Fukuyama: Trump y la decadencia política estadounidense
Después de las elecciones de 2016
La impresionante victoria de Donald Trump sobre Hillary Clinton el 8 de noviembre demuestra que la democracia estadounidense todavía está funcionando en un sentido importante. Trump tuvo mucho éxito en la movilización de un sector olvidado e insuficientemente representado del electorado, la clase trabajadora blanca, y empujó su agenda a lo más alto de las prioridades del país.
Ahora tendrá que cumplir lo prometido, sin embargo, y aquí es donde radica el problema. Él ha identificado dos problemas muy reales en la política estadounidense: el aumento de la desigualdad, que ha golpeado muy duro a la vieja clase obrera, y la captura del sistema político por grupos de interés bien organizados. Desafortunadamente, él no tiene un plan para resolver ninguno de estos problemas.
La desigualdad es impulsada ante todo por los avances en la tecnología y en segundo lugar por la globalización, que ha expuesto a los trabajadores estadounidenses a una competencia con cientos de millones de personas en otros países. Trump ha hecho promesas extravagantes, como que va a traer empleos de vuelta a los Estados Unidos en sectores como la manufactura y el carbón simplemente mediante la renegociación de los acuerdos comerciales existentes, como el TLCAN, o suavizando las normas ambientales. Él no parece darse cuenta de que el sector manufacturero de Estados Unidos de hecho se ha expandido desde la recesión de 2008, así como que el empleo industrial ha disminuido. El problema es que el nuevo trabajo que se está creando internamente se realiza en fábricas altamente automatizadas. Mientras tanto, el carbón está siendo expulsado no tanto por las políticas ambientales del saliente presidente Barack Obama como por la revolución del gas natural provocada por la fractura hidráulica.
¿Qué políticas podría poner en práctica la administración Trump para revertir estas tendencias? ¿Se va a regular la adopción de nuevas tecnologías por parte de las grandes empresas estadounidenses? ¿Se va a tratar de prohibir a las multinacionales estadounidenses que inviertan en plantas en el extranjero, cuando gran parte de los ingresos de estas multinacionales proviene de mercados foráneos? El único instrumento real de políticas que tendrá a su disposición es imponer aranceles punitivos, que son propensos a desencadenar guerras comerciales y que costarían empleos en el sector de exportación para empresas como Apple, Boeing y GE.
El problema de la captura del gobierno de Estados Unidos por los poderosos grupos de interés es real, una fuente de decadencia política sobre la cual escribí un reciente artículo en Foreign Affairs, «América: decadencia política o renovación?» Sin embargo, la solución primaria de Trump a este problema es simplemente su propia persona, alguien demasiado rico para ser sobornado por intereses especiales. Dejando de lado el hecho de que tiene una historia de manipular el sistema para su propio beneficio, esta no es una solución sostenible. También ha propuesto medidas como la prohibición de que funcionarios federales puedan ser luego cabilderos de grupos de presión. Esto tocará superficialmente el síntoma del problema y no abordará la causa fundamental, que es el enorme volumen de dinero en la política. Allí, no ha ofrecido algún plan real a futuro, que inevitablemente requeriría revertir la decisión del Tribunal Supremo en el litigio Buckley v. Valeo y Ciudadanos Unidos que sostiene que el dinero es una forma de libertad de expresión y, por tanto, está protegido por la Constitución.
El deteriorado sistema político estadounidense solo pueda arreglarse mediante una fuerte sacudida externa que reduzca su equilibrio actual y haga posible verdaderas reformas en materia de políticas. La victoria de Trump constituye efectivamente una sacudida, pero, por desgracia, la única respuesta es la tradicional populista-autoritaria: confíen en mí, el líder carismático, para cuidar sus problemas. Al igual que en el caso del impacto al sistema político italiano administrado por Silvio Berlusconi, la verdadera tragedia será la pérdida de una oportunidad de reforma real.
Traducción: Marcos Villasmil
NOTA ORIGINAL:
Foreign Affairs
Trump and American Political Decay
After the 2016 Election
Donald Trump’s impressive victory over Hillary Clinton on November 8 demonstrates that American democracy is still working in one important sense. Trump brilliantly succeeded in mobilizing a neglected and underrepresented slice of the electorate, the white working class, and pushed its agenda to the top of the country’s priorities.
He will now have to deliver, though, and this is where the problem lies. He has identified two very real problems in American politics: increasing inequality, which has hit the old working class very hard, and the capture of the political system by well-organized interest groups. Unfortunately, he does not have a plan to solve either problem.
Inequality is driven first by advances in technology and second by globalization, that has exposed U.S. workers to competition from hundreds of millions of people in other countries. Trump has made extravagant promises that he will bring jobs back to the United States in sectors such as manufacturing and coal simply by renegotiating existing trade deals, such as NAFTA, or relaxing environmental rules. He does not seem to recognize that the U.S. manufacturing sector has in fact expanded since the 2008 recession, even as manufacturing employment has decreased. The problem is that the new on-shored work is being performed in highly automated factories. Meanwhile, coal is being squeezed out not so much by outgoing President Barack Obama’s environmental policies as by the natural gas revolution brought about by fracking.
What policies could the Trump administration implement to reverse these trends? Is he going to regulate the adoption of new technologies by corporate America? Is he going to try to ban U.S. multinationals from investing in plants overseas, when much of these multinationals’ revenue comes from foreign markets? The only real policy instrument he will have at his disposal is punitive tariffs, which are likely to set off a trade war and cost jobs in the export sector for companies such as Apple, Boeing, and GE.
The problem of the capture of the U.S. government by powerful interest groups is a real one, a source of the political decay I wrote about in my recent article for Foreign Affairs, “American Political Decay or Renewal?” Yet Trump’s primary solution to this problem is simply his own person, someone too rich to be bribed by special interests. Leaving aside the fact that he has a history of manipulating the system to his own advantage, this is hardly a sustainable fix. He also has proposed measures such as banning revolving-door employment of federal officials as lobbyists. This will scratch at the symptom of the problem and not address the root cause, which is the enormous volume of money in politics. There, he has put no real plans forward, any of which would inevitably require somehow reversing the Supreme Court decisions of Buckley v. Valeo and Citizens United that argue that money is a form of free speech and is therefore constitutionally protected.
The decayed American political system can be fixed only by a strong external shock that will knock it off its current equilibrium and make possible real policy reform. Trump’s victory does indeed constitute such a shock but, unfortunately, his only answer is the traditional populist-authoritarian one: trust me, the charismatic leader, to take care of your problems. As in the case of the shock to the Italian political system administered by Silvio Berlusconi, the real tragedy will be the waste of an opportunity for actual reform.
FRANCIS FUKUYAMA is a senior fellow at Stanford and Mosbacher Director of its Center on Democracy, Development and the Rule of Law.