Fukuyama y los alacranes
Un autor muy citado desde hace años es Francis Fukuyama. A pesar de su nombre (que indica su origen japonés), Fukuyama es un politólogo nacido en Chicago. Ha escrito sobre una serie de temas de política, sobre todo internacional. Su obra más famosa es “El fin de la historia y el último hombre”. Todo el mundo la cita, pero sospecho que pocos han leído al profesor que ha tenido cátedras en las universidades de Stanford y Johns Hopkins.
Nos recuerda Francis Fukuyama en su libro “The Origins of Political Order” (Los Orígenes del Orden Político), de lectura altamente recomendable (el segundo tomo “Political Order and Political Decay”, sale por cierto a la venta el próximo 30 de septiembre), que las instituciones son esencialmente reglas asumidas socialmente que limitan la libertad de decisión individual pero sirven para ordenar la convivencia; sin dichas reglas y su cumplimiento no hay desarrollo institucional posible. Según su maestro, Huntington, las instituciones son patrones de conducta estables, recurrentes, y además expresan valores. Una de las instituciones fundamentales para un orden de convivencia basado en la libertad y en la democracia es el “Rule of Law” o imperio de la ley, cuya esencia es un cuerpo de reglas que reflejan cuál es el sentido de justicia de la comunidad. En su significado más profundo, afirma Fukuyama, el imperio de la ley implica la existencia de un consenso social de que sus leyes son justas, y de que ellas deben limitar la conducta de quien sea el gobernante en un momento dado.
Es un hecho que en el surgimiento del mundo moderno la aparición de una economía capitalista dependió en buena medida de la existencia previa del imperio de la ley.
Una segunda institución indispensable es la llamada “accountability”, la rendición de cuentas por los actores del poder público. Que un gobierno rinda cuentas significa que sus dirigentes y representantes son responsables de sus actos ante los gobernados, y que colocan los intereses de la gente por encima de los suyos.
Una tercera institución necesaria es un Estado fuerte, lo cual no significa para nada un Estado leviatánico, tiránico o invasivo. Todo lo contrario, es un Estado que responde eficientemente a las necesidades de la sociedad, en especial en temas como la salud, la seguridad, la defensa de la soberanía o las necesarias regulaciones dentro de un esquema económico de libertad, propiedad privada y libre competencia.
Dicho Estado debe estar acompañado, no sólo en teoría sino en una práctica permanente, de las dos instituciones previamente mencionadas, que lo controlan y limitan, porque sin control todo Estado desarrolla tendencias depredadoras. Un Estado que no rinde cuentas de sus actos y que destruye la preeminencia de las leyes evoluciona hacia una tiranía.
Las instituciones no son edificios, o estructuras materiales. Las instituciones son fundamentalmente prácticas, tradiciones, costumbres, formas de organización que cuando maduran reflejan valores, modelos de diálogo democrático, de negociación, de control horizontal y vertical. Una forma de visualizar un avance sofisticado de desarrollo institucional está en su capacidad de despersonalización, es decir, de que su funcionamiento no dependa de quién ejerce su dirección. Las personas pasan, es un viejo dicho, pero las instituciones deben permanecer. Los seres humanos tienden a darle a las instituciones, y a los modelos mentales que las generan, un valor intrínseco, que permite la permanencia de las instituciones en el tiempo.
Como si se hubiesen leído el libro de Fukuyama con la expresa misión de hacer todo al revés, una forma de caracterizar los quince años de desgobierno chavista es entender su acción como evidentemente destructora de toda institucionalidad. Venezuela es hoy, por desgracia, una inmensa chivera institucional.
Ese afán destructor que se ha reflejado en la acción gubernamental tiene un método y una naturaleza. El método es la negación de la realidad, y su naturaleza es la del alacrán. A fin de cuentas, en frase que pasará a la historia, el finado Alberto Müller Rojas afirmó que “el PSUV es un nido de alacranes.”
Aquí se pueden contaminar ríos y lagos enteros; se puede asesinar impunemente; se pueden denunciar nuevas corruptelas. Nada de ello importa. Peor aún, eso no ha sucedido. Negarlo todo, aunque la realidad le explote en la cara. Ese es el método.
Al alacrán le importan un bledo sus víctimas, directas o indirectas. Para el alacrán, su naturaleza se nutre de agresividad y ataque. Un alacrán es un depredador natural. Para un alacrán anti-político no existen ciudadanos, solo víctimas potenciales, meros sobrevivientes, por ahora.
Estos alacranes que nos gobiernan solo respiran para mantenerse en el poder, para nada más.
Porque, al final del día, el no soltar el poder, así genere todo tipo de daños y de destrucción social, también está en su naturaleza. Como cualquier alacrán.