Fernando Savater: «Podemos tuvo 5 millones de votos, no creía yo que hubiera tantos tontos en España»
El escritor ha terminado el que dice que será su último libro, «La peor parte. Memorias de amor», un monumento literario a su esposa, Sara Torres, fallecida en 2015
Lo peor es descubrir que nada se derrumba después de la hecatombe, que mañana habrá otro amanecer y sus ojos no estarán para gozarlo. Lo peor es ver que los días se dilatan en su ausencia, y que no hay dolor que pare el tiempo. Estamos condenados a vivir la pérdida. «El universo está acostumbrado a la muerte, los que no estamos acostumbrados somos nosotros».
Habla Fernando Savater (San Sebastián, 1947) con la voz de la experiencia, pensando en Sara Torres, su Sara, y en el tumor cerebral que la mató el 18 de marzo de 2015, cuando tenía 58 años. Ese día debió pararse el mundo, pero no fue así. Su vida sí lo hizo, en parte, porque desde entonces mira más al pasado que al presente. Para un escritor eso significa empuñar la pluma y recordar. Eso ha hecho desde entonces: sufrir, convertir la memoria en relato. El resultado es «La peor parte. Memorias de amor», un monumento literario a la mujer de su vida. Es un tópico, pero también es verdad. El libro está terminado, al fin, y llegará a las librerías en septiembre de la mano de Ariel.
¿Se puso a escribir justo después de la muerte de Sara?
Al principio empecé a escribir un poco sobre lo que yo sentía. Era una especie de reflexión sobre el dolor o algo así. Después me di cuenta de que lo que yo quería realmente era escribir sobre ella, no sobre que que yo estuviera triste.
Uno de los orígenes de la literatura es la catarsis: ponerle nombre al dolor. Se supone que eso, en parte, lo mitiga. ¿Ha sido así en su caso?
Me gustaría poder decirle que sí… Hombre, escribir, como tiene un componente técnico, es un reto: el de convertir una cosa que tú sientes devastadoramente en algo legible, en someter la tristeza a los parámetros literarios. En cierto modo, eso te ayuda a no pensar en lo que estás sintiendo, sino en cómo te las arreglas para transmitirlo. Pero no, francamente. No mitiga el dolor.
Entonces, ¿sigue sufriendo la pérdida?
El sufrimiento es permanente. Lloro a Sara todos los días, lo mismo en el primero que hoy. En eso no he cambiado en absoluto. Lo que pasa es que bueno, es un problema mío.
¿Y cómo lo sobrelleva? ¿A qué dedica el tiempo?
Sigo haciendo lo que he hecho toda la vida, aunque ahora lo de escribir ya lo he reducido al mínimo. Entonces lo que hago es leer, releer, ver películas antiguas, oír música… Y bueno, en San Sebastián me doy paseos. Es una vida de jubilado normal. Lo que pasa es que las cosas que antes tenían mucho sabor ahora lo han perdido. La tristeza es un poco como cuando estás muy resfriado y sigues teniendo ganas de comer, pero ya la comida no te sabe a nada. Esto es lo mismo. Sigues haciendo las cosas que hacías antes, pero ya no saben a lo que sabían.
¿Siente que no se va a acabar esa tristeza?
Se acabará porque yo me acabaré. Mientras yo viva, no.
Si no le ha ayudado con el sufrimiento, ¿por qué este libro?
Si has escrito mucho sobre lo que es tu vida, cuando te ocurre algo así, que es trascendental, no puedes dejar de comentarlo, de hablar de ello. Al menos en mi caso ha sido así. En este libro lo fundamental es hablar de la vida de una persona luminosa.
¿Quién fue Sara Torres?
No hay una fórmula expresarlo. Suena un poco almibarado, pero era el amor de mi vida. Sería lo más exacto, pero no es explicativo. Ella fue una chica que nació en un medio pobrísimo, extraordinariamente humilde, que con su esfuerzo y coraje logró hacer una carrera y adquirir unos conocimientos. Fue una mujer de una cultura y una inteligencia extraordinaria. Es la persona más inteligente que he conocido nunca, la más espontáneamente inteligente… Mi propósito es que la gente, después de leer este libro, se enamore un poco de ella, como yo. Eso es lo que me gustaría que ocurriese: contagiar mi amor por ella al lector.
El suyo es un amor intenso y largo. Y ahora parece que cada vez son más cortos: en lugar de amar, consumimos relaciones.
Vamos a ver, utilizamos la palabra amor para muchísimas cosas distintas. Porque hay amores de fin de semana, o a veces vas en el autobús y dices que te has enamorado de la chica que va al fondo. Si manejamos la palabra amor con esa generosidad hay amores que duran cinco minutos. O tres segundos. Pero yo creo que cuando el amor es amor, primero es único. Y luego no se acaba: no te lo puedes quitar de encima.
¿Y cómo lo definiría?
Yo me refiero al amor como reconocimiento del destino humano de un ser por otro. Cuando un ser humano se convierte en nuestro destino. Eso es el amor. Y eso no ocurre ni todos los días, ni cada cinco minutos. Ni se pasa.
Dicen que una de las cosas más terribles de la pérdida es percibir que el mundo no se detiene. Que la vida, aunque no quieras, continúa.
Por supuesto. Uno piensa que todo el mundo va a quedar en suspenso cuando ocurre una cosa así, y de pronto ves que al día siguiente amanece y la gente sigue tomando cruasán en el desayuno y no pasa nada. ¿Qué hace todo el mundo aquí como si no hubiese ocurrido nada? Lo que pasa es que la muerte le ocurre a uno, pero no al universo. El universo está acostumbrado a la muerte. Los que no estamos acostumbrados somos nosotros.
Porque nos pasamos la vida olvidando que nos vamos a morir.
La muerte propia no va a tener ninguna relevancia, porque no vamos a tener ningún minuto después para ser conscientes. La muerte verdadera, la presencia de la muerte en nuestras vidas, es la muerte de los otros. Y muy en particular la de alguien con el que tenemos una fuerte vinculación amorosa. Esa es la muerte de verdad.
¿Es más difícil afrontar la pérdida sin fe?
Pues es que no lo sé, porque no la tengo. Veo que la gente se entristece también mucho cuando tiene fe. Se dice eso de «nos encontraremos». Si de verdad uno cree eso supongo que tiene que ser un consuelo. Es estupendo. Pero si yo pensara que yéndome al otro mundo me encontraría con Sara no estaría aquí hablando contigo.
Ha dicho muchas veces que no sabía si iba a terminar este libro… ¿Tan difícil ha sido?
Es que claro… Era una cosa que me esclavizaba mucho. Pero sabía que en el momento que se acabara me iba a quedar como muy vacío. Más libre, pero también más vacío. Quizá la libertad y el vacío sean lo mismo, no sé. El caso es que tenía unas ganas grandes de acabarlo, porque para mí era doloroso, un esfuerzo grande, un sacrificio en ocasiones; pero por otra parte tenía miedo. Porque claro, ¿y después qué?
Eso, ¿y ahora qué?
Pues la respuesta es que no lo sé.
¿Quizás habitar el recuerdo?
Evidentemente. En este momento el recuerdo para mí tiene más fuerza y más peso que cualquier evidencia concreta. Nada de lo que ocurre nuevo cada día tiene tanta fuerza como la renovación del recuerdo. Me duermo recordándola y me despierto recordándola. Y las cosas que hay a mi alrededor… Todo en lo que hay en casa me la recuerda. Hay un verso muy bonito de Virgilio: «Sunt lacrimae rerum, et mentem mortalia tangunt». Sería algo así como «hay lágrimas en las cosas y afectan al corazón humano». Esas lágrimas que hay en las cosas son en las que yo vivo ahora.
¿Eso es inevitable o hay que cultivarlo?
No se elige… Aunque es verdad, yo me consideraría un miserable si no me acordase de ella. O si tratase de olvidarla. A veces pienso que qué sentido tiene esto de seguir viviendo después de haber perdido las ganas de vivir. Y bueno, una de las cosas es que así la puedo recordar. Uno de los pretextos que me pongo para vivir es que el día que yo desaparezca disminuirán los recuerdos que hay de Sara. Yo soy un poco el guardián de los recuerdos de Sara.
Por cierto, el mundo no se para después de una muerte, pero hay tragedias que conmocionan a un país, como la de Julen.
Todos vivimos más en el mundo de las noticias que en el mundo de la realidad. Desgraciadamente, niños como Julen se están ahogando todos los días en el Estrecho, en el mar, y la mayoría de la gente les hace poco caso. Ver el dolor de unos padres y todas las incidencias del rescate… Todo eso tiene un lado bastante artificioso. En el fondo a la gente le encanta llorar siempre que hay una cámara de televisión delante. En fin, hay una escenificación del dolor en esos casos. Por otra parte hay una compasión lógica. No es lo mismo que te digan que hay miles de niños de dos años que se mueren por una razón o por otra que ver un caso concreto, que te lo estén contando. Eso hace que la parte compasiva que tenemos los seres humanos se despierte.
Pero siempre está el riesgo de convertirlo en un espectáculo.
Y eso ha sido. La cantidad de mermelada que han estado echando las televisiones, repitiendo cuarenta veces cada cosa, ha sido verdaderamente estomagante. Es verdad que era una tragedia, y a los que tenemos hijos comprender el dolor de esos padres es obvio que nos tiene que conmover. De todas maneras, ya está bien. Se ha hecho un poco de circo con el asunto. Para qué decirlo de otra manera.
Es muy llamativo que con todo ese dolor personal siga metido en la faena política. ¿No está cansado ya?
Cansadísimo. Harto. Pero bueno… Tengo una serie de compromisos con algunas cosas, con todo lo que fue la lucha en el País Vasco, con las víctimas. Sobre todo porque Sara estaba muy implicada. Esa es una de las cosas que cuento en el libro. Cuento el papel fundamental que tuvo Sara. Ella fue uno de los elementos fundamentales en la lucha contra el nacionalismo obligatorio y contra el terrorismo. Fue decisiva. Y aunque sin ella estoy mutilado, sigo esa tarea.
Pero también se ha posicionado y manifestado contra el independentismo catalán. ¿Eso por qué?
Yo lucho por defender la ciudadanía. El que el independentismo sea catalán, vasco, gallego o lo que sea me da igual. Lo que defiendo es simplemente que la ciudadanía es una capacidad de participación política que no se tiene de acuerdo a un territorio, un sexo o una ideología, sino que está por encima de todo eso. Es lo que nos constituye como sujetos políticos. Para mí no hay más ciudadanos que los ciudadanos de un Estado de Derecho. Desde el punto de vista político no hay catalanes, gallegos o andaluces: esas son características culturales. Lo que hay son ciudadanos españoles. Y todo el que quiera acabar con la ciudadanía española nos invalida como sujetos políticos. Me he pasado la vida intentando explicarlo, pero veo que no lo entienden. No solamente los nacionalistas. Los no nacionalistas siguen defendiendo identidades culturales.
¿Se refiere a Vox?
La mayoría de sus propuestas no me gustan, pero no pretenden pasar por encima de la constitución ni privar de su ciudadanía a nadie que la tenga. En otros casos… Podemos pretendía saltar por encima del Estado de Derecho. Desde el punto de vista teórico fue mucho más peligroso Podemos. Y además tuvo mucho más apoyo mediático y de votos. Cinco millones de votos. Imagínese, no creía yo que hubiera tantos tontos en España. Y esto de Vox después de todo es una cosa bastante menor. Lo que hemos visto como cosa masiva y peligrosa y antidemocrática ha sido Podemos. Y hay gente que está encantada.
¿Cómo ve lo de Venezuela?
Maduro está fuera de la constitución desde hace un montón de tiempo. En cuanto hubo una Asamblea Nacional que no le gustaba se inventó otra. Desde ese momento, Maduro no podía decir que él representa ninguna legalidad. La legalidad la representa la Asamblea Nacional que salió elegida y con la que Juan Guaidó se ha propuesto presidente. Está recuperando la legalidad que Maduro se ha saltado.
Mencionaba antes que lo de escribir ya lo ha reducido al mínimo… ¿No va a haber más libros?
Así es. De hecho, yo ya había decidido no escribir más. Pero me había quedado con esa sensación de cuando te vas de viaje y en el taxi de camino al aeropuerto piensas que te has dejado la luz encendida, que te has dejado el gas abierto. Quedaba algo por ahí. Ahora sí he terminado. He apagado la luz, he cerrado el gas.