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Federico Vegas: Soñar y creer

                                              Fotografía de Sergio Rivas | Flickr

 

 

Suelo creerme todo lo que me cuentan. Prefiero disfrutar y, luego, analizar el cuento. No separo lo cierto de lo falso, sino lo que me fastidia por trillado de lo que me incita a hurgar esos giros inesperados, incitantes, sorpresivos. Venero las tramas, argumentos y visiones que nos dejan mareados, incluso desubicados, reformulando nuestra visión de la vida y de ese escenario llamado humanidad. Partir de negaciones, que parecen resortes donde todo rebota, no suele ser placentero ni provechoso. Suelen haber tantas verdades en algunas mentiras.

Era muy joven cuando le escuché a Paco Vera regañar a Marcelino Madrid:

—¡Viejo no bebe de noche porque sueña con mujeres!

Aún no sé si es cierto, pero sonaba tan gracioso. En ese entonces, hace más de medio siglo, le estaba construyendo a Paco y Marcelino un caney frente al mar de Caruao. Cuando ya teníamos una cubierta donde guarecernos, al llegar la noche me acurrucaba en un chinchorro y me dormía escuchando sus conversaciones. Me llevaban unos treinta años. Yo veneraba la profundidad y variedad de sus memorias, plenas de diáfanas frases que han mantenido la gracia por medio siglo. Disfrutaba hasta de lo mucho que sus cuentos tenían de inverosímiles; los gozaba y, además, insisto, me los creía.

Este asunto de creer es tan ambiguo. Va desde el absoluto “Creo en Dios padre, todopoderoso”, hasta el relativo e impreciso “Creo que mañana estará listo su carro”.

Alguien decía que cuando un caraqueño responde a una invitación diciendo: “¡Cuenta conmigo!”, quiere decir que puede que asista, y cuando dice: “Oye, creo que sí podré ir”, quiere decir que no irá.

Es muy interesante, incluso apasionante, esta diferencia entre “creer en” y “creer que”. Se supone que “creer en” se refiere a juicios de fe, mientras “creer que” tiene que ver con algo que puede ser verdadero o falso. “En” es una preposición y solo sirve para unir palabras, en cambio “que” es una  conjunción que relaciona frases, por lo tanto, el “que” tiende a ser más amplio e inclusivo que el “en”.

Podemos decir “Creo en Dios” y punto final; en cambio, al decir “Creo que Dios”, necesitamos agregar más palabras. Por ejemplo: “Creo que Dios es una posibilidad fascinante, quizás necesaria”. A mi manera de ver, el verbo “creer” se enriquece mientras más oraciones lo acompañan. También me atrevo a sugerir que quienes “creen que” tienen una visión más amplia de la vida y el mundo, y hasta de la religión, que aquellos que “creen en”. Ciertamente hay dudas incesantes, omnívoras, gozosas.

Volviendo a la frase de Paco Vera sobre soñar con mujeres, la mejor evaluación sobre las posibles consecuencias de los sueños la encontré en un chiste, o más bien en dos:

I

Un tipo va donde un psicoanalista porque se suele orinar en la cama.

Doctor, mi vida es un desastre. Mi mujer está a punto de dejarme. Todas las noches me duermo profundamente y aparece un enano que se sienta a mi lado y me dice al oído: ¿Ya hiciste pipí?”. Siempre le respondo enojado, seguro de mí mismo: ¡Sí, ya hice pipí!”. Y el enano insiste¿Estás seguro? Mira que es muy sabroso, relajante, tibiecito. Y así seguimos discutiendo hasta que me convence.

El psicoanalista le explica que ese convincente enano representa su infancia reprimida y que debe enfrentarlo con valentía. A la siguiente sesión el paciente llega con ojos de haber dormido muy poco:

Ahora mi mujer sí que me botó de la cama. Ya no quiere volver a dormir conmigo.

El psicoanalista le pregunta: 

¿Utilizó el metodo que convinimos?

Claro que sí doctorLlegó el enano ese con su sonrisita y me hizo la pregunta de siempre. Yo le respondí gritando: !Ya hice pipí y no me jodas más!”. El enano se me quedó viendo con una mirada dulce, comprensiva, y susurró:¿Y pupú?

II

El hombre de los graves problemas conyugales va a otro psiquiatra, más científicoy le cuenta su tragedia de dormir solo y amanecer cagado. El doctor le explica que en ese asunto de los sueños no se puede utilizar sólo el psicoanálisis, hay que recurrir a los medicamentos y le receta una fuerte dosis de Equanil. A la semana siguiente entra el paciente triunfante al consultorio del psiquiatra y dice al acostarse sonriente en el freudiano diván:

¡Doctor, usted es un genio! ¡Ahora por fin soy feliz! 

El psiquiatra le pregunta cómo se siente despertando en una cama limpia, inmaculada.

No doctor, todo menos limpia, pero ¡Ya no me importa!

He estado pensando mucho y desordenadamente en estos temas.

La onirología es la ciencia del dormir y propone que los sueños son un motor para la creatividad. Mi orinología me ayuda a recordarlo, pues trato de sacarle provecho a mis dos levantadas nocturnas anotando lo que soñé y detalles superficiales, como la potencia y duración del chorro. El tema me obsesiona.

A un amigo que no lograba soñar le dije:

—Aprovecha que estás dormido y no tienes nada mejor que hacer. 

Lo que nunca he logrado es ese recurso de consultar con la almohada. Me es mucho más util la ducha y de paso me enjabono. Científicos de la Facultad de Medicina de Harvard afirman que los sueños pueden ayudarnos a conocernos mejor. Se ve que no se han visto en un espejo recién despertados.

Si una pesadilla es un mal sueño que produce fuertes sensaciones de miedo, terror, angustia o ansiedad, ¿cómo llamar a los que causan placer, desahogo y bienestar? ¿Quesadillas?

Y un penúltimo consejo: si no logras dormir, solicita apoyo de amigos y parientes. Repasar lo que está pasando realmente por tu cabeza mientras duermes, acompañado por tus seres queridos, puede ayudarte a no desvelarte solo.

Como pueden ver estoy tratando de evadir, a través de chistes mediocres, un drama creciente que me mortifica. Cuando hemos salido golpeados en tantas elecciones, nos resulta muy fuerte enfrentar este tema de los sueños. Sobre todo ahora, optimistas y obsesionados con un sueño tan trascendental. Lo más grave sería sin duda, pase lo que pase, caer en ese fondo de “¡Ya no me importa!”. Puede que lleguemos a no “creer en” nada ni en nadie, pero tenemos el derecho y el deber de “creer que” nuestros esfuerzos, unidos, pueden hacer una mejor Venezuela.

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