Fascismo millennial: a propósito de Cataluña y Chile
Esta infantilización del violento es el resultado de décadas de infantilización de la política. Tratar a los votantes como niños ha degenerado en instituciones colonizadas por políticos infantilizados
La situación catalana y la chilena comparten un mismo y preocupante denominador común: la infantilización del violento y la legitimación del uso de la violencia como instrumento para reemplazar la voluntad democrática. Todo ello, claro está, bajo el pretexto de la lucha contra el fascismo.
Jóvenes nacidos en entornos acomodados, hijos de la clase media burguesa, juegan a quemar el mobiliario urbano y las propiedades ajenas, a vulnerar los derechos y libertades de sus conciudadanos, mientras se hacen un selfie para su Instagram. La lucha contra el fascismo es dura, no se hace sola, y nuestro sistema capitalista opresor obliga a la mayoría de ellos a compatibilizarla con los estudios.
Niñatos acomodados, enamorados de su pseudointelectualidad empalagosa, que se dicen de izquierdas y que se niegan a ver que el único fascismo que existe es el suyo, quizá porque se lo han sazonado con ecologismo y con perspectiva de género.
No olvidemos que el sistema es una basura infecta para todo, menos para cuando tiene que garantizarles su derecho a intentar demolerlo desde dentro
Los padres de estos valientes antisistema que ya rondan la treintena asisten emocionados a sus obras: los niños tienen sus motivos, ya que tras haberles pagado el máster y el doctorado nadie les ofrece un trabajo con el que puedan permitirse el alquiler del piso en el centro y disfrutar de un Erasmus perpetuo. El Estado, que debía suplirles a ellos, los padres, en su papel de Santa Claus, les ha fallado: nada se les puede reprochar por pagar su frustración calcinando cosas, cortando carreteras y generando pérdidas millonarias. Sólo exigen sus “derechos”.
Las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, lejos de impedirles desarrollar su loable cometido, deben garantizarles que nadie les violente en el ejercicio de su derecho a la pataleta destructiva y subversiva. No olvidemos que el sistema es una basura infecta para todo, menos para cuando tiene que garantizarles su derecho a intentar demolerlo desde dentro.
Instituciones ‘fascistas’
Esta infantilización del violento es el resultado de décadas de infantilización de la política. Tratar a los votantes como niños ha degenerado años después en instituciones colonizadas por políticos infantilizados, desconocedores de la realidad cuya gestión se les ha encomendado, que se frustran cuando comprenden que ésta no se construye ni destruye a base de decretos. Si las instituciones son una cortapisa a sus deseos, habrá entonces que prescindir de ellas por fascistas, recurriendo a la violencia y pisoteando los resultados de unas elecciones democráticas si es necesario.
Porque para el adulto infantilizado, ya sea político o votante, su razón está por encima de la razón democrática, así que bien vale la pena violentar unos cuantos derechos y libertades con tal de imponerla. No olvidemos jamás que no dejarles salirse con la suya es fascismo.