

Estructurar un orden político plural, legítimo, efectivo, estable como marco de convivencia, tolerancia y diálogo en medio de acelerados cambios y movilización social, fue el problema persistente de Venezuela hasta bien entrados los años sesenta del siglo pasado. Por ahí comienza en 2002 Andrés Stambouli, admirado colega y querido amigo, su libro La Política Extraviada. Una historia de Medina a Chávez. Este analista sereno, demasiado sereno a veces para algunos, fundador con Urbaneja, Njaim, Leu entre otros, guiados por García Pelayo, de la escuela de estudios políticos de la UCV, nos dejó varios textos y libros importantes, pero éste, publicado hace exactamente veintitrés años, lo considero su clásico.

La terca persistencia del “problema” venezolano ha rebrotado en este siglo XXI en el que después del optimismo general sobre el triunfo de las libertades a raíz del colapso del socialismo realmente existente, sólo 6.6% de los habitantes del planeta vive en democracia, si nos atenemos al Índice Global de Democracia de la Unidad de Inteligencia de The Economist, casa editora muy poco proclive a hablar tonterías. Entre autocracias de facto o de iure y “democracias iliberales”, el mapamundi democrático se reduce y oscurece.

Como es sabido, “mal de muchos, consuelo de tontos”. Me resisto a resignarme al cómo se hace, el mundo es así. Hubo un momento histórico en el que la “imperfecta democracia” venezolana, como la llamaba con característico modo Gonzalo Barrios, uno de sus líderes principales, era refugio de desterrados, receptor de inmigrantes pobres en busca de oportunidad y faro democrático en una región poblada de dictaduras, militaristas la mayoría de las de derecha y comunista la que, con maña y abuso de la fuerza, sobrevive en Cuba. Ojo, no propongo volver al pasado, pero sí creo que podemos y debemos aprender de la historia.

Es lo que plantea Stambouli, a partir del caso de las conversaciones entre Medina y el PDV de un lado y AD del otro. Oficialismo y oposición se atrevieron a reunirse y convenir un modo gradual de resolver la cuestión de la sucesión presidencial y abrir la puerta a una reforma constitucional que permitiera ampliar sustancialmente la participación democrática. Prepararon el ambiente con declaraciones públicas. La recién legalizada AD no lanzaría candidatura propia y de surgir una candidatura viable, “no le regatearían su apoyo”. Tenían un diputado al Congreso. El PDV consideraba que por grande que fuera su poder, “imponer una solución sectaria” sería “grave desacato al interés nacional”. Así, acordaron la candidatura de Diógenes Escalante, civil tachirense embajador en Washington que había sido ministro de López Contreras. Esa fue la política, cumpliendo su tarea de buscar soluciones y evitar conflictos mayores.

Escalante regresó al país pero al poco tiempo, dio evidencias de haber perdido la salud mental y su nombre hubo de ser retirado. Entonces, lo lógico era volver a reunirse y encontrar una salida para hacer lo convenido, pero no fue así. Se extravió la política, Medina y el PDV cuya mentalidad era reformadora, decidieron por su cuenta elegir un candidato. Un hombre honorable que partía con plomo en el ala, constitucionalmente tenían cómo elegirlo, aunque deberían superar el escollo de una eventual postulación de López Contreras con fuerza en el Congreso, un serio problema político que se añadía a otro peor, se rompía el acuerdo alcanzado con la oposición donde Ángel Biaggini no tenía relaciones. AD, por su lado, en vez de insistir en la sensata línea acordada, volvió a conversar con los jóvenes militares descontentos. En octubre Medina fue derrocado y se formó una Junta Revolucionaria de Gobierno de militares y civiles presidida por Betancourt.

La revolución trajo grandes cambios que ampliaron la democracia, también se cometieron errores de sectarismo agresivo y populismo exacerbado. El gobierno constitucional encabezado por Gallegos, fruto de las reformas en la constitución de 1947 fue derrocado por los mismos protagonistas militares de octubre de 1945 y en noviembre de 1948 se iniciaron diez años de dictadura militarista.

Gobierno y oposición que habían hecho política dialogando y entendiéndose, no obstante sus distancias, se metieron en la selva antipolítica. Unos, creyendo que eran propietarios del poder y que podían resolver todo por su cuenta. Otros, buscando el atajo del golpe para hacer los cambios que creían necesarios. La dictadura sería una pedagogía cruel, pero permitió la maduración del liderazgo que, en 1958, regresó en otro talante y fue capaz de generar estabilidad y democracia duraderas. Los extravíos de la política los paga, sobre todo, el pueblo.

Y en la Venezuela de hoy ¿Cree usted que la política está cumpliendo su papel o está extraviada?

 

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