Franz Kafka, cien años de la metamorfosis del humor
En junio se cumple un siglo de la muerte del escritor checo, y las librerías ya empiezan a llenarse de ediciones de sus obras y sobre su vida
En 1916, después de visitar dos pequeños pueblos cerca de Praga, Kafka le escribió a Felice Bauer: «Ambos lugares de un silencio similar al del Paraíso después de la expulsión del hombre». ¿No define eso al literato? ¿No define eso su humor? «El primer animal doméstico de Adán después de la expulsión del Paraíso fue la serpiente», sentenciaba meses después, con la cabeza en el mismo lugar. Kafka estaba obsesionado con el Paraíso, como todos los que han probado la tristeza y la amargura, y en ese territorio abandonado alumbró una suerte de antropología. «Hay dos pecados capitales humanos de los que derivan todos los demás: la impaciencia y la dejadez. Por la impaciencia fueron expulsados del paraíso, por dejadez no regresan. No obstante, quizá sólo haya un pecado capital: la impaciencia. Por la impaciencia fueron expulsados del Paraíso, por la impaciencia no regresan», anotó el 20 de octubre de 1917 en una octavilla que luego tachó por completo. El texto lo recoge y rescata Reiner Stach en la colección de aforismos que acaba de publicar Acantilado bajo el título ‘Tú eres la tarea‘, y que viene a servir de pistoletazo de salida del año Kafka, que murió en junio de 1924.
Para el editor, las iluminaciones de Kafka, que el autor reunió y ordenó en unas fichas de 14,5 centímetros de ancho y 11,5 centímetros de alto (aunque tachó algunas no retiró ninguna de la colección, que Max Brod salvó del olvido), son una de «las creaciones intelectuales más originales del siglo XX», tal vez porque lejos de ser un cuaderno de ocurrencias, ‘Tú eres la tarea’ es un laboratorio literario y filosófico y diarístico. Stach señala las influencias de Platón, Kierkegaard y el Antiguo Testamento, pero en última instancia afirma que hay que leerlos como parte de su obra, con la que establece conexiones más o menos evidentes. «Kafka imagina un mundo sensible y un mundo espiritual, y aunque el último sea inalcanzable para nosotros, todos vivimos en él. En ‘El castillo’, existen la aldea y el castillo inalcanzable, y sin embargo: «Esta aldea pertenece al castillo, y quien vive o pernocta aquí, vive o pernocta, por decirlo así, en el castillo»», explica.
Otro aforismo para la (son)risa: «¡Qué es más alegre que la creencia en un dios doméstico!». A esta frase le seguía una segunda («Es un descenso por debajo del verdadero conocimiento y un feliz ascenso infantil»), pero finalmente la descartó, porque escribir es reescribir, cortar, cortarse. «Las correcciones prueban su esfuerzo por condensar al máximo sus aforismos», insiste Stach. Kafka se muestra aquí como un maestro de lo breve y lo desconcertante, de lo poético: «Una fe como una cuchilla de guillotina, tan pesada, tan ligera». Esta es de enero de 1918: «Ponte a prueba en la Humanidad. Al que duda lo hace dudar; al que cree, creer». Y esta la emborronó con ganas, pero alguien logró leerla: «¡Por última vez psicología!».
Esta no es la única novedad kafkiana que ya está al alcance de los lectores. Nórdica acaba de publicar un relato breve de 1922, ‘El artista del hambre‘, que confirma el humor negro del bohemio. Empieza así: «En las últimas décadas ha disminuido mucho el interés por los artistas del hambre. Mientras que antaño merecía la pena organizar por cuenta propia exhibiciones de este tipo, hoy resulta completamente imposible. Eran otros tiempos. Entonces la ciudad entera se entretenía con los artistas del hambre: con cada día de ayuno aumentaba el interés…» Los cuentos completos los publicará Páginas de Espuma ya en junio, con traducción de Alberto Gordo y prólogo de Andrés Neuman. Alianza reeditará sus novelas y relatos. Y Akal acaba de presentar ‘La metamorfosis‘ ilustrada por Tavo Montañez. Y llegarán más, muchas más.
Milan Kundera, admirador profundo y epidérmico de Kafka, aseguraba que este había sido el «menos comprendido de todos los grandes escritores del siglo pasado», y siempre destacaba la forma en la que mezclaba «lo grave y lo ligero, lo cómico y lo triste, el sentido y el sinsentido». Eduardo Mendoza, por su parte, defendía lo mismo hace unos días… «Es que tendríamos que leer sus novelas con otros ojos, porque él tenía un gran sentido del humor, como demuestra la correspondencia que mantuvo con Milena [Jesenská]. Precisamente Kundera repetía que los traductores habían tenido mucha culpa en esto, porque no habían sabido captar su ironía, su humor negro. Es lo que los checos llaman el humor de la horca, del ahorcado: el humor del hombre que está en el cadalso, a punto de morir, pero todavía ríe. Esa es la risa de Kafka», asevera, por su parte, la escritora y traductora Monika Zgustova, que el 21 de febrero publica ‘Soy Milena de Praga‘ (Galaxia), una novela sobre la última mujer que amó Kafka, y que dejó una biografía agitada y vitalista, entre rebelde y comprometida y espídica cuando tocaba. Por resumirlo mucho: a su padre le robaba cocaína, y a los nazis víctimas.
Su relación con Kafka, por lo que sea, duró cinco días y trescientas cartas: lo que dura una obsesión sin suerte. Sin embargo, Zgustova sostiene que ese contacto los trastocó por completo y desvió sus biografías. «Ella se convirtió en otra mujer. Pasó de ser una chica que no sabía muy bien qué hacer con su vida a tener la sensación de que no iba a tener tiempo para culminar todos sus proyectos. Y Kafka, bueno, por primera vez en su existencia conoció lo que era realmente sentir una pasión amorosa. Él admiraba su vitalismo. Porque Kafka también es vital. Kafka es muy distinto de la imagen que tenemos de él. De hecho, sus novelas y cuentos nos hablan sobre sus experiencias vitales, solo que de manera metafórica… Por cierto, si hoy se despertara estaría horrorizado con la pérdida de la privacidad, con el control que se puede ejercer hoy sobre el individuo», remata Zgustova.
Despidámonos con un último aforismo: «Una jaula fue en busca de un pájaro».