Fernando Savater: Sopa de ganso
«El mayor mérito de la izquierda resulta ser que impide gobernar a la derecha, lo cual es un gran logro»
En recuerdo de Amando de Miguel, que se preocupaba de estas cosas.
George Borrow, don Jorgito el Inglés, fue uno de los enamorados de España más pintorescos del siglo XIX (él creía que los pintorescos eran los españoles, como suele pasar). Recorrió nuestro país repartiendo Biblias y haciendo proselitismo protestante, lo que le permitió escribir La Biblia en España, un retrato divertido, a veces perspicaz y otras disparatado de aquellos compatriotas. Entre las mil anécdotas que cuenta, hay una que prefiero y que revela la pertinacia de alguno de nuestros rasgos de carácter. En su peregrinar misionero, Borrow se acercó a un campesino que no sabía mucho de letras y que por tanto prestó poco interés al ejemplar de la Biblia. El inglés comenzó su sermón proselitista pero el labriego cortó su elocuencia: «Mire usted, don Inglés, yo no creo en la religión católica, que es la verdadera, de modo que mucho menos voy a creer en esa suya, que es falsa». Así se acababa en el siglo XIX con las fake news.
«De momento ya hay bastantes españoles de izquierdas (como todos) con ganas de dar un escarmiento a los izquierdistas reinantes»
A veces me siento como don Jorgito cuando intento hablar de política con mis conciudadanos. Aunque estén decepcionados de los políticos de izquierdas y sus turbios cambalaches, nunca aceptarán ninguna idea que venga de la derecha por eficaz que resulte. La izquierda es la verdad, todo el mundo lo sabe, y un español si es ateo será ateo católico y de izquierdas: la derecha representa irremediablemente el error y el mal, como el protestantismo, y no digamos la extrema derecha (de Isabel Díaz Ayuso prefiero no hablar). Los españoles, como descubrió Borrow, son tan feligreses cuando creen como cuando no creen. Sólo conocen una razón para la apostasía: castigar a sus correligionarios. Si se hacen protestantes será para fastidiar a los católicos, indignos de su fe auténtica; y lo mismo cuando voten a la derecha, para que aprenda la izquierda que no basta tener razón. De momento ya hay bastantes españoles de izquierdas (como todos) con ganas de dar un escarmiento a los izquierdistas reinantes, pero por desgracia aún no los suficientes. Aclaremos una cosa: las personas de izquierdas en España no viven de manera fundamentalmente distinta que los de derechas. Buscan su provecho y el de su familia, tienen claros sus derechos y dudan de sus obligaciones, rehúyen el bulto si enfrentarse a las injusticias gubernamentales comporta riesgos, quieren lo mejor para todos pero sin sacrificios personales… Hay entre ellos personas solidarias y abnegadas (vivimos en un país cristiano, por suerte) pero no en mayor número que entre la gente de derechas. La diferencia fundamental es que, llegado el momento, unos votan a los candidatos que se presentan como de izquierdas y están seguros de que ese gesto borra los pecados políticos de su alma. El mayor mérito de la izquierda resulta ser que impide gobernar a la derecha, lo cual es un gran logro: porque aunque los gobiernos de izquierdas cometan los mismos errores y abusos (¡o más!) que los otros, lo hacen de manera involuntaria, forzados por las circunstancias o engañados por indeseables en sus filas; en cambio, los gobernantes de derechas cometen sus atropellos con deliberación y deleite y si parece que aciertan en algo es porque aún no han revelado sus verdaderas intenciones. La buena voluntad siempre disculpa las estupideces y mangoneos de la izquierda, mientras que el perverso afán de lucro contamina todo lo que la derecha promueve, aunque sea repartir a los niños regalos de Navidad.
En España (que incluye y con privilegios al País Vasco y Cataluña) el carlismo representa desde el siglo XIX esa amenaza reaccionaria de la extrema derecha que tanto preocupa hoy a los espantados por Vox. No hay ideología política más contraria a los valores progresistas que el separatismo que subvierte la igualdad entre los ciudadanos y apoya el descarado egoísmo colectivo de las regiones, además de convertir a los vecinos en extranjeros en su propio país. Pues, resulta que la izquierda ha descubierto en el separatismo unos aliados inapreciables. Y, desde luego, Pedro Sánchez confía en ellos para perpetuarse en el poder que las urnas le regatean, pagando el precio en amnistía y concesiones fragmentadoras que haga falta, por indecente que sea. Los medios informativos como El País o la Ser, que pudieron llamarse un día herederos de la Ilustración pero hoy son sencillamente gubernamentales, bautizan como coaliciones «progresistas» a la impía amalgama entre socialistas del oportunismo, separatistas fanáticos o aprovechados, deudores del dinero extranjero que viene de los financiadores más repugnantes, etc. Y gran parte de los votantes, tan dóciles a la feligresía como el campesino analfabeto que rechazó a Borrow, están convencidos de que han salvado a España de los tentáculos del Capitalismo Internacional. La verdad es que resulta difícil ilusionarse por las biblias que hoy venden en España…