Félix de Azúa: Demos
El cosmos es una red y nuestro cerebro un ordenador. DONG WENJIE GETTY IMAGES
A lo largo del siglo XVII, la matemática se desarrolló de un modo portentoso y las gentes dedicadas a la ciencia y el pensamiento vieron en ella una escala desde cuya altura podría verse el mundo entero. Descartes, Leibniz, Spinoza, confiaron ciegamente en su poder. Cruzada con el modelo cósmico de Newton, daba la impresión de que el secreto del universo estaba a punto de desvelarse. Así que los científicos y pensadores del siguiente siglo vieron todos en la mecánica de Newton y en las matemáticas una poderosa imagen que describía el universo, pero también sus contenidos, entre ellos el humano. Los hombres, en el siglo XVIII, se vieron como máquinas y también su mente era asimilada al modelo mecánico.
Cada cierto tiempo, una ciencia o una metodología se imponen sobre la humanidad como la solución definitiva a nuestra ignorancia. En mi corta vida he pillado bastantes de estas pócimas milagrosas. Hubo un tiempo en que todo se convirtió en una estructura, desde la etnología hasta la peluquería. También me cogió la época de la lingüística y el mundo entero se hizo gramático generativo. ¿Y la deconstrucción? ¿Aquellas tortillas deconstruidas? No duró tanto como el psicoanálisis que llenó el mundo de estructuras inconscientes y pulsiones deconstruidas. Por no hablar del marxismo de mi juventud, espesa cerveza economicista que todavía colea en algunos departamentos universitarios agradablemente fosilizados.
Ahora es la informática, empujada por Internet y sus aplicaciones, la que explica el mundo. El cosmos es una red y nuestro cerebro, un ordenador. A diferencia de los anteriores, este milagro no viene de unos sabios laboriosos y respetables. Viene de la inmensa grey agraviada y de sus mercaderes. A ver cuánto dura.