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Federico García Lorca y los mitos griegos

Dibujo de Federico García Lorca.

 

Contrariamente a lo que alguien pudiera pensar, a Federico García Lorca le fastidiaba enormemente que lo encasillaran como un poeta gitano. En una carta fechada en enero de 1927, dirigida a Jorge Guillén a propósito de una contribución a la revista Verso y prosa, el autor del Romancero Gitano escribe: “…mandaros algo no puedo. Más adelante. Y desde luego no serán romances gitanos. Me va molestando un poco mi mito de gitanería (él mismo subraya la palabra). Confunden mi vida y mi carácter”. Y dos líneas más delante: “Además, el gitanismo me da un tono de incultura, de falta de educación y de poeta salvaje (de nuevo es él quien subraya) que tú sabes bien no soy. No quiero que me encasillen”. Igualmente en carta al poeta José Bergamín por las mismas fechas: “A ver si este año nos reunimos y dejas de considerarme como un gitano; mito que no sabes lo mucho que me perjudica y lo falso que es en su esencia, aunque no lo parezca en su forma”.

Que García Lorca poseía una cultura que excedía lo aprendido en las bohemias noches de gitanería granadina es algo que damos por sentado, de lo que no hará falta ocuparnos. Ya lo han hecho, además, estudiosos como, nada menos, Luis García Montero (Un lector llamado Federico García Lorca, 2016) o incluso su propio hermano, Francisco García Lorca (Federico y su mundo, 1980). Éste habla de una edición de la Teogonía de Hesíodo hermosamente ilustrada (traducción de Luis Segalá con ilustraciones de J. Flaxman, Barcelona, 1910), que Federico atesoraba en su juventud y que por cierto todavía se conserva. Rosa María Aguilar (“El mito griego en Federico García Lorca”, 1998) nos ofrece una lista de autores griegos a los que Federico frecuentaba, y que no difiere mucho de la que podríamos esperar de un lector culto, más si un autor de teatro: además de Hesíodo, Homero, Platón, Esquilo, Sófocles, Aristófanes, Plotino… y entre los romanos, tampoco debe extrañarnos, Ovidio entre sus favoritos, especialmente las Metamorfosis y el Ars amandi. Una lectura atenta nos mostrará que la lista es seguramente más larga.

Pero tampoco es lo que aquí interesa. Ni menos hacer un rastreo exhaustivo de las alusiones al mundo griego en la poesía lorquiana. Lo que nos importa más bien es la comprensión que el granadino pudo hacer de estos autores, cómo esas lecturas se vuelcan en su poesía. Ello desde sus versos más tempranos, como se ve en Mañana (1918):

Por algo madre Venus

en su seno engendróse,

que amor de amor tomamos

cuando bebemos agua.

Es el amor que corre

todo manso y divino,

es la vida del mundo

la historia de su alma.

Recordamos el mito de Venus –a la usanza de la época, García Lorca nombra a los dioses con sus nombres romanos-, nacida de las olas, como la pintó Boticelli. A Venus genetrixengendradora de cuanta criatura existe, invoca Lucrecio al comienzo de su poema. García Lorca además asocia a la diosa con el primero de los cuatro elementos que componen el universo, según Tales de Mileto. Para el filósofo jonio, el agua es precisamente el primero y más importante, puesto que “húmedo es el alimento de todos los animales”, cuenta Aristóteles en la Metafísica. Con el tiempo estas alusiones se harán cada vez más sutiles, casi imperceptibles, como en el poema precisamente titulado Venus (1921), dedicado a Juan Ramón Jiménez, de metáfora tan plástica:

La joven muerta

en la concha de la cama,

desnuda de flor y brisa

surgía en la luz perenne.

… …

La joven muerta,

surcaba el amor por dentro.

Entre la espuma de las sábanas

se perdía su cabellera.

O en Visión, donde volvemos a encontrarnos con los mismos motivos: el agua, la concha, Venus-amor:

Todo el mar

es griego.

En los mares más raros

aún quedan Venus

que van sobre sus conchas

como espectros.

Otro mito griego de preferencia lorquiana es el de Apolo, que persigue a la ninfa Dafne hasta que esta se convierte en un árbol de laurel.  La historia está insuperablemente contada por Ovidio en sus Metamorfosis, tanto que sedujo a Garcilaso y a QuevedoLo vemos en Manantial, de 1919:

Cual Dafne varonil que huye miedosa

de un Apolo de sombra y de nostalgia.

Mi espíritu fundióse con las hojas

y fue mi sangre savia.

En untosa resina convirtióse

la fuente de mis lágrimas.

Esta comunión con la naturaleza, a la que su hermano Francisco ha llamado “panteísmo lorquiano”, es complementado con la imagen del árbol como fuente de sabiduría. Se ve en Invocación al laurel, también de 1919:

¡Árbol que produces frutos de silencio

… …

formado del cuerpo rosado de Dafne

con savia potente de Apolo en tus venas!

Pausanias, pero también Diodoro y Estrabón, cuentan como la pitia, asociada al culto apolíneo, predecía a los griegos el futuro en el oráculo de Delfos. La alusión a la sabiduría de Apolo estará presente también en estos entrañables versos al poeta Whitman (Poeta en Nueva York, 1930):

Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman,

he dejado de ver tu barba llena de mariposas,

ni tus hombros de pana gastados por la luna, ni tus muslos

de Apolo virginal,

ni tu voz como una columna de ceniza;

anciano hermoso como la niebla…

Metáfora de metáforas, García Lorca sabe que el fin último del mito es expresar lo inexpresable. Así lo dice en Narciso (en Canciones, 1921-1924):

Niño.

¡Que te vas a caer al río!

En lo hondo hay una rosa

y en la rosa hay otro río

¡Mira aquel pájaro! ¡Mira

aquel pájaro amarillo!

Se me han caído los ojos

dentro del agua.

¡Dios mío!

¡Que se resbala! ¡Muchacho!

…y en la rosa estoy yo mismo.

Cuando se perdió en el agua

comprendí. Pero no explico.

Lo inefable son las pasiones de su propia vida, su propia experiencia amorosa, como vemos en El sátiro blanco, de En el jardín de las toronjas de luna (1923), un texto que nos recuerda en su tono narrativo y alegórico a nuestro Ramos Sucre:

Sobre narcisos inmortales

dormía el sátiro blanco.

Enormes cuernos de cristal

virginizaban su ancha frente.

El sol, como un dragón vencido,

lamía sus largas manos de doncella.

Flotando sobre el río del amor,

todas las doncellas muertas desfilaban.

El corazón del sátiro en el viento

se oreaba de viejas tempestades.

La siringa en el suelo era una fuente

de siete azules caños cristalinos.

Abandono de la pasión, fracaso tal vez, representado en la paradójica figura de un sátiro virgen, pero también de un sátiro vencido.

El mito de Cronos, aquél tiempo feliz perdido en la memoria, también sirve para expresar la nostalgia de un mundo perdido, como en el Poema doble del lago Edén, también de Poeta en Nueva York:

¡Ay voz antigua de mi amor,

ay voz de mi verdad,

ay voz de mi abierto costado,

cuando todas las rosas manaban de mi lengua

y el césped no conocía la impasible dentadura del caballo!

… …

Así hablaba yo.

Así hablaba yo cuando Saturno detuvo los trenes

y la bruma y el Sueño y la Muerte me estaban buscando.

Qué duda hay, estos breves ejemplos no agotan el largo y significativo catálogo de las figuras griegas en el universo lorquiano. Queda por fuera cantidad de Penélopes y sirenas, centauros y Polifemos. Queda el mundo trágico de Bodas de sangre, Yerma Proceso a Mariana Pineda. Venus-Afrodita, metáfora del amor como fuerza cósmica, compañera del agua nutricia y purificadora; el sabio Apolo, representación de una fuerza vital que traspasa el universo, quizás el sufrimiento mismo; Narciso atrapado en su propia contemplación, en una paralizante philautíael “amor por sí mismo”; el sátiro vencido, imagen de un amor que se rinde, y finalmente Cronos como alegoría de la infancia perdida, nostalgia de un tiempo feliz e irrecuperable, se muestran como símbolo de una poética que dista mucho de haberse agotado, pero también de un poeta que, al día de hoy, todavía se resiste a ser encasillado.

 

Mariano José Nava Contreras (Maracaibo, 1967) es un escritor, investigador y traductor venezolano especializado en estudios clásicos. Doctor en Filología Clásica por la Universidad de Granada y profesor de la Facultad de Humanidades y Educación en la Universidad de Los Andes desde 1991.

 

 

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