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Facebook, los autoritarismos y el pulgar hacia abajo

El gigante está herido y hay muchos motivos para regodearse con su desgracia. La red social Facebook se halla otra vez envuelta en un escándalo que hace cuestionar sus métodos de trabajo, el uso que hace de la información personal de sus usuarios y hasta el inmenso poderío que ha alcanzado por encima de gobiernos, legislaciones locales y normas éticas. Nada nuevo en sus más de tres lustros de existencia.

Sin embargo, entre sus críticos no solo hay gente preocupada por la adicción que genera la herramienta o las trampas de su algoritmo, sino que también se inscriben varios regímenes autoritarios que no soportan la plaza cívica en que se ha convertido la criatura de Mark Zuckerberg. Se frotan las manos viendo cómo le llueven los insultos al conglomerado estadounidense que recientemente ha sido acusado de priorizar sus ganancias antes que la seguridad en la red.

Sin duda, el escrutinio público resulta positivo ante la voracidad de este mastodonte tecnológico que puede influir en el rumbo electoral, hundir reputaciones y sepultar temas trascendentales en beneficios de banalidades. Pero no son esas las razones por las que las dictaduras abominan de Facebook. No son las impugnaciones sobre las fallas de seguridad o las dependencias que genera la red del «me gusta» las que están detrás de la embestida de los opresores contra la compañía.

Cuando la Plaza de la Revolución de La Habana se alegra de la paliza mediática contra Facebook, no está pensando en protegernos sino en amordazarnos

Cuando en Cuba se iniciaron las protestas el pasado 11 de julio, fueron las cuentas de Facebook y su capacidad de transmitir en vivo las manifestaciones los elementos fundamentales para que una población amordazada por más de medio siglo encontrara su voz. La confluencia que se había creado en el ciberespacio, en un país donde el derecho de asociación está gravemente limitado, rompió la barrera de la desconfianza y del miedo que había paralizado hasta ese momento a los ciudadanos.

A pesar de los cortes del acceso a internet que sobrevinieron los días posteriores, las redes sociales y los servicios de mensajería instantánea han seguido siendo el escenario fundamental de la rebeldía. La plataforma Archipiélago, principal organizadora de la marcha cívica convocada para el próximo 15 de noviembre, se ha valido del potencial del grupo digital para unir a más de 30.000 miembros. Para ellos Facebook ha sido la única posibilidad de encontrarse y debatir.

En el mismo país donde los manuales escolares incluyen enormes dosis de adoctrinamiento político y la telepantalla orwelliana resulta una inocente caricatura de la policía política, los medios oficiales se regocijan con los cuestionamientos que se hacen a Zuckerberg en los congresos y en los medios de prensa de países democráticos. Aplauden que se le ponga límites a la herramienta, pero no porque quieran cuidar la intimidad de sus usuarios ni protegerlos de los excesos de la publicidad. Lo hacen porque les conviene que la red caiga para cerrar la brecha que se les ha abierto en sus estrictos controles internos.

Cuando la Plaza de la Revolución de La Habana se alegra de la paliza mediática contra Facebook, no está pensando en protegernos sino en amordazarnos.

 

Este artículo fue publicado originalmente en DW Español.

 

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