Fidel Castro, ascendido a los cielos
La muerte biológica de Fidel Castro el pasado viernes, a los 90 años, no lo borrará del escenario político de su país, como no lo pudo borrar su muerte política cuando en 2006 se retiró de todos sus cargos obligado por una grave enfermedad. La verdad es que ahora su fallecimiento lo acaba de ascender al rango definitivo de diosecillo del proletariado y continuará, desde los altares que le preparan, como fundador y garante de la ideología de la dictadura. Ya no tendrá que volver a aparecer con su traje deportivo de Adidas como el honorable anciano guerrillero que se apoderó de un país y lo convirtió en su finca privada, dedicado a recibir a sus visitantes extranjeros, a escribir unas notas que nadie más entendía y a promover unas yerbas que aliviarían el hambre que él mismo provocó entre sus compatriotas.
Desde el momento en que los expertos de los laboratorios del Partido Comunista organicen su santuario y sus lugares de culto, Fidel Castro asumirá con todas las de la ley su papel de guía y mentor intelectual de la doctrina política que conduce el país en la que Marx y Lenin murieron hace tiempo y José Martí ha sido, como se dice en el béisbol, un bate de emergente.
Sí, a los cubanos les espera de inmediato la sacralización del Comandante Fidel Castro y sus discursos, entrevistas y todo lo que dicho o ha escrito en 60 años, serán materia de estudio a la que habrá que llegar con fervor revolucionario para conocer, en teoría, en qué país se vive y hacia dónde queda el porvenir.
En este nuevo cargo que le otorga la muerte y refrendan sus amigos, Fidel Castro comienza a liberarse del desastre real que deja en su país.
Empieza el periodo de evocarlo por sus peroratas agotadoras para no tener que recordarlo como el promotor principal de la ruina económica de la isla, la prohibición de los partidos políticos, la muerte del periodismo, la represión brutal a los opositores, los miles de presos políticos, los cubanos fusilados, la división de la familia y la obsesión de los jóvenes por irse de la tierra donde nacieron.
A la hora de mencionar su gestión al frente del Gobierno, ya se sabe que los laboratorios de propaganda oficial hablarán de los éxitos de su trabajo en la educación y la salud pública. Y, otra vez, nada más se lo van a creer los extranjeros que no tienen que padecer el adoctrinamiento de sus hijos ni unos servicios médicos de buenos profesionales en medio de una infraestructura africana. Además, suele decir el humor cubano, uno no quiere pasarse la vida enfermo o estudiando.
Fidel Castro se muere en un país incierto y pobre que él diseñó con saña. No se trata de un país socialista porque ese sistema no funciona. Se ha muerto en una nación reprimida y sin libertad que no le puede garantizar ni un vaso leche diario a los ciudadanos, sobrevive con una libreta de racionamiento desde el año 1963 y ha tenido que ponerse unos remiendos de capitalismo barato para que la nomenclatura pueda continuar con su vida de ricos y los grandes sectores sueñen que las cosas van a cambiar.
Creo que la noticia se recibe dentro de la isla con más indiferencia que júbilo o pesar. Ya Fidel Castro estaba fuera del juego para la mayoría. De todas formas habrá de todo, desde grandes celebraciones disimuladas hasta lágrimas entre los nostálgicos de las viejas generaciones porque los dictadores tienen seguidores fieles en todos los países.
Los más alegres, aunque se presenten compungidos y de luto, son sus compañeros de viaje y de poder que controlan el país. Ellos se libran para siempre de su presencia y de sus eventuales regaños desde el retiro y lo asumen como un santón callado que les ayuda a justificar la prolongación de la dictadura.
En el exilio la fiesta es abierta y múltiple. Centenares de cubanos esperaron el amanecer del sábado en distintos escenarios de la Pequeña Habana y, en especial, en las cercanías de los restaurantes Versailles y La Carreta en la céntrica calle Ocho.
Llevaban tambores y cacerolas y arrollaron toda la madrugada, mientras se producían desfiles de automóviles con las banderas cubanas.
Entre los letreros escritos con urgencia que llevaban los exiliados en sus manifestaciones en Miami, me gusta destacar este porque es una sabia combinación de alegría y reflexión: «Raúl tirano, vete con tu hermano».