Ford vs. Ferrari
Ford v. Ferrari: ¡Es un deleite!
Matt Damon y Christian Bale protagonizan la mirada retrospectiva de James Mangold a la edad de oro del automovilismo.
Rápido: ¿Quién ganó las 24 Horas de Le Mans en 1966?
Si sabe la respuesta sin buscar en Google, entonces probablemente no tenga que venderle el filme «Ford v Ferrari», la ágil y astuta reconstrucción de James Mangold de un momento histórico en los anales del automovilismo. Seguramente la verá preparado para detectar las diferencias y discrepancias históricas que a mí se me escaparon. (Por favor, hágame saber lo que encuentre.) Si, por otro lado, usted es (como yo) un poco ignorante de los deportes de motor, entonces puede que quiera mantenerse alejado de los saboteadores y buscadores de spoilers en la web, y dejar que la película le sorprenda.
Es, en definitiva, una muy agradable sorpresa. En parte porque Christian Bale y Matt Damon, los actores principales, son muy buenos, y están apoyados por un buen elenco que incluye a Tracy Letts en una de las mejores y menos esperadas escenas de llanto del año. Y en parte porque el material sobre los coches – en el garaje y en la pista – está filmado y editado de forma nítida, ofreciendo un recordatorio de que las películas y los automóviles tienen una afinidad natural y mucha historia compartida. Desde los días de los Keystone Kops hasta «Rápido y furioso», algunas de las mejores películas han sido rodadas con vehículos que funcionan con gasolina.
Pero «Ford v Ferrari», escrita por Jez Butterworth, John-Henry Butterworth y Jason Keller, lleva la conexión más allá, sugiriendo sutiles pero inconfundibles vínculos entre las carreras y la realización de películas como propuestas estéticas y económicas. Carroll Shelby y Ken Miles, el diseñador y conductor de coches interpretados por Damon y Bale respectivamente, son espíritus libres ávidos de riesgo que juegan con el dinero de otros; son individualistas indisciplinados que, sin embargo, dependen de la buena voluntad de una gran corporación.
El conflicto al que alude el título -entre las líneas de montaje de Detroit y los talleres artesanales de Módena, Italia, por la supremacía en el mundo de las carreras- es una especie de pista falsa. La verdadera lucha es entre los gerentes y burócratas de la Ford Motor Company y los aventureros e inconformistas cuyo trabajo se desarrolla en la pista con el logotipo de Ford. No es muy difícil imaginar a Carroll y Ken como cineastas luchando con ejecutivos de estudio vestidos de traje y corbata, por el control creativo de una película.
Son, en cualquier caso, chicos chéveres y simpáticos de una cosecha particular, avatares de una masculinidad salada, sin dobleces, de viejo estilo, que está disfrutando de una moda algo improbable en estos días. Su esfuerzo por construir un coche de carreras ganador de la carrera de Le Mans para Ford es un desafío de ingeniería similar en ambición al programa Apolo conmemorado en el filme «First Man» de Damien Chazelle, aunque a menor escala. La contradictoria amistad entre Carroll, un sólido e imperturbable tejano, y Ken, un británico arácnido y nervioso, con acento Cockney, podría hacer recordar el vínculo entre los personajes de Brad Pitt y Leonardo DiCaprio en «Érase una vez… en Hollywood».
Al igual que esas películas, «Ford v Ferrari» adopta una visión de los años 60 en la cual la acción ocurre dentro de la cultura americana convencional. Bueno, no todo tipo de acción. Si «Ford v Ferrari«, con su ritmo narrativo ligero y su amor por la grasa y el ruido, se hubiera hecho unos años después de los eventos que representa, podría haber sido protagonizado por alguien como Steve McQueen, Robert Redford o incluso Burt Reynolds – actores que infundían a cualquier otra cosa que hicieran en pantalla una sexualidad franca y a veces agresiva -. Damon y Bale, ambos carismáticas estrellas del cine actual, no emiten el mismo tipo de magnetismo erótico, y sus personajes no son, decididamente, animales en celo. Ken es un hombre dedicado a su paciente esposa, Mollie (Caitriona Balfe), que lo apoya, y a su hijo, Peter (Noah Jupe), que idolatra a su padre. Carroll, hasta donde sabemos, no tiene vida personal en absoluto.
No me estoy quejando, sólo estoy tomando nota de un cambio en las costumbres. En la pantalla y tal vez fuera de ella, la ambición ha tomado el lugar de la lujuria. El trabajo es el nuevo sexo. Y el trabajo – sus placeres y frustraciones, la interferencia de los jefes y la camaradería de los colegas – es lo que impulsa «Ford v Ferrari».
Carroll (Matt Damon), un ex campeón de Le Mans que dejó la conducción competitiva por motivos de salud, conoce a Ken – que tiene un taller de reparaciones en Los Ángeles – desde hace años, cuando coincidían en los circuitos americanos de carreras. Ambos asumen una tarea ofrecida – y otorgada- por Henry Ford II (interpretado por el maravilloso Letts). El negocio familiar de Carroll Shelby se ve amenazado porque sus productos son tan innovadores, que los inquietos jóvenes de la generación de los «baby boomers» no los quieren comprar. Ganar a Ferrari en Le Mans será parte de una estrategia de cambio de imagen de su marca que también incluye la introducción del deportivo Mustang.
Los italianos son artesanos del viejo mundo y maquinadores maquiavélicos cuyo espíritu está encarnado por el patriarca de la empresa, Enzo Ferrari (Remo Girone). Carroll y Ken no tienen mucho que ver con sus rivales antes de la carrera misma, enredándose en cambio con Lee Iacocca (Jon Bernthal), un semi-visionario frustrado en las filas de los ejecutivos de Ford, y Leo Beebe (Josh Lucas), a quien se le da el control del programa de carreras de la compañía.
Beebe, con su pelo raso, sus trajes cuadrados y su sonrisa untuosa, es el villano designado, con una animadversión especial contra Ken, que evidentemente «no es un hombre de Ford». Carroll está atrapado en el medio, ya que técnicamente es el jefe de Ken y la persona en la que Ford ha decidido, con cierta reticencia, confiar. Las intrigas de la sala de juntas animan el drama de la carrera, y viceversa.
«Ford v Ferrari» no es una obra maestra, pero es -para invocar un debate que se está gestando actualmente- cine real, el tipo de película sólida, satisfactoria y no molesta que puede parecer en peligro hoy en día. (Debo señalar que el currículum de Mangold incluye «Logan» y «El Lobezno» (The Wolverine), dos de las películas de superhéroes más interesantes de la última década). Para decirlo en los términos más sencillos: Puede ser que usted piense que no le importa quién ganó las 24 horas de Le Mans en 1966, pero durante dos horas y media, sí lo hará.
Traductor: Marcos Villasmil
NOTA ORIGINAL:
The New York Times
‘Ford v Ferrari’ Review: It’s a Gas
A. O. Scott
Matt Damon and Christian Bale star in James Mangold’s look back at the golden age of auto racing.
Quick: Who won the 24 Hours of Le Mans in 1966?
If you know the answer without Googling, then I probably don’t have to sell you on “Ford v Ferrari,” James Mangold’s nimble and crafty reconstruction of a storied moment in the annals of auto racing. You will probably go in prepared to spot torque differentials and historical discrepancies that escaped my notice. (Please let me know what you find.) If, on the other hand, you are (like me) a bit of a motor-sport ignoramus, then you might want to stay away from web-search spoilers and let the film surprise you.
It is, all in all, a pleasant surprise. Partly because Christian Bale and Matt Damon, the lead actors, are really good, and are supported by a fine cast that includes Tracy Letts in one of the best and least-expected crying scenes of the year. And partly because the car stuff — in the garage and on the track — is crisply filmed and edited, offering a reminder that movies and automobiles have a natural affinity and a lot of shared history. From the Keystone Kops days to “The Fast and the Furious,” some of the best motion in motion pictures has come from gasoline-powered vehicles.
But “Ford v Ferrari,” written by Jez Butterworth, John-Henry Butterworth and Jason Keller, pushes the connection further, suggesting subtle but unmistakable links between racing and filmmaking as aesthetic and economic propositions. Carroll Shelby and Ken Miles, the car designer and driver played by Damon and Bale, are risk-hungry free spirits gambling with someone else’s money, unruly individualists who nonetheless depend on the good will of a large corporation.
The conflict alluded to in the title — between the assembly lines of Detroit and the artisanal workshops of Modena, Italy, for supremacy in the racing world — is a bit of a red herring. The real struggle is between the managers and bureaucrats of the Ford Motor Company and the mavericks whose work rolls out onto the track bearing the Ford logo. It’s not much of a stretch to imagine Carroll and Ken as filmmakers fighting with studio suits for creative control.
They are, in any case, cool guys of a particular vintage, avatars of a salty, clean-cut, old-style masculinity that is enjoying a somewhat improbable vogue these days. Their effort to build a Le Mans-winning racecar for Ford is an engineering challenge similar in ambition to the Apollo program commemorated in Damien Chazelle’s “First Man,” though smaller in scale. The chalk-and-cheese friendship between Carroll, a solid, unflappable Texan, and Ken, a spidery, easily flapped Cockney, might remind you of the bond between Brad Pitt’s and Leonardo DiCaprio’s characters in “Once Upon a Time … in Hollywood.”
Like those movies, this one embraces a view of the ’60s in which the square American mainstream is where the action is. Well, not every kind of action. If “Ford v Ferrari,” with its loose-limbed narrative rhythm and its love of grease and noise, had been made a few years after the events it depicts, it might have starred someone like Steve McQueen, Robert Redford or even Burt Reynolds — actors who infused whatever else they were doing onscreen with a frank, sometimes aggressive sexuality. Damon and Bale, both charismatic movie stars, don’t put out quite the same kind of erotic magnetism, and their characters are decidedly not tomcats or horndogs. Ken is the picture of uxoriousness, devoted to his sighing, supportive wife, Mollie (Caitriona Balfe), and their son, Peter (Noah Jupe), who idolizes his dad. Carroll, as far as we know, has no personal life at all.
I’m not complaining, just taking note of a shift in mores. Onscreen and maybe off, ambition has taken the place of lust. Work is the new sex. And work — its pleasures and frustrations, the interference of bosses and the camaraderie of colleagues — is what propels “Ford v Ferrari.”
Carroll, a former Le Mans champion who gave up competitive driving for health reasons, knows Ken, who runs a struggling repair shop in Los Angeles, from the American racing circuit. The two of them take up a commission bestowed by Henry Ford II (the wonderful Letts). His family business is threatened by the doughtiness of its products, which restless young baby boomers don’t want to buy. Beating Ferrari at Le Mans will be part of a rebranding strategy that also includes the introduction of the sporty Mustang.
The Italians are foils — old-world artisans and Machiavellian schemers whose ethos is embodied by the company patriarch, Enzo Ferrari (Remo Girone). Carroll and Ken don’t have much to do with their rivals before the race itself, tangling instead with Lee Iacocca (Jon Bernthal), a frustrated semi-visionary in the ranks of the Ford executives, and Leo Beebe (Josh Lucas), who is given control of the company’s racing program.
Beebe, with his side-parted hair, his boxy suits and his unctuous grin, is the designated villain, with a special animus against Ken, who is evidently “not a Ford man.” Carroll is caught in the middle, since he is technically Ken’s boss and the person Ford has, somewhat reluctantly, decided to trust. The boardroom intrigue enlivens the raceway drama, and vice versa.
“Ford v Ferrari” is no masterpiece, but it is — to invoke a currently simmering debate — real cinema, the kind of solid, satisfying, nonpandering movie that can seem endangered nowadays. (I should note that Mangold’s résumé includes “Logan” and “The Wolverine,” two of the more interesting superhero movies of the last decade.) To put it in the simplest terms: You may not think you care who won at Le Mans in 1966, but for two and a half hours, you will.
Ford v Ferrari
Rated PG-13. Strong language and fast driving. Running time: 2 hours 32 minutes.