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Fernando Mires: Maduro no es de izquierda ni de derecha

'Izquierdas y derechas son conceptos interdemocráticos. Sin democracia, es decir, sin posibilidad para una alternancia en el poder, no puede haber izquierdas ni derechas.'

Nicolás Maduro, dictador.
Nicolás Maduro, dictador. AP

 

 

Los significantes suelen escapar de sus significados originarios creando nuevos significados a los que aluden, no importando si esto guardan correspondencia o no con lo que originariamente significaron. De tal manera que no pocas veces nos comunicamos con conceptos multiequivalentes, o de segunda o de tercera mano, a los que también llamamos polisémicos.

Hacer volver a los conceptos a su significación originaria es tarea de filólogos, lingüistas y semióticos. Pero quienes laboramos con las palabras de cada día tenemos que adaptarnos al significado de uso corriente, so pena de enfrascarnos en largas discusiones etimológicas las que, por muy interesantes que sean, pueden desviarnos de los temas que queremos exponer o debatir. Por ejemplo a este ordenador en el que escribo hay quienes, usando la denominación del tiempo de las máquinas IBM, lo llaman todavía «calculadora». No los voy a contradecir. Lo importante es que se entienda lo que quieren designar. Al fin, tenemos que conformarnos con la idea de que todo significado es solo lo que ha llegado a ser.

El problema comienza recién cuando un significante no alude ni a un significado originario ni tampoco a uno actual, o lo que es similar, ni a su significado de origen ni a su significado de uso. Entonces podemos decir con absoluta propiedad: «Usted está usando un concepto falso». Es en este sentido que afirmo con seguridad que el régimen que encabeza el dictador Maduro en Venezuela no es de izquierda, como tantos así lo entienden, lo que no quiere decir que sea de derecha, como tantos quisieran entender. Y no lo es ni en su sentido originario ni en su sentido de uso. Es una dictadura y una dictadura no es parte del juego político sino —esta es su función principal— busca anular e incluso destruir el juego político.

Decía una antigua canción revolucionaria de Cuba: «Se acabó la diversión». Esa diversión era un juego, nada menos que el juego político que Castro prometió restaurar para después cerrar para siempre. La letra de la canción agregaba. «Aquí pensaban seguir, jugando a la democracia». Pero… «llegó el comandante y mandó parar». Pues bien, Maduro, con su fraudulenta toma del poder del 28J está haciendo justamente eso: erradicar el juego político e imponer las reglas de la antipolítica. El ataque brutal cometido en contra del sistema electoral, las instituciones públicas y, no por último, la ciudadanía de su propio país, no fue dirigido solo en contra de la democracia sino en contra de la política como práctica de vida y como medio de comunicación.

Lo que está haciendo con Venezuela esa horda de gorilas comandados por Maduro no es un juego. Es, si se quiere, un fin de juego. El fin del juego democrático, según la malvada canción cubana. Desde el momento del fraude-golpe, los opositores han pasado a ser enemigos (la «derecha-fascista» la llama Maduro en su amanerado estilo). Es por eso que, en vez de diálogo, Maduro ofrece cárcel. En vez de discusión ofrece balas. Nadie tiene derecho a expresar una diferencia. Si la intentas, puede que esta noche te saquen de tu casa en un auto negro y te lleven nadie sabe hacia dónde.

Donde hay dictadura hay terror y donde hay terror no puede haber política. Donde no hay política, a la vez, no solo no hay democracia; tampoco hay república. En cortas palabras, Maduro, después del fraude, está destruyendo a la nación jurídica y políticamente constituida. Pues bien, esa barbarie no es de izquierda, tampoco es de derecha. Esa barbarie es prepolítica.

Maduro mismo ha trazado la línea demarcatoria. Los que están por la democracia electoral y constitucional, a un lado. Los que están por revalidar a un Gobierno fraudulento, antidemoctático y anticonstitucional, al otro lado. De más está decir que en esa diferenciación no hay izquierdas ni derechas que valgan. Se trata de la simple contradicción entre democracia y dictadura. Nada más.

Ni de izquierda ni de derecha

La historia de la dualidad política izquierda y derecha no es muy larga. Proviene, como es muy sabido, de la distribución de los asientos en la Convención francesa de 1786. Los monárquicos y conservadores al lado derecho; los revolucionarios al lado izquierdo. Si hubiese sido al revés los izquierdistas de hoy se llamarían derechistas y los derechistas, izquierdistas. Esa, la de 1786 era, si se quiere, una división geométrica política. Poco tiempo después, en la misma Francia, la izquierda pasó a ser una denominación para designar a los partidarios de la igualdad, y la derecha para designar a los partidarios de la tradición (patria, religión y familia). Hacia fines del siglo XlX con el surgimiento de las ideas y partidos socialistas, el término izquierda sirvió para designar a los partidarios del socialismo estatal, y el de derecha a los de la economía capitalista privada, división que se mantuvo vigente durante todo el periodo de la llamada Guerra Fría.

Después del colapso del comunismo y con el consiguiente descrédito del socialismo en su versión leninista-estalinista-maoísta, China ha resurgido convertida como el país más capitalista del mundo y Rusia como una nación militarista e imperial. Frente a esa nueva realidad los términos izquierda y derecha han entrado en una profunda crisis. Hoy miembros de la izquierda son los restos del periodo soviético, la nueva izquierda woke, y las socialdemocracias. Tres izquierdas que no tienen que ver nada una con la otra. Sin embargo, en el espacio democrático la diferencia entre los que podríamos llamar «partidos de la igualdad» (la izquierda) y los «partidos del crecimiento económico» (la derecha) subiste, y en base a esa existencia seguimos hablando —aunque cada vez menos— de izquierda o de derecha. Eso quiere decir que la dualidad izquierda-derecha, pese a la pérdida de sus significaciones pasadas, continúa cumpliendo una cierta función regulativa.

En los países democráticos hablamos de izquierdas sociales y derechas económicas y, por lo mismo, la ciudadanía entiende lo que significan cuando votan por la izquierda o por la derecha. Eso quiere decir que tanto los partidos de izquierda como los de derecha (y, por ende, los del centro), son vistos como partes de un mismo sistema político. O en otros términos, para que exista una izquierda debe existir una derecha y viceversa, realidad que supone la adhesión de ambos segmentos a un marco institucional que los protege y los ordena.

Izquierdas y derechas son conceptos interdemocráticos. Sin democracia, es decir, sin posibilidad para una alternancia en el poder, no puede haber izquierdas ni derechas. A la vez, sin izquierdas y derechas (o si se prefiere, sin Gobierno y oposición) no puede haber democracia. De ahí que el propósito de Maduro, al destruir a lo que él llama la derecha en nombre de una izquierda imaginaria después de haber cometido el más horrible fraude electoral de la historia latinoamericana, no cabe en ningún esquema de izquierda o de derecha. «Eso (Venezuela) no puede ser llamado democracia», advirtió ya el 31 de marzo del 2024 el expresidente de Uruguay, José Mujica.

Por esas mismas razones el objetivo de la oposición a Maduro es rehabilitar el esquema izquierda y derecha donde el chavismo (o sus restos) podrían haber encontrado un lugar político (como lo encontró Lula después de su prisión) si Maduro, Cabello, Rodríguez, y otros más no se hubiesen dejado llevar por sus instintos asesinos. Pues bajo una dictadura, precisamente porque es dictadura, no puede haber ni una izquierda ni una derecha. Dicho en sentido estricto, no puede haber dictaduras de izquierda ni de derecha. Eso lo entendió rápidamente el presidente Boric. A Lula, Petro, López Obrador, en cambio, les cuesta un mundo entender que Maduro no es una oveja descarriada del rebaño de la izquierda latinoamericana, sino un ejemplar de una jauría de lobos. Maduro, en efecto, se encuentra mucho más cerca de un Pinochet que de un Chávez.

Que Hitler ayer y Maduro hoy incorporen a sus jerigonzas palabras que ayer usaba la izquierda, no los convierte en izquierdistas de la misma manera que un Putin, en sus discursos pro familia, pro religión y pro nación no es de derecha; y no lo es simplemente porque tampoco en su país hay una izquierda. Probablemente Maduro imagina que él es un hombre de izquierda cuando habla en contra del fascismo y del imperio. Pero no: Maduro no es de izquierda; ni siquiera es de derecha. Y si Maduro no es de derecha ni de izquierda, ¿qué es lo que es entonces? Maduro —no cabe otra respuesta— es solo un dictador, uno más en la larga fila latinoamericana.


Este artículo apareció originalmente en el blog Polis. Se reproduce con autorización del autor.

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