Fernando Schmidt: Israel y nuestros “próceres”
Hemos alimentado en América Latina un resentimiento profundo e irracional hacia nuestras raíces clásicas y judeocristianas. Se trata de grupos menores, urbanos, que viven anclados en teorías fantasiosas, pero cuya influencia provoca confusión en una época vacía.
Casas atacadas en el Kibbutz Beeri Credit: @bokeralmog
Es poco lo que se puede agregar a estas alturas al análisis del excanciller José Miguel Insulza, publicado en El Líbero, que desmenuza las diferentes secuelas de los atentados terroristas en suelo israelí y los enfrentamientos con Hamas, el grupo fundamentalista islámico patrocinado por Irán y otros estados. Estos ocupan la Franja de Gaza desde el 2007 y pretenden la desaparición del Estado judío. Señala Insulza, con razón, que algo ha cambiado en la zona, aunque no sabe en qué dirección. El dinamismo de los acontecimientos es permanente.
Mientras escribo estas líneas está convocada una reunión del Consejo de Seguridad de la ONU, e Israel da un plazo de 24 horas a los residentes de la parte norte de Gaza para que abandonen sus hogares, algo que no quiere Hamas por motivo alguno. Es decir, se nos vienen días mucho más sangrientos, terribles desde el punto de vista humanitario. Días de intensa emotividad en todo el mundo árabe, aunque tal vez decisivos desde una perspectiva política.
Estas jornadas de dolor nos han obligado a todos a revisar la historia y contrariar visiones victimistas sobre los asuntos del Medio Oriente en los que se situaba buena parte de la opinión pública. Nunca Israel había sido golpeado de tal manera y hemos aprendido a diferenciar el terrorismo de Hamas de la causa palestina; a distinguir el sangriento método ilegítimo, del objetivo político.
El terrorista confunde ambos planos. Está ciego y es víctima de un odio inoculado. Se encuentra dominado por los mismos sentimientos de los verdugos de Auschwitz o Dachau. Premunido de una oscura emoción coloca bombas en los templos cristianos del cinturón de África central ¿A nombre de quien actúa? ¿De Alá el Misericordioso? ¿Del desprecio a Israel, a los valores occidentales y a los signos visibles de nuestra cultura? ¿Qué ciego fanatismo lleva a algunos a inmolarse pegándose bombas al cuerpo para matar a otros?
Mientras tanto, en Occidente hemos sufrido una larga etapa de profunda crisis moral y de identidad que ha coexistido con una tremenda y extendida ignorancia de la historia. El vacío fue reemplazado por el ruido; por lo llamativo; por afirmaciones absolutas y livianas; por frases cliché acerca del pasado. Hemos alimentado en América Latina, además, un resentimiento profundo e irracional hacia nuestras raíces clásicas y judeocristianas. Se trata de grupos menores, urbanos, que viven anclados en teorías fantasiosas, pero cuya influencia provoca confusión en una época vacía. Alimentan un trasnochado antihispanismo, antiimperialismo y anticolonialismo. Es la rabia minoritaria contra la propia esencia que da lugar al octubrismo, a la anomia.
De ese modo se pueden entender las voces en nuestra región que no condenaron desde el primer momento y de manera tajante lo ocurrido en Israel. Las que adjudicaron la barbarie únicamente a la ceguera israelí para implementar los derechos palestinos expresados en resoluciones de Naciones Unidas. Las voces que ignoran olímpicamente la responsabilidad de los propios dirigentes árabes y palestinos en esta tragedia.
Venezuela, por ejemplo, estimó que los sucesos son “el resultado de la imposibilidad del pueblo palestino de encontrar en la legalidad internacional multilateral un espacio para hacer valer sus derechos históricos”. Para Cuba, son “consecuencia de 75 años de permanente violación de los derechos inalienables del pueblo palestino y de la política agresiva y expansionista de Israel”. Tanto para Nicolás Maduro como para Daniel Ortega, el genocidio del sábado pasado y días posteriores no es el que sufrió Israel, sino el que ha padecido el pueblo palestino. Evo Morales, en abierto desafío al Gobierno boliviano condenó en las primeras horas “las acciones imperialistas y coloniales del gobierno sionista israelí”. Amparar el terrorismo no le puede hacer más daño a la causa palestina.
Sin embargo, la crisis identitaria de occidente está dando lugar a una paulatina fase de autoafirmación. La agresión rusa a Ucrania se daba, entre otras muchas premisas, bajo el supuesto de un declive occidental expresado en una OTAN entonces moribunda, o de un seguro agotamiento del apoyo europeo a Kiev por razones económicas y energéticas. Nada de eso ocurrió. Al contrario, la OTAN se fortaleció y Ucrania podría ser más pronto que tarde parte de la UE y, tal vez, incluso de la propia Alianza defensiva. Es decir, políticamente Rusia saldría derrotada si Ucrania logra integrarse a dichas instituciones.
Análogamente, el terrorismo de Hamas en nuestras pantallas ha galvanizado un inequívoco apoyo a Israel entre los países occidentales con acciones concretas; ha destrozado en buena parte de la opinión la victimización de la Franja; ha permitido apreciar el secuestro de ese territorio por aquel grupo y por Irán, y ha despertado una apreciable solidaridad mundial con Israel, país que poco a poco estaba avanzando en su reconocimiento diplomático en el propio mundo árabe y en África. Al igual que Rusia, creo que Hamas, Irán y sus asociados han sufrido, hasta ahora, una derrota política.
La Liga Árabe reunida el miércoles en El Cairo no aplaudió la acción de Hamas y condenó todas las muertes de personas inocentes del bando que sea, aunque lógicamente reiteró su solidaridad con Palestina. Pidieron a Israel una paz negociada a base de dos Estados, el fin del bloqueo a Gaza y una actitud humanitaria hacia esa población secuestrada. Es decir, fueron más sensatos y moderados que nuestros “próceres” latinoamericanos.
Ahora está en manos de Israel buscar junto a Egipto y países del Golfo una salida humanitaria al drama que vive la población palestina asfixiada en Gaza, si quiere que la inminente operación militar contra el terrorismo no se manche innecesariamente, que es lo que busca Hamas. Igualmente, cuando llegue el momento, tendrán que proponer una solución política al tema palestino a base de unos renovados principios de Oslo. Para ello, el peso de Turquía, Egipto, Arabia Saudita, los Estados Unidos y la UE pueden ser determinantes. Sin el concurso de estos actores y tal vez de alguno más, resulta difícil pensar en la mediación exitosa que reclama José Miguel Insulza.
En este sentido, los países árabes están mejor encaminados que nuestros “próceres” a la hora de comprender la situación que les afecta. Aprecian sus errores pasados y tienen mejor disposición para ayudar a los palestinos a una solución política futura. A ellos no les pasaría lo que a Nicolás Maduro, que en un reciente Tik-Tok dijo que Jesús era palestino por haber nacido en Belén; que fue el primer antiimperialista que se conoce en la historia moderna, y que terminó crucificado por el imperio español y las oligarquías. Dan vergüenza ajena las declaraciones, y demuestran por otro lado que en estos lados no hay sustento para mediar: el papel que tal vez a Lula -valedor mundial de Maduro y presidente rotativo del Consejo de Seguridad- le gustaría ejercer.