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Florian Henckel: «Alemania tiene que superar la obsesión con su pecado nazi»

El director de 'La vida de los otros' regresa a las heridas aún abiertas de la historia reciente de su país de la mano de una reflexión sobre el arte en 'La sombra del pasado'

La anécdota es conocida. El hermano de Tolstoi le puso sólo una condición al escritor para entrar a formar parte de su club. Tenía que quedarse en un rincón. Simplemente. En el momento que dejara de pensar en un oso polar ya podría considerarse un miembro más del por fuerza selecto cenáculo tolstoiano. Los expertos llaman esto «mecanismo de control mental irónico bimodal». Florian Henckel von Donnersmarck, que tampoco reniega de los nombres largos e impronunciables, no llega a tanto. A él le vale el mucho más conciso término de «obsesión». Ni que decir tiene que el autor de Guerra y paz jamás fue socio de nada. «En realidad», razona el director, «esta es la paradoja que atenaza a Alemania. La monstruosidad de lo que ocurrió en la Segunda Guerra Mundial es de tal tamaño que todo gira en torno a ella, que sólo se habla de ella, que, en los colegios, ésa es la única parte de la historia que se enseña. No digo que no deba hacerse, pero si no se hace nada más, no hay forma de salir del rincón. Ése es nuestro oso blanco».

La nueva película del director de La vida de los otros insiste en buena medida en la gran deuda alemana. En el oso. Si la cinta que le dio fama y Oscar narraba la vida de un hombre al servicio de la siniestra Stasi y devorado por la maquinaria del Estado, ahora, en La sombra del pasado, la idea es más ambiciosa. Y, apurando, liberadora incluso. Con la vida del artista Gerhard Richter como inspiración, la cinta recorre la existencia de un pintor desde el nazismo a la posguerra con parada en el fracaso socialista del Este. «Una investigación periodística descubrió que el suegro de Richter había sido uno de los responsables del programa de eutanasia del Tercer Reich. Pasaba por ser un doctor honorable en democracia, pero…», cuenta Henckel para explicar el inicio de su proyecto. Y sigue: «Ese ejemplo da la pauta. En 1968, mientras en toda Europa se discutían asuntos como la liberación sexual o la urgencia de acabar con el capitalismo, en mi país fue una revuelta contra la generación anterior. Se buscaba castigar a los padres… Lo que quedaba claro es que los que fueron unos malnacidos entre 1933 y 1945, lo fueron antes y lo seguirían siendo después». Y ahí lo deja.

El director Florian Henckel von Donnersmarck.Thomas Leidig

Pero con todo, y pese a lo descarnado de la motivación de la película, La sombra del pasado no es tanto un ajuste de cuentas, un castigo autoinfligido, como todo lo contrario. O eso pretende. La cinta se abre con una meticulosa reconstrucción de la muestra de arte degenerado con la que el régimen nazi quiso demonizar a toda la vanguardia artística. «La exhibición fue un gran éxito. La gente era consciente de que acudía a ver por última vez algo que iba a ser destruido», dice Henckel. En el ideario de Hitler, él mismo aficionado a la pintura («y pésimo pintor»), el arte tenía que detenerse en todo lo sublime por admirable. «A la vez se montó una exposición aria en Múnich que parecía arte para surferos, plagada de cuerpos musculosos y cabellos rubios. Lo que no entiende esta forma de entender la creación artística es su función salvífica. El arte de vanguardia, el tachado como degenerado, era fundamentalmente un grito de desesperación que no buscaba copiar la realidad sino clamar contra ella. Regenerarla».

Acabada la guerra, el personaje principal de la cinta de Henckel acaba en el fragor del nuevo arte alemán. Allí donde mandan personajes como Joseph Beuys que reniegan de cualquier afán figurativo, de cualquier habilidad o pericia más propia «de artesanos». «Se quiere hacer borrón y cuenta nueva porque todo lo anterior está infectado», explica Henckel justo antes de dar la clave interpretativa de su película: «En realidad, el que guía todo este trabajo es Elia Kazan. En sus memorias describe en una bella analogía cómo el arte es la costra que se forma sobre las heridas de la memoria. El arte es más universal en la medida que la herida que se pretende hacer cicatrizar es más grande. Suena truculento, pero creo que la metáfora funciona».

En efecto, el artista que guía tanto la cinta como la reflexión de Henckel no busca venganza. Su intención no es recrear el pasado para humillar a todos aquellos que, tras tomar parte en una de las mayores atrocidades que ha conocido el mundo, se esconden luego en el traje de ciudadanos modelos. «El esfuerzo del protagonista es acceder a un nuevo lenguaje que le permita recuperar el sentido de la tolerancia, del amor, de una vida digna… Todo eso que jamás tendrá el ex nazi y los que son como él. Ésa es su victoria y el propio sentido de la creación artística… Richter se considera antes que un creador genial, un medium. Cree que a través de su obra es la propia sociedad la que sana», dice y le creemos.

Tom Shilling en una escena de ‘La sombra del pasado’.WANDA

Y llegados a este punto, vuelve al principio. «La prueba de que aún no hemos sido capaces de dejar de pensar en el oso la tuvimos hace poco con la decisión de Merkel de acoger a los refugiados sirios sin contar con Europa. Lo hizo por ese dolor de conciencia que nos hace despreciar toda la historia salvo la que tiene que ver con el nazismo. Vivimos obsesionados con ese pecado. Y tenemos que superarlo. Si Europa existe es para que ningún país grande decida por los demás. El oso sigue ahí».

 

 

 

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