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The Economist: La última batalla de Fidel

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El Partido Comunista Cubano bloquea los cambios

Cuando Fidel Castro hizo una breve aparición en el VII Congreso del Partido Comunista de Cuba, el pasado 19 de abril, fue recibido con un prolongado aplauso. «Bueno, vamos a pasar a otro tema», dijo finalmente, con una voz estentórea distorsionada por la edad. Era una broma. Pero bien podría haber estado dando vuelta a la página de la histórica visita a La Habana de Barack Obama en marzo y a las expectativas de cambios rápidos que generó entre los cubanos. Después de haber recordado a la audiencia que pronto cumplirá 90, y que la muerte nos llega a todos, Fidel continuó: «Las ideas de los comunistas cubanos perdurarán.»

Ningún estudioso serio de Cuba imaginó que la visita de Obama y su llamado televisado a elecciones libres traería como consecuencia un cambio inmediato. Pero el congreso del partido resultó ser una decepción, incluso para los estándares prudentes de las reformas que Raúl Castro, hermano de Fidel ligeramente más joven, ha puesto en marcha desde que asumió como presidente en 2008.

El inmovilismo fue simbolizado por la confirmación como segundo secretario del partido (sólo detrás de Raúl) de José Ramón Machado Ventura, de 85 años de edad, un guardián ideológico estalinista. Incluso algunas autoridades habían dado a entender que su poderosa posición podía ser otorgada a Miguel Díaz-Canel (56), el vicepresidente y sucesor putativo de Raúl como presidente en 2018. Cinco nuevos miembros más jóvenes se unieron al politburó, pero ninguno es conocido por ser un reformador. Se desvanecieron asimismo las esperanzas previas de que el Congreso podría aprobar una reforma electoral y un papel más importante para el actual parlamento, hoy una simple formalidad.

Raúl Castro dedicó parte de su discurso de apertura del congreso a responder a Obama. Quejándose de una «estrategia perversa de subversión político-ideológica«, en referencia a la llamada de Obama para el fortalecimiento de las pequeñas empresas de Cuba y la incipiente sociedad civil, Raúl dijo a los delegados que «hay que reforzar la cultura anticapitalista y antiimperialista entre nosotros. «En cuanto a las elecciones libres, en dos ocasiones insistió:» Si logran algún día fragmentarnos, sería el principio del fin … de la revolución, del socialismo y la independencia nacional «. 

 Insistió en que la «actualización» de la economía de Cuba, para dar un papel más importante al sector no estatal y eliminar las distorsiones y los subsidios, continuaría «sin prisa pero sin pausa». De hecho, las reformas se han detenido: de las 313 «directrices” aprobadas en el congreso anterior, realizado en 2011, sólo el 21% se han aplicado completamente. El gobierno recientemente ha reintroducido límites de precios en algunos productos alimenticios. Días antes del congreso Omar Everleny Pérez, el más prominente de los economistas reformistas que asesoran a Raúl, fue despedido de su puesto en la Universidad de La Habana. Su supuesto error habría sido compartir información con académicos estadounidenses. Pérez había exigido con frecuencia que las reformas fueran más rápido.

Una hipótesis es que Raúl puede permitirse el lujo de avanzar más lentamente debido a la inyección de dólares provenientes de la liberación de algunas restricciones sobre el turismo, a las remesas y a las inversiones. Eso puede ser cierto en el corto plazo. Pero el propio Raúl ofreció una crítica fulminante de los problemas subyacentes de Cuba, al criticar las «mentalidades anticuadas», «una completa falta de sentido de urgencia» en la implementación del cambio y los «efectos dañinos del igualitarismo» al no recompensar el trabajo o la iniciativa. Se lamentó ante la incapacidad de la economía para aumentar los salarios, que «siguen siendo incapaces de satisfacer las necesidades básicas de las familias cubanas».

Entonces, ¿qué explica la precaución de Raúl? Llegó a afirmar que había bromeado con algunos funcionarios estadounidenses de que «si hubiera dos partidos políticos en Cuba, Fidel dirigiría uno y yo el otro.» Bromas aparte, ello suena a verdad. Muchos de los 670.000 miembros del Partido Comunista tienen terror al cambio, por temor a la pérdida de estabilidad, beneficios y privilegios. Ellos ven la apertura de Obama a Cuba como una amenaza existencial. Fidel es su punto de referencia. Él actúa como un freno a la reforma.

Lo que Raúl, a su manera cuidadosa y ordenada, está haciendo es institucionalizar el sistema cubano, que durante mucho tiempo dependía de los caprichos de Fidel. Ha establecido un proceso gradual de transición a un liderazgo post-Castro. Él no es un demócrata liberal: elogia el equilibrio entre la planificación estatal y el mercado en China y Vietnam. Ha iniciado tanto una «conceptualización» del modelo socioeconómico de Cuba como una revisión de la Constitución para incorporar sus reformas. Todo ello será el testamento político de los hermanos Castro.

Pero Raúl, a diferencia de Fidel, es un realista. Él sabe que el sistema no funciona y que las medidas que ha tomado, en especial la apertura con los Estados Unidos, han desatado expectativas de cambio y de un mejor nivel de vida. La sociedad cubana está evolucionando rápidamente, incluso mientras la dirección política sigue siendo tan pesada como un almuerzo suministrado por el gobierno. A mediano plazo, en algo tendrá que ceder.

Traducción: Marcos Villasmil

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ORIGINAL EN INGLÉS:

The Economist

Fidel’s Last Stand 

The Cuban Communist Party blocks change

WHEN Fidel Castro made a brief appearance at the Cuban Communist Party’s seventh congress on April 19th he was greeted with prolonged applause. “Well, let’s move to another subject,” he eventually said, his stentorian voice distorted by age. It was a joke. But he might as well have been turning the page on the historic visit to Havana by Barack Obama in March and the expectations it generated among Cubans of speedy changes. Having reminded his audience that he would soon turn 90 and that death comes to all, Fidel went on: “The ideas of Cuban communists will endure.”

No serious student of Cuba imagined that Mr Obama’s visit and his televised call for free elections would prompt overnight change. But the party congress proved to be a disappointment even by the cautious standards of the reforms that Raúl Castro, Fidel’s slightly younger brother, has set in train since he took over as president in 2008.

The stasis was symbolised by the retention as second party secretary (behind only Raúl) of José Ramón Machado Ventura, an 85-year-old Stalinist ideological enforcer. Even officials had hinted that his powerful post might be passed to Miguel Díaz-Canel (56), the vice-president and Raúl’s putative successor as president in 2018. Five new, youngish members joined the politburo, but none is known to be a reformer. Earlier hopes in Havana that the congress might approve an electoral reform and a bigger role for the rubber-stamp parliament were dashed.

Raúl Castro devoted part of his opening report to the congress to answering Mr Obama. Complaining of a “perverse strategy of political-ideological subversion”—a reference to Mr Obama’s call for the empowerment of Cuba’s small businesses and incipient civil society—Raúl told the delegates that “we must reinforce anti-capitalist and anti-imperialist culture among ourselves.” As for free elections, he twice insisted: “If they manage some day to fragment us, it would be the beginning of the end…of the revolution, socialism and national independence.”  

He insisted that the “updating” of Cuba’s economy, to give a bigger role to the non-state sector and remove distortions and subsidies, would continue “without haste but without pause”. In fact, the reforms have all but halted: of the 313 “guidelines” approved at the previous congress in 2011, only 21% have been fully implemented. The government recently reintroduced price caps on some foodstuffs. Days before the congress Omar Everleny Pérez, the most prominent of the reformist economists advising Raúl, was sacked from his post at the University of Havana. His alleged fault had been to share information with American academics. Mr Pérez has often called for the reforms to go faster.

One hypothesis is that Raúl can afford to move more slowly because of the injection of dollars from Mr Obama’s loosening of restrictions on tourism, remittances and investment. That may be true in the short term. But Raúl himself offered a withering critique of Cuba’s underlying problems, criticising “out-of-date mentalities”, “a complete lack of a sense of urgency” in implementing change and the “damaging effects of egalitarianism” in failing to reward work or initiative. He lamented the economy’s inability to raise wages, which “are still unable to satisfy the basic needs of Cuban families”.

So what explains Raúl’s caution? He said that he had joked with American officials that “If we were to have two parties in Cuba, Fidel would head one and I the other.” Joking apart, that rings true. Many of the Communist Party’s 670,000 members are terrified of change, fearing the loss of security, perks and privileges. They see Mr Obama’s opening to Cuba as an existential threat. Fidel is their reference point. He acts as a brake on reform.

What Raúl, in his neat and tidy way, is doing is to institutionalise the Cuban system, which long depended on Fidel’s whims. He has set out a gradual process of transition to a post-Castro leadership. He is no liberal democrat: he praises the balance between state planning and the market in China and Vietnam. He has initiated both a “conceptualisation” of Cuba’s socioeconomic model and a revision of the constitution to incorporate his reforms. These will be the Castro brothers’ political testament.

But Raúl, unlike Fidel, is a realist. He knows that the system does not work and that the steps he has taken, especially the opening to the United States, have unleashed expectations of change and a better standard of living. Cuban society is evolving fast, even as the political leadership remains as stodgy as a government-supplied lunch. In the medium term, something will have to give.

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