Felipe VI: La transmisión de la excelencia
En los escritos breves que fui publicando en su momento, recordé una frase de una de las grandes novelas de Javier Marías: el que hay algunas personas «para las que se acumulan cosas que apetece contarles». Don Felipe es una de ellas
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Un maestro antiguo historiador y filósofo advertía que en la historia casi siempre ocurría lo que no se esperaba, sucedían cosas imprevistas. Frente a la ordenación del mundo inmediato que intentamos los humanos, la sorpresa y lo no previsto suceden y cambian, si no los destinos complejos de las personas, sí las previsiones de un futuro diferente a las expectativas esperadas.
El reinado de nuestro Rey Felipe VI comienza hace diez años en medio de una sucesión de hechos complicados y continuos: abdicación de su padre el Rey Juan Carlos, sucesivas y distintas elecciones generales en la política, intento de secesión de nacionalistas catalanes y la aplicación del 155 a ello, equilibrios que se desmoronan en la clase política y una polarización entre los partidos que, mejor o peor, habían mantenido unas décadas y una Constitución estable que hemos vivido distintas generaciones en estos cuarenta últimos años. Hechos que asume Felipe VI como Rey y Jefe del Estado en una monarquía parlamentaria, en la que los ciudadanos constitucionales consideramos la clave de bóveda que puede arbitrar y moderar la convivencia de los españoles.
Para ello, el Rey está preparado desde siempre, su formación ha sido excelente en todos los sentidos, reuniendo inteligencia, disciplina, serenidad y profundo conocimiento. El privilegio de haber contribuido durante muchos años a su enseñanza en historia y ciencias sociales me permite asegurar la prudencia y fortaleza de aquel joven estudiante y lo que podemos llamar la «felicidad de comprensión», la emoción de aprender cosas nuevas, y el carácter generoso y sabedor de la construcción del propio destino y de la libertad de aquiescencia que ello exige.
En los escritos breves que fui publicando en su momento, como este de ahora con motivo de sus diez años de reinado, recordé una frase de una de las grandes novelas de Javier Marías: el que hay algunas personas «para las que se acumulan cosas que apetece contarles». Don Felipe es una de ellas. Así lo expresé en un artículo de 2004, titulado ‘Un Príncipe para el siglo XXI’, o en otro escrito al cumplir sus 40 años en 2008, ya en completa madurez. Escritos que ahora están recopilados con otros tantos y diversos.
Ya como Príncipe, Don Felipe había hecho suya y había interiorizado la Constitución como una gramática a la que había que ceñirse y «no separarse de sus deberes ni un milímetro». Un Rey en una monarquía parlamentaria no puede intervenir en decisiones políticas directamente, pero sí tiene la ‘auctoritas’ para aconsejar y expresar con su actitud y sus palabras –por medidas que sean- lo que conviene a los ciudadanos y a la unidad de España. Así lo hace puntualmente Felipe VI en sus discursos en actos y en fechas especiales como Navidad, o como lo hizo, apoyado por el Gobierno de España, aquel 3 de octubre de 2017, frente al golpe de Estado en Cataluña.
El equilibrio es difícil y ahí demuestra su respeto y mantenimiento constitucional con tolerancia, serenidad, y sólida paciencia en bien de todos. Los tiempos son difíciles en todo el mundo y los ciclos de malestar suelen aparecer también como imprevistos que nos obligan a pensar el cómo se ha llegado a ello y como no perder la esperanza y no repetir los errores.
En estos diez años complicados, hay mucho que agradecer a Felipe VI. Los Reyes han cuidado al máximo la educación de sus hijas y la heredera Princesa Leonor sigue los pasos de su padre con el mismo entusiasmo, disciplina y empatía en las distintas instituciones militares y civiles en las que se está formando. Viene a cuento algo que escribí en aquellos artículos referido a la importancia de la educación de Príncipes e Infantas: «Si toda vida individual es un producto complejo de azar, necesidad y libertad, cuyos hilos se tejen y destejen hasta el último momento de esa vida, cuyo conocimiento de sí y de los demás nunca está acabado o cerrado, en el caso de Príncipes e Infantas, ese proceso tiene un peculiar carácter al sentir, desde el mismo momento de su nacimiento y como reflejo de la percepción de los otros, la cualidad de no ser nunca indiferentes, de estar siempre presentes en su función representativa, de no conocer la libertad del anonimato.
De ahí la importancia de una educación en igualdad y al tiempo, como debía ser para todos, una educación con el impulso siempre a la excelencia». Así lo vivió Don Felipe y así lo ha transmitido de forma natural a la Princesa Leonor. Gracias siempre y felicidades por esta década y todas las que prosiguen.