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Fernando Savater: Los enemigos de las mujeres

«El pico de Rubiales o las torpezas de Errejón son muestras de que falta educación en el trato a los demás, pero no de que cualquier gañán es un criminal sexual»

Los enemigos de las mujeres

 Íñigo Errejón. | Ilustración de Alejandra Svriz

 

Cuenta Andersen la historia del joven príncipe que deseaba casarse con una auténtica princesa, no con una de esas beldades de pacotilla que se acercaban a él presumiendo de noble cuna, pero que aún apestaban a puchero. Por más que buscaba, ayudado por su madre la reina, no conseguía encontrar la rara perla que daría sentido a su vida. Una noche de tormenta y aguacero llamó a las puertas de palacio una niña pálida: vestía harapos empapados y tiritaba. La reina la acogió maternalmente y preparó un dormitorio para ella: dispuso un confortable lecho con veinte colchones mullidos y debajo puso un guisante. A la mañana siguiente preguntó a la niña que tal había dormido y la criatura, aún más pálida y con ojeras violáceas, se quejó: «No he logrado pegar ojo, había algo duro en la cama que se me clavaba en el cuerpo y no me dejaba dormir». La reina llamó a su hijo y le dijo: «Aquí tienes a tu princesa». Añade Andersen que el guisante se guardó en el Museo Real y aún debe estar allí si alguien no lo ha robado.

El gran Odo Marquard comentó este cuento como adecuada parábola de nuestras quejas en los países desarrollados de occidente sobre lo insoportable de nuestras vidas. Cualquier molestia o imperfección, cualquier guisante bajo nuestros cómodos colchones, nos resulta una agresión intolerable contra nuestras principescas personas, que solo merecen lo mejor. Esto resulta evidente en nuestras indignadas protestas de feministas y servicios auxiliares contra la violencia de género que es según se dice la forma habitual de trato a las mujeres en nuestros países heteropatriarcales.

Parece que no puede una salir a la calle sin sufrir todo tipo de agresiones y cuasi violaciones, no simples groserías o abusos, propiciadas por machistas irredentos, antes llamados «hombres» y en época aún más remota «caballeros». Que las mujeres hoy estudien, trabajen y gocen de derechos cívicos muy semejantes a los masculinos no borra las evidentes desigualdades aún existentes. Son guisantes, si se quiere, pero no dejan dormir a los más íntegros amantes de la igualdad. Si son tan poca cosa, que se los pongan bajo los colchones a los machos, a ver que tal les sienta… Sin embargo, convertir las protestas contra los guisantes en espíritu revolucionario es tomarse por aristócratas sin serlo: las princesas sufren por los guisantes bajo los colchones pero gran parte de las mujeres sencillas padecen por tener que dormir en el duro suelo.

«Convertir las protestas contra los guisantes en espíritu revolucionario es tomarse por aristócratas sin serlo»

El jueves de la semana pasada fue el Día Mundial de Tolerancia Cero contra la Mutilación Genital Femenina. Esta práctica es habitual en al menos treinta países, aunque no está exigida explícitamente en ninguna religión. A día de hoy se realizan cada año tres millones de mutilaciones a niñas en el mundo, sobre todo en el África Subsahariana, Indonesia, Kurdistán irakí, etc… En Europa, como resultado de la inmigración, viven más de medio millón de víctimas de esa brutal agresión, practicada especialmente en niñas y adolescentes, y ciento ochenta mil criaturas están amenazadas de padecerla.

No hay ninguna razón higiénica o teológica para esa barbarie, solo el odio psicótico y supersticioso al placer femenino. Por supuesto, que se trate de una tradición cultural no es excusa para respetarla: las prácticas vergonzosas e inhumanas no dejan de serlo por venir practicándose desde hace siglos. A la MGF, a mi juicio la peor manifestación de barbarie que hoy existe en nuestro no siempre cómodo planeta, se unen una larga serie de discriminaciones contra las mujeres enraizadas sobre todo en los países musulmanes (sí, lo siento, el Islam es una mitología peor que la cristiana y ojalá no seamos nunca en nuestros países invadidos por tan dañina patraña): los talibanes–que no siempre se llaman así-prohíben a las niñas estudiar, ejercer casi cualquier oficio, ir lo destapadas que quieran por el mundo, moverse sin la protección de un varón por la sociedad, etc. A veces cuando nos visita algún sátrapa arábigo debemos aceptar que no quiera dar la mano a una de nuestras representantes democráticas, como si le repugnase el contacto con una carne humana tan respetable como la suya y mil veces más digna de caricias. En fin, ya saben de lo que hablo. Y no se trata de simples guisantes bajo el colchón…

Entre los enemigos de las mujeres están todos los que hemos venido mencionando, a los que no pediré que Dios confunda porque bastante se confunden ellos solos en nombre de Dios y su profeta, pero también los que en nuestros países más afortunados patentan agresiones sexuales y violaciones de pacotilla para dar la impresión de que el aciago destino de las hembras humanas es vivir en guerra permanente con todos los machos que las rodean. El «piquito» de Rubiales, las torpezas de Errejón y bobadas similares son muestras de que falta educación básica en el trato con los demás, pero no de que cualquier gañán es un criminal sexual en potencia. Convertir en delitos gravísimos las groserías es faltarle el respeto a quienes padecen auténticas agresiones, a veces desde la mas tierna infancia: es antifeminismo con vuelos hipócritas de feminismo radical. La prueba del guisante descubrió ayer a la princesa pero hoy sirve para revelar a falsas víctimas y a periódicos infames en decadencia que venden cancelaciones a directores de cine y otros personajes envidiados como harapos de su pasado progresista.

 

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