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Francesc de Carreras: El feminismo debe cambiar de rumbo

«Lo ‘woke,’ el ‘Me Too’ y otras zarandajas son modas ridículas, que nada tienen que ver con el feminismo de la igualdad, y han provocado víctimas inocentes»

El feminismo debe cambiar de rumbo

 Ilustración de Alejandra Svriz.

 

Revolviendo papeles antiguos encuentro una «licencia marital» (menudo nombre) de mi padre a mi madre otorgada ante el notario Federico Trías de Bes y Giró con fecha de 9 de diciembre de 1943.

En la parte que nos interesa, dice así el documento: «Se concede a su esposa Doña María Dolores Serra de Forn, mayor de edad y de esta vecindad, la más amplia LICENCIA O VENIA MARITAL, para que por sí sola pueda regir los actos y bienes de la vida civil y mercantil lo mismo de orden personal que patrimonial, como si en cada caso actuara con la licencia del otorgante, quedando en su virtud plenamente autorizada para viajar por España y extranjero, contratar y obligarse, realizar y otorgar toda suerte de actos y contratos de administración, adquisición, gravamen y enajenación, tanto respecto a bienes muebles, como bienes inmuebles, conferir poderes de todas clases y aceptarlos a su favor concedidos; aceptar herencias y legados y dividir aquellos, ejercer el comercio y en fin comparecer y actuar ante la Administración Pública, Juzgados y Tribunales, en toda suerte de actuaciones, juicios y expedientes».

Sólo faltaba añadir que la autorizaba también a pasear por las calles, ir al cine o tomarse un helado en una cafetería. Así era la situación de la mujer en aquellos tiempos, y seguramente en los anteriores y los posteriores, y también seguramente, en más o en menos, tanto en España como en Francia, Alemania, Gran Bretaña o Estados Unidos. En definitiva, así era la condición de la mujer casada, sometida al marido, que podía otorgar, o no, la licencia o venia marital. Desde la mentalidad de hoy un escándalo, desde la mentalidad de la época también. 

Aunque sinceramente, por lo que conozco de mis padres y de su situación en aquellos tiempos, no creo que mi madre tuviera ocasión de hacer uso de la licencia que le otorgaba mi padre: no creo que viajara, contratara, se obligara, aceptara herencias, ejerciera el comercio o compareciera en juicio. No creo que tuviera estas posibilidades. Pero, en todo caso, el mero hecho de necesitar permiso del marido y no poder hacerlo «por sí sola» sin la venia marital, era ya una ofensa, un límite injustificable a su libertad. En la fecha de la escritura notarial mi madre tenía 30 años, mi padre 38.

Si tenemos en cuenta la época, no puedo más que sentirme orgulloso de la decisión de mi padre. Pero era sólo un pequeño paso. Mi madre, así como sus dos hermanos, trabajaba antes de casarse: mi abuela viuda necesitaba la ayuda económica de sus tres hijos. Tras el matrimonio dejó de trabajar: estaba mal visto en su ambiente social que una mujer casada tuviera que ganarse la vida, constituía una ofensa al honor del marido.

«El gran paso, el cambio real vino con la Constitución y las normas que la desarrollaron»

Por tanto, licencia para todo, pero obligada a ocuparse de las tareas del hogar y de la educación de los hijos, sin tiempo para dedicarse a una profesión. Mi madre siempre hablaba con nostalgia de sus años como ayudante en un taller de estampados de una empresa textil, decía que su jefe era muy buen hombre y que le enseñó el oficio. Un oficio que no le sirvió de nada, a lo más para ayudarnos a mí y a mis hermanos a hacer los deberes de la asignatura de dibujo durante el bachillerato.

No sé si mi madre hubiera preferido dedicarse a organizar la casa y la familia, que es lo que hizo el resto de su vida, a tener que ir cada día al trabajo. Ya no se lo puedo preguntar. Pero en todo caso estoy seguro que a mi padre no le hubiera parecido bien que mi madre trabajara, las esposas de sus amigos no lo hacían, esa era la mentalidad de su ambiente social en aquella época.

El gran paso, el cambio real vino con la Constitución y las normas que la desarrollaron. Su art. 14 establece que «los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna (…)». Y el art. 9.2 de la misma Constitución impone deberes a los poderes públicos de promover las condiciones para que la libertad y la igualdad de los individuos sean reales y efectivas. Ello ha dado un amplio margen al legislativo, al gobierno y a la Administración para que los derechos de la mujer y los del hombre se fueran equiparando.

Todo es perfeccionable, pero hay muchas razones para afirmar que de todos los cambios sociales que se auspiciaban en los años sesenta, el que más ha cumplido con los objetivos que entonces se trazaron es el de la igualdad entre hombre y mujer. Y quizás el éxito se debe en buena parte a que no son ideas promovidas sólo por mujeres, sino también por los hombres, es decir, por todos, por personas ambos sexos. Aún falta quizás algo, pero muy poco: el éxito ha sido casi total.

«Las mujeres nunca han sido excluidas del Congreso desde el primer año de democracia»

Por eso dan pena las estupideces que se están haciendo. La más reciente, promover que el Congreso de los Diputados deba ser llamado solamente Congreso para no excluir a las mujeres. Las mujeres nunca han sido excluidas del Congreso desde el primer año de democracia. Recordemos que la primera presidenta del Congreso por razón de edad fue una mujer, Dolores Ibárruri, de sobrenombre La Pasionaria. En la primera sesión del Congreso que ella presidió había numerosas mujeres que eran excelentes parlamentarias, tanto en los partidos de derechas como de izquierdas. El cambio social ya empezaba a dar sus frutos antes que los cambios jurídicos.

El llamado lenguaje inclusivo, ése que pretende suprimir el término «diputados» a la Cámara baja, además de una estupidez, es una inutilidad porque la lengua española ya es inclusiva, como ha afirmado repetidas veces la Academia de la Lengua.  Comprendo que algunos chiringuitos del movimiento feminista tengan que seguir subsistiendo, todos tenemos que ganarnos la vida de alguna manera y, además, hay que seguir vigilantes ante posibles desviaciones. Pero cada vez hacen menos falta. También sobre el Ministerio de Igualdad porque este valor va más allá de la relación de hombre y mujer y debe ser trasversal a todas las actividades.

La revolución de la mujeres está en acelerada marcha desde hace, cuando menos, 50 años y es imparable. Las mujeres ya no necesitan la venia, ni de su marido, ni del Estado. Han accedido a la igualdad con los hombres porque, en todos los órdenes, se han incorporado al trabajo y han demostrado su capacidad.

Lo woke, el me too y otras zarandajas son modas ridículas y a veces muy injustas, que nada tienen que ver con el feminismo de la igualdad, y han provocado víctimas inocentes tan visibles como diversas, sea Plácido Domingo, Luis Rubiales o Íñigo Errejón. También cambios estúpidos como que el Congreso de los Diputados sea llamado, debido a estas modas, solo Congreso, sin Diputados, tal como dice lo denomina la Constitución. Es hora de que el feminismo cambie de rumbo.

 

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