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Federico Vegas: Botar para comer

Mi endeble ortografía ha ido transformando ese grito espantoso que rebota en las almas: “Quien no vota, no come”, hasta convertirlo en: “El que no bota, no come”. Votar para comer es degradar el derecho a votar y a comer, al convertir en un acto de vergüenza la más fundamental de nuestras necesidades físicas y una de las más hermosas de nuestras posibilidades espirituales. Lo cierto es que debemos botar a quienes usan el hambre como una insaciable arma política; porque votar para comer es el primer paso a la dependencia y la esclavitud.

 

El dramaturgo Isaac Chocrón me dijo una vez que el problema central de la literatura era elegir entre “mi Mamá me mima” y “Me mima mi mamá”. Me costó entender su propuesta. Creo se refería a que mientras más sutil es la diferencia más nos adentramos en la esencia de la literatura. La divergencia entre la palabra “mamá” y “elefante” es tan amplia que no logra cautivarnos. Ante “mamá” y “papá” ya comenzamos a enfocarnos y surgen imágenes, comparaciones, recuerdos. El ejemplo que ofrece Chocrón propone distintas cadencias y ritmos. En un caso privilegiamos a la madre, en el otro al mimado que alguna vez fuimos.

Mi hija Alejandra solía decir cuando era niña:

-Al fin del cabo que importa.

Nunca la corregí. Me parecía un error tan acertado convocar a la geografía.

Las palabras son tan delicadas. Basta con quitar el acento de “mamá” para que aparezca su origen: La “mama” de ese “mamar” que es fuente e inicio de una relación eterna.

La ortografía siempre me ha costado mucho. No sé si mi falta de retentiva se debe a una falla visual o auditiva, pero soy capaz de confundir “votar” con “botar”. A veces creo que mi problema no es tanto ignorancia como un exceso de sensibilidad que me aturde hasta confundirme. Quizás en mi inconsciente está presente que al “votar” por algo siempre persiste un “botar” a su contrario.

Algo así me acaba de suceder con una frase esgrimida con saña por Diosdado Cabello: “El que no vota, no come”. Estas palabras no se asientan en mi mente, más bien se quedan girando sin asentarse y me ha costado incluso llegar a escribirlas. Mi primera reacción tiene que ver con la reverberación que produce este grito ampliado por un micrófono a pleno sol apureño, pues creí escuchar un eco que al fondo repetía: “El que come no vota”. La ecuación tiene su lógica: Si para comer tienes que votar, si puedes comer, ¿para qué votar?

Este asunto de comer o no comer es un problema muy serio.

Recuerdo a un amigo muy querido que atravesaba una crisis terrible y le conseguí una cita con Rafael López-Pedraza. Al día siguiente hablé con Rafael y me dijo que no podía ayudar a mi amigo:

-El caso es demasiado grave para iniciar una psicoterapia.

Le pregunté cuál era la razón, he intento ser lo más respetuoso con los sueños que perseguían al paciente:

-Sus disturbios tienen que ver con la comida.

Intenté asomarme al contenido de esa frase y sentí una especie de mareo con dolor de barriga. Entiendo que nuestra conexión más fundamental y persistente con la vida y la naturaleza es comer. Si nuestra mente confunde esta señal está fundido todo el sistema.

Mi padre me dijo una vez que el primer paso para ser independiente es trabajar para poder comer.

-¿Y cuál es el segundo? -le pregunté.

-El segundo es trabajar para saber que también podrás comer mañana y pasado mañana. El tercero es poder comer lo que te gusta.

No continuó, pero sentí que algo faltaba e insistí:

-¿Y el cuarto?

-El cuarto es poder decidir qué comen los demás.

Algo en la expresión de su rostro me reveló su desprecio hacia el poder que invade los derechos de nuestro prójimo. Cuánto hubiera detestado a quien se siente capaz de decidir quiénes no merecen comer.

La frase de Diosdado ofrece un solo mérito: Revelar sin tapujos un primitivo trasfondo. Al fin del cabo utiliza como símbolo e insignia un mazo prehistórico. Su estrategia no es un hecho aislado, pues ha coincidido con la persecución al proyecto “Alimenta La Solidaridad”. Es paradójico que la iniciativa que ayuda a cubrir la necesidad más urgente de nuestro país sea, al mismo tiempo, la que señala el fracaso más evidente de este Gobierno: Ser incapaz de garantizar la alimentación de los venezolanos.

La iniciativa alimentaria más notoria del Gobierno son las bolsas CLAP, bautizadas con el nombre tradicional de una enfermedad venérea (the clapslang for gonorrhoea, Cambridge dictionary) encarnan un sistema de dádivas y notable corrupción tanto por su origen como por su destino. En Venezuela las siglas significan “Comités Locales de Abastecimiento y Producción”, pero ciertamente la producción no es local. Las cajas parten de lugares remotos a través de mecanismos misteriosos que pasan por Cabo Verde y llegan como limosna a quien baja la cabeza y jura obediencia.

“Alimenta La Solidaridad” crea en cambio un sentido de comunidad incluyendo a las madres en la producción de la comida, quienes garantizan la cualidad del producto y la nutrición de sus hijos. ¡Qué dolor escribir con aprensión “Roberto Patiño”, el nombre de uno de sus creadores, para no agitar más los ánimos de quienes lo persiguen por su labor!

Votar para comer es el primer paso a la dependencia y la esclavitud. Solo puede ser más oprobioso el sentir que lo deberás hacer mañana y pasado mañana hasta transformarse en un vicio y una costumbre. Por eso decía que debemos agradecerle a Diosdado que nos haya enfrentado a un límite luego del cual no habrá más abismos ni más oscuridad. Votar para comer es degradar el derecho a votar y a comer, al convertir en un acto de vergüenza la más fundamental de nuestras necesidades físicas y una de las más hermosas de nuestras posibilidades espirituales.

Mi endeble ortografía ha ido transformando ese grito espantoso que rebota en las almas: “Quien no vota, no come”, hasta convertirlo en: “El que no bota, no come”. Cuántos vericuetos tiene el idioma, también está la bota que muchos lamen para comer, unos las sobras y otros de sobra.

Lo cierto es que debemos botar a quienes usan el hambre como una insaciable arma política, para negarnos la independencia de alimentarnos con nuestro propio esfuerzo y solidaridad.

 

 

 

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