Fernando Gaitán, un guionista universal
BOGOTÁ — A fines de los años ochenta, en Los Ángeles, Fernando Gaitán tocaba puertas con el anhelo de debutar como escritor en el cine de Hollywood. Desconocido y sin contactos en la industria, el joven libretista fracasó y volvió a Colombia decepcionado. La meca del entretenimiento había perdido la oportunidad de reclutar temprano a un narrador que iba a ser original y muy taquillero.
Como autor o adaptador, Gaitán creó casi una veintena de historias para la televisión colombiana y mundial (Café con aroma de mujer; Laura, por favor; La quinta hoja del trébol; Guajira; Francisco el matemático), con resultados casi siempre satisfactorios, y a veces extraordinarios. Pero esa buena racha terminó esta semana. El autor de Yo soy Betty, la fea, una historia emitida en más de 180 países, murió de un infarto en Bogotá el 29 de enero a los 58 años.
Fernando Gaitán nació en Bogotá en 1960. Su hermana Sandra lo recuerda como un muchacho solitario, siempre metido en su cuarto, que leía o escuchaba discos del saxofonista Gato Barbieri. Existen, además, dos datos biográficos que pueden haber influido en su vocación. Su tío materno, Álvaro Salom Becerra, fue un escritor y articulista satírico que logró llevar una de sus novelas, Un tal Bernabé Bernal, a la televisión. Y su padre, empleado comercial, trabajó muchos años para el fabricante de máquinas de escribir Olivetti.
Sin pasar por la universidad, Gaitán fue un dramaturgo atípico. Él atribuía la mayor parte de su formación humanística al Liceo León de Greiff, donde estudió casi todo el bachillerato. Pero su entrenamiento como narrador ocurrió dentro del periodismo. Gaitán empezó su carrera a los 19 años como reportero judicial, y llegó a trabajar en la unidad investigativa del diario El Tiempo, de Bogotá. Colegas de esa época dicen que nunca llegó a ser un gran periodista, pero sí aprendió a identificar una buena historia para luego recrearla en ficción, pero bien afincada en la realidad.
A principios de los años ochenta, antes de Hollywood y todo lo demás, Gaitán había saltado del periodismo a la televisión por dinero. Se casó muy joven, y el salario no le alcanzaba para mantener a una esposa y dos hijas. Por eso a los 22 años, invitado por una amiga, se animó a escribir libretos con un mejor sueldo.
Pero Gaitán siguió siendo un admirador del Nuevo Periodismo; un lector de Gay Talese, de Truman Capote y de Tom Wolfe que puso la reportería al servicio de la ficción televisiva. En 2006, durante una entrevista, el crítico de televisión Omar Rincón me dijo que la investigación periodística le había dado a Gaitán “la posibilidad de hacer historias que reflejan la realidad social, que se preocupan por asuntos sociales y que pueden traducirlos”.
Sus telenovelas demuestran ese trabajo de reportería. Para ambientar Guajira, Gaitán investigó sobre la cultura wayúu, una etnia numerosa que habita esa península al norte de Colombia; para Café con aroma de mujer pasó años aprendiendo sobre el cultivo del grano en las montañas del centroccidente del país, y cuando escribió Hasta que la plata nos separe se sumergió en el mundo de los vendedores de autos en las ciudades de Colombia. Así construyó la verosimilitud de sus ficciones.
Café con aroma de mujer, emitida en 1994, fue una de sus historias más notables. Samuel Castro, crítico de cine, dice que Gaitán se adelantó décadas a esta ola internacional que hoy en los medios dignifica a las mujeres “empoderadas y dueñas de su destino”. La protagonista de Café es independiente, ambiciosa, y no necesita a ningún hombre para ascender en el ambiente machista y difícil del campo. Ella no espera casarse para vivir de su marido, sino que trabaja y pasa de humilde “chapolera”, una campesina recogedora de café, a ejecutiva de una empresa que lo exporta.
De pato a cisne
Pero la mayor apuesta del escritor fue Yo soy Betty, la fea. Con ella, Gaitán alcanzó mercados distantes y distintos, como los países árabes, China o Rusia, donde Colombia empezó a ser conocida por algo más que Pablo Escobar y la cocaína.
Para el venezolano Alberto Barrera Tyszka, también escritor de telenovelas, Betty es “la misma historia de siempre, pero contada de manera distinta”. El personaje, una suerte de heroína inesperada que surge gracias a su capacidad y su inteligencia, es una economista brillante con un atractivo oculto que debe moverse como secretaria en el mundo de la moda, siempre rodeada de bellezas exuberantes. Un patito feo que eventualmente se transforma.
“La historia se alimenta del humor y construye una heroicidad a partir de un nuevo arquetipo: el nerd latinoamericano”, continúa Barrera Tyszka. Cuando empezó a transmitirse, en 1999, se convirtió en un fenómeno de masas. A las ocho de la noche, en toda Colombia, los hogares y los sitios de trabajo se paralizaban. La cadena RCN decidió emitir los capítulos también por radio, para que los conductores que volvían a casa no se perdieran el desarrollo de la historia. En 2002, el canal lanzó Betty Toons, una nueva versión en dibujos animados. Entre los cinco programas más vistos en la historia de la televisión colombiana figuran dos historias escritas por Gaitán: Betty y A corazón abierto.
Un artículo sobre “Yo soy Betty, la fea” en The New York Times el 11 de diciembre de 2000
Fernando Gaitán cambió la telenovela latinoamericana, sobre todo, porque descartó el culebrón maniqueísta, plagado de chicas cándidas y frágiles; de malos químicamente puros y buenos de manual. Sus historias se convirtieron en una interpretación dramática de los hechos que había dejado de reportear cuando abandonó el periodismo. “Mis novelas son de la calle, de actualidad; son un reflejo casi inmediato de la realidad. Entonces toca conocerla bien, conocer las emociones de los seres humanos”, me dijo una tarde de 2006, en su apartamento al norte de Bogotá.
Gaitán era sobre todo un gran anfitrión. Durante los últimos veinte años de su vida invirtió dinero y tiempo en el negocio de los bares. Tuvo varios, y en ellos celebraba casi todas sus reuniones de trabajo y de placer. Cada semana por las noches, entre decenas de personas que bailaban y bebían, Gaitán permanecía sobrio, con un cigarrillo en los labios, mientras observaba y acumulaba material para sus proyectos. “Hay tantas cosas que la realidad ofrece, que uno no puede abstraerse de ellas. El bar es más que todo un punto de observación”, dijo aquella tarde.
Pero era también una vía de escape. Juana Uribe, escritora, ejecutiva de televisión y amiga del libretista desde la infancia, dice que él sufría al escribir. “Tenía una presión enorme por su éxito. Siempre le pedían más, y esto lo bloqueaba. Por eso inventaba cosas como el bar, para evitar escribir, porque le dolía”.
Fernando Gaitán deja una obra traducida a quince idiomas con veintidós adaptaciones; Betty recibió en 2010 el récord Guinness como la telenovela más exitosa de la historia. En Colombia hubo muñecas de Betty y en Londres una edición especial de Diet Coke con la botella Betty. Por estos días en Bogotá se presenta la segunda temporada de una versión teatral, interpretada por varios actores del elenco original.
Pero el escritor murió sin completar algunos proyectos. Durante nuestras conversaciones admitió que a partir de los 50 años quería dejar la televisión para escribir libros y obras de teatro. “La telenovela es un género muy exigente y físicamente demoledor. Me gustaría dedicarme más a la intimidad del oficio como escritor puro”, dijo.
En el bar, en la calle y en todas partes, el libretista se mantenía alerta, observando y tomando notas para después armar las historias y contarlas a través de sus guiones. Su historia más famosa nació así. En RCN, el canal donde hizo su carrera, observó durante un tiempo a una secretaria menospreciada. “La tenían marginada. Imagínate, en un canal, rodeada de actrices bellas. Pero la secretaria era muy eficiente; un día renunció y el jefe daba alaridos porque no podía vivir sin ella. Y yo, viendo aquello, dije: ‘Ahí está’”.
Fernando Gaitán espantó la soledad rodeándose de gente, y el bar lo ayudó en esa estrategia. Pero lo hizo de manera más eficaz la televisión, donde convocó con sus historias a millones de personas en todo el mundo, reunidas frente a las pantallas cada noche, seducidas por el embrujo de un narrador singular.