Cine y TeatroCultura y ArtesSemblanzas

Federico Fellini


El 15 de enero de 1920, nacía en la ciudad de Rimini (Italia), muy cerca del mar Adriático, Federico Fellini. Figura fundamental de la cinematografía, dejó una obra de registro muy personal basada en una peculiar forma de entender el mundo como un gran circo de ilusiones.

Para conmemorar su centenario, en Rimini se realizó la exhibición Fellini 100. Genio inmortal. La muestra, bajo la curaduría de Marco Bertozzi y Anna Villari. La exposición estuvo dedicada a mostrar parte del imaginario felliniano plasmado, fundamentalmente, en fotografías, videos y dibujos –incluyendo material inédito–, permitiendo al espectador aproximarse, en el transcurso del recorrido por las salones, a la vida del cineasta. Desde la Italia de los años 1920-1930, pasando por la de la postguerra y terminando en la de los años 80, el visitante era acompañado por su filmografía, junto con imágenes de los inolvidables rostros de sus personajes, los cuales han enriquecido el imaginario cinematográfico de manera entrañable.

La muestra, ya cerrada, ha sido el aperitivo de lo que mostrará el museo Fellini que tiene previsto inaugurarse entre diciembre de este año y enero de 2021 en el mismo edificio donde se realizó la exposición: el Castillo Sismondo, una edificación comenzada a construir en 1437 y en cuya realización participó además Filippo Brunelleschi, padre de la arquitectura renacentista y creador del célebre domo de la Catedral de Florencia.

Fellini viviría en Rimini hasta los diecinueve años. Luego se traslada a Roma con la intención de convertirse en periodista. Su ciudad natal, a la cual el cineasta hará referencia en su filmografía, se convertirá en una constante evocación manifestada en distintas películas, pero sin duda con particular énfasis en Amarcord (Yo me recuerdo, en el dialecto de su región), sutil forma de expresar nostalgia por el pasado con cierto toque de profundidad e ironía.

En sus primeros años en Rimini se producirá la fascinación de Fellini por el mundo del circo, al cual llega tras huir de casa con apenas ocho años de edad; allí lo encuentra su padre completamente maravillado ante lo que ocurría debajo de la carpa. El mundo del cómic y, en particular, las ilustraciones del norteamericano Winsor McCay desde la revista Little Nemo, estimularán su fantasía al igual que luego lo hará el cine, tanto como espectador y como ilustrador: Fellini dibujaba los carteles promocionales de las películas exhibidas en el cine Fulgor de su ciudad (aún existe; tiene una sala inmortalizada con su nombre).

El cine de Chaplin sería también otra fuente de inspiración, condicionado con el cómic, como dirá en una entrevista de mediados de los años sesenta: «una particular fascinación por la aventura, lo fantástico, lo grotesco y lo cómico», que influirá en su obra cinematográfica, tanto desde el punto de vista de sus historias, como en el de su desarrollo visual.

En Roma, el joven Federico inicia una carrera como periodista y dibujante en Marc´Aurelio, revista satírica publicada entre 1931 y 1958. Tras escribir diálogos para humoristas y textos para representaciones en radio, conocerá a Giulietta Masina (joven actriz que en octubre de 1943 se convertirá en su esposa) y al dramaturgo Tullio Pinelli, con quien comenzará a desarrollar textos para cine. Pinelli le enseñó el oficio de la escritura.

Luego de colaborar con Roberto Rosellini en la escritura de guiones para Roma ciudad abierta (1945) y Paisá (1946), donde además fue asistente del cineasta, llega el momento de debutar como director: realiza, junto con Alberto Lattuada, Luces de variedad (1950), película donde comienza a manifestarse su obsesión por el mundo del espectáculo y su decadencia. A este largometraje seguirá El jeque blanco (1952), inicio de su colaboración con el músico Nino Rota, con quien trabajaría en gran parte de sus filmes; Rota compuso legendarias bandas sonoras que complementan y destacan la obra fílmica del director.

Los inútiles (1953) se convertiría en su primer éxito comercial, lo cual le permite llegar a La strada (1954), verdadero despegue de su talento, entrañable obra protagonizada por su esposa Giulietta Masina como Gelsomina, Anthony Quinn como Zampanó y Richard Basehart como el loco. La historia representa la Italia de la postguerra vista a través de un hombre que, con su carreta, va recorriendo caminos y pueblos, ofreciendo espectáculos de entretenimiento, acompañado por Gelsomina (a la que compró por unas pocas liras), quien con su bondadosa ingenuidad termina contrastando con la fuerza bruta y el egoísmo de Zampanó, y simpatizando con la dulzura, irreverencia y ganas de agradar del loco.

Hay en ese trabajo tres rasgos de la personalidad del cineasta: la inocencia de su niñez, lo iracundo de su carácter y la sensibilidad del realizador. La strada obtuvo el premio Óscar como «Mejor producción no hablada en inglés». El cine de Fellini siempre presenta elementos autobiográficos mezclados con un carácter onírico –por momentos casi fantásticos–, que le otorgan a su obra una singularidad única e irrepetible.

Las noches de CabiriaLa dolce vita (película con la que «alcanzó las estrellas», en palabras de Martin Scorsese) y Ocho y medio (su filme más célebre), le permiten dar un paso más alto, algunos años después, con Amarcord: piezas que marcarán el recorrido de su producción cinematográfica. Desde la compasión a la redención o entre la alegría y la tristeza, el cine de Federico Fellini se desarrolla a lo largo de cuarenta años, hasta llegar a La voz de la luna en 1990, su última película, en la que refleja la tristeza y la alegría de la condición humana, exploradas desde la memoria.

El Fellini que de niño imaginaba historias mirando el techo de su cuarto, identificando cada uno de las cuatro salas de cines de la Rimini de su adolescencia con los cuatro lados de su habitación, habría de encontrar en el séptimo arte el medio expresivo más apropiado para canalizar sus angustias y su portentoso talento. Un verdadero grande del cine que merece ser siempre recordado.

 

 

 

Botón volver arriba