Félix de Azúa: Medievalia
«Allí en donde soplaba su aliento pestífero, todo sucumbía. De los ciudadanos libres e iguales hacía unos inclinados siervos que arañaban la tierra con sus uñas»
‘El Aquelarre’, obra de Francisco de Goya de 1823. | Wikimedia Commons
Félix de Azúa (Barcelona, 1944) es escritor, doctor en Filosofía y catedrático de estética. En junio de 2015 fue elegido miembro de la Real Academia Española
Esta noche se me apareció una de aquellas bestias míticas que atormentaban a nuestros antepasados. Un muerto viviente de enorme tamaño, cabellera leñosa y piel erizada de púas, que destruía cuanto alcanzaba con su aliento pútrido.
Era el propagador de la peste bubónica que hemos visto en tantos frescos y tablas medievales. Allí en donde soplaba su aliento pestífero, todo sucumbía. Bufaba sobre los fiscales generales y los encogía como caracolillos de cuernos quemados como cerillas, sobre el recolector de las encuestas del reino y lo dejaba convertido en un charquito maloliente, sobre la presidenta de las Cortes y la convertía en un bubón lleno de pus, pero también, al contrario, resollaba sobre los asesinos con cuchillo de resorte entre los dientes y los transformaba en apuestos mozos de tupé y peine en el bolsillo, en fin, iba arrasando la población y de los ciudadanos libres e iguales hacía unos inclinados siervos que arañaban la tierra con sus largas uñas.
Estas viejas figuraciones de monstruos arcaicos parecen desaparecidas de nuestro tiempo, pero no es verdad, sólo han cambiado de aspecto, como todo lo actual. Las brujas antiguas conservan su aspecto temible de largas narices y grietas en lugar de ojos, pero van vestidas por los peores y más caros modistos; los grandes cabrones ya no usan pezuñas y cuernos, sino trajes de seda o alpaca de color Virgen de la Concepción. Todo se disfraza en nuestro mundo, todo se viste de mercancía, a ver si la compra el vulgo. Pero la peste bubónica, la muerte viviente, sigue siendo la misma.
«La corrupción, como la peste negra conducida por el macho cabrío, es invisible, intangible, pero irrespirable»
En sus pinturas negras representa Goya al gran cabrón en un cuadro, hoy conocido como El aquelarre, rodeado por sus acólitos, una masa informe de siervos boquiabiertos y babosos. Tiene al lado a una muchacha de aspecto feroz cubierta con un velo blanco que sin duda se postula para una dirección general. Hay incluso una digna figura femenina en la esquina derecha, con las manos en un manguito, como indicando que en una sociedad perfectamente podrida siempre hay alguien que se pueda salvar.
La corrupción, como la peste negra conducida por el macho cabrío, es invisible, intangible, pero irrespirable. Quien se la mete en los pulmones sufre una transformación horrenda. En ocasiones se queda como la masa estúpida y boquiabierta del cuadro de Goya, pero también puede haber tomado un aspecto seductor, como en las Tentaciones de San Antonio, y emboba a las muchachas campesinas que sólo han vivido entre puercos y borregos.
Hace un año aún tomábamos incómodas y cuidadosas precauciones para evitar un virus que podía llevarnos a la tumba. No creo que haya que tomar menos precauciones, por incómodas que sean, para evitar el contacto con los apestados.