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Francisco y el ayatolá iraquí

En estos tiempos sacrílegos, de imperio de la banalidad, las exageraciones y el espectáculo, los hombres moderados y sobrios, los que buscan el aurea mediocritas, el justo punto medio de las cosas que predicaba el poeta latino Horacio, son gente odiosa y malquerida por los sectarios e iracundos.

 

Por eso Su Santidad Francisco, sufre los arrebatos de los extremistas: la derecha ultramontana y la izquierda periclitada. En el propio vaticano, a los conservadores del consistorio les resulta indigerible. Y en los territorios seculares son los “progres” los que no lo soportan.

 

Francisco quiere una Iglesia misionera, atenta a la modernidad, compasiva con los preteridos, callejera, tolerante, austera, diversa y portadora de todo lo que irrita a los soberbios y maniqueístas.

 

El viaje del Papa a Irak fue atacado por los vocingleros de lado y lado y, también, por los medios y redes atrapados en el “morbo” de lo noticioso impactante por la vía negativa.

 

Pero Francisco fue a Irak a intentar un diálogo con los musulmanes de buena voluntad. Como lo ha hecho con los judíos y hermanos de otras denominaciones cristianas distintas a la católica.

 

Y fue para darles una palabra de aliento a los cristianos iraquíes atropellados por el fundamentalismo islámico, e inculcarles “la capacidad de perdonar y el valor de resistir”.

 

Francisco logró los dos propósitos. La conversación con el Gran Ayatolá musulmán Alí-al-Sistani, marca un hito para la coexistencia religiosa en el medio oriente.

 

Las reuniones pequeñas y multitudinarias con los cristianos de la zona, les elevó el ánimo y la esperanza a esos perseguidos pero bienaventurados.

 

La convivencia de las tres religiones hijas de Abraham: hebrea, cristiana y musulmana, que en libros distintos comparten profetas y mandamientos, acaban recibir un impulso promisorio con esta visita de Francisco a la Mesopotamia.

Amén.

 

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