Félix de Azúa: Perspectivas
Los patéticos chillidos de ‘no a la guerra’ no logran encubrir la malignidad de sus intenciones
Algunos adolescentes se desesperan cuando les brota el acné, pero se les pasa de inmediato si de repente les diagnostican una lepra. Esa ha sido siempre la condición humana, en ausencia de problemas reales se magnifican los subordinados y los triviales. Algo parecido le está sucediendo a nuestra izquierdona, cuyos patéticos chillidos de «no a la guerra» no logran encubrir la malignidad de sus intenciones. No exigir el cese de la invasión rusa los sitúa junto a Corea del norte, Siria y Eritrea, seguramente más cerca de estos últimos que de los esforzados esclavos coreanos dada la afición de la izquierda al trabajo.
La desnudez del conflicto armado, la monstruosa desigualdad de los contrincantes, la injusticia y el cinismo escandalosos del dictador ruso lleva a sospechar que aquellos que siguen apoyando a Putin simplemente son sus empleados, es decir que, de un modo u otro, cobran. Del mismo modo que Podemos está encantado con la dictadura venezolana, también lo está con la dictadura rusa. No hay aquí la menor sombra ideológica. Ni Maduro ni Putin son marxistas, leninistas, chomskianos o pikettianos. Son, pura y simplemente, opresores totalitarios, corruptos y explotadores de sus sociedades, parásitos armados hasta los dientes y con grandes bolsones de dinero para repartir entre los compinches. Y la izquierda española parece encantada con ellos. Es el acné juvenil.
Esta es la única ventaja, quizás, del pavoroso conflicto, a saber, que pone en su sitio a esas activistas obsesionadas con rarezas sexuales, a los defensores de la inclusión, de la cancelación, de la abominable censura moral de los campus yankees y de todo el lío mental de nuestras fuerzas parlamentarias. Veremos si ahora que accede al mando del PP un adulto puede oírse de nuevo algún razonamiento político en sede parlamentaria. Hasta ahora sólo sonaba el guirigay de un patio de colegio, con sus matones, sus comisarios catalanes, y los cobardes que se lanzan a aplaudir interminablemente, aterrorizados de asumir alguna responsabilidad en la bellaquería.