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G. K. Chesterton contra el superhombre nietzscheano

«El que domina a los otros es fuerte; el que se domina a sí mismo es poderoso.»

Lao-tsé.

 

Una de las características de la filosofía contemporánea es que el pensamiento posmoderno ha logrado convertirse en la corriente principal. La promoción de un relativismo disfuncional, la vocación nihilista y su afinidad con el totalitarismo, convierten a la ideología posmoderna en un riesgo para la evolución de la civilización, es decir, la cultura donde la persuasión domina a la fuerza.

Uno de los precursores del posmodernismo es Friedrich Nietzsche con su negación de la moral y de la democracia. La popularidad de este pensador alemán ha ido en aumento, a pesar del desprestigio que sufrió debido a ser convertido en uno de los santos patronos del nazismo.

Su pensamiento es tan peligroso como seductor. Antes, el marxismo le despachaba como una forma de irracionalismo. Es muy acertada la crítica de Georg Lukács en su Asalto a la razón, quien le acusa de crear la mitología necesaria para la expansión imperial alemana. En corroboración de esta sospecha, podemos referir a otros comentaristas que han indicado que Nietzsche es el producto combinado de la política despótica de Bismark y el nacionalismo romántico de Wagner.

Con la decadencia de la Unión Soviética, Nietzsche se convirtió, junto con el mismo Marx, adobado con Freud, en parte de la sopa posmoderna. Con tal combinado ideológico, los subversivos se han adueñado del mundo académico a nivel mundial.

Por razones de salubridad mental, es bueno recuperar a pensadores que han hecho una oportuna y adecuada critica a la doctrina nietzscheana. Entre ellos, destaca Gilbert Keith Chesterton (1874-1936), agudo escritor y periodista británico, quien además es famoso por ser el autor de la serie de novelas detectivescas del Padre Brown. Nació una generación después de Nietzsche, y su primer trabajo se publicó en 1900, el mismo año que falleció el filósofo alemán.

Nietzsche siempre está presente en la obra chestertoniana. En nombre del humanismo cristiano, Chesterton comienza a atacar sus ideas en Herejes, de 1905, donde recopila una serie de ensayos sobre escritores rebeldes de su época, pero sobre todo, es en Ortodoxia, de 1908, donde la crítica se muestra con más profundidad y talento.

Es importante destacar que, en muchas partes de su obra, Chesterton se dedica a refutar explícitamente las principales ideas de Nietzsche. Incluso, en los pasajes en los que no refiere explícitamente a Nietzsche, sus ideas son diseccionadas por el agudo bisturí de su intelecto. El hecho de que George Bernard Shaw, su amigo y rival intelectual, hubiese adoptado algunos postulados nietzscheanos, como la del superhombre y el culto a la fuerza vital, hizo que Chesterton tomara conciencia de los peligros de esa filosofía.

El profeta impío

¿Qué le preocupó a Chesterton de la filosofía nietzscheana? Especialmente, su ataque al cristianismo. La primera acusación nietzscheana es que el cristianismo, al revelarle a la humanidad el Dios Todopoderoso, terminó degradando al hombre y lo incapacitó de ser dueño de su propio destino.

La segunda acusación es que el cristianismo, con su rígida ética, paraliza al hombre y le prohíbe poner en práctica su voluntad de dominio.

El tercer alegato es que el cristianismo, por su condena hacia la promiscuidad sexual y la violencia, enferma psicológicamente al hombre y le induce a desconfiar de la vida.

En cuarto lugar, el cristianismo, al enseñar sobre la vida de ultratumba, donde sólo se encuentra la verdadera felicidad, lleva al hombre a despreciar la vida biológica.

En quinto lugar, la religión, al predicar la igualdad de todos los hombres ante Dios, conspira contra la diferencia entre aristócratas y plebeyos, lo cual conduce a la mediocridad espiritual.

Finalmente, el cristianismo, al exaltar a los pobres y a los humildes, inculca la envidia y el resentimiento contra las clases altas y contamina la nobleza natural.

Es interesante destacar que esta última afirmación es exactamente la opuesta de Marx, quien afirma que el cristianismo es el opio del pueblo, es decir, la alienación que conduce a las mayorías a aceptar de forma sumisa la explotación de las clases dominantes. Por el contrario, en Nietzsche, el cristianismo es el opio de los fuertes, quienes se dejan manipular por los débiles, en nombre de los principios éticos.

Como consecuencia de todo lo antes dicho, la solución nietzscheana es el superhombre, el producto de la evolución que dejará tras de sí al hombre común, así como el hombre dejó tras de sí al simio. Además, el superhombre derrocará y sustituirá a Dios.

“El superhombre es el sentido de la tierra. Diga vuestra voluntad: ¡sea el superhombre el sentido de la tierra! ¡Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobreterrenales! Son envenenadores, lo sepan o no. Son despreciadores de la vida, son moribundos y están, ellos también, envenenados, la tierra está cansada de ellos: ¡ojalá desaparezcan!”. Nietzsche: Zaratustra, I, 3.

Nietzsche nos invita a no creer en el cielo, es decir, en Dios y en los mandamientos. Hay que aferrarse a “la tierra”, es decir, practicar el ateísmo. De modo que cuando el hombre deja de creer en esta fantasía subjetiva, Dios deja de existir. También dejan de tener validez los mandamientos. Eso es el nihilismo, la negación de la ley moral y de los valores positivos como la compasión. En conclusión, el superhombre no es más que un eufemismo para designar al tirano despiadado y sacrílego.

Nietzsche sin mascara

Chesterton acusa a Nietzsche de falta de humor, aunque este haga uso extremo de la burla. La burla nietzscheana no es más que un sarcasmo vacío, pues utiliza modelos abstractos que no poseen contenido ético sólido. Entendido así, la locura de Nietzsche es una consecuencia de su pensamiento. “El reblandecimiento cerebral que finalmente se apoderó de él, no fue un accidente físico”.

Chesterton coloca a Nietzsche junto a Tolstoi, para comparar a ambos con Juana de Arco. A Nietzsche le echa en cara que exaltó la guerra y el crimen, desde el punto de vista teórico, pues no poseía atributos guerreros. La doncella de Orleans al menos fue guerrera, piadosa y dejó un legado positivo, mientras que “ellos son feroces especuladores que no hicieron nada”.

En resumen, Nietzsche no fue un pensador fuerte. “Nietzsche siempre eludió una pregunta respondiendo con una metáfora física, como cualquier poeta de menor categoría”. En otras palabras, la fortaleza de Nietzsche no está en el concepto, sino en la metáfora.

Refutación del superhombre

Luego de descalificar al pensamiento nietzscheano en general, Chesterton se dedica a mostrar que el superhombre es un ídolo con pies de barro. Nietzsche posee “la rara idea de que cuanto mayor y más fuerte sea el hombre, más despreciará las demás cosas. Cuanto mayor y más fuerte es el hombre, más inclinado se siente a postrarse ante un bígaro”.

El gran hombre no puede estar caracterizado como aquel que desprecia a los demás seres humanos. Al contrario, es quien valora a todas las personas y es sensible para con toda la naturaleza.  Es un error rendir culto a quienes se consideran superiores por ser dueños de la violencia, pero en el fondo, son solo unos neurasténicos.

“Pero cuando Nietzsche, exhibiendo una increíble falta de humor y de imaginación, nos pide que creamos que su aristocracia es una aristocracia de fuertes músculos, una aristocracia de fuertes voluntades, es necesario señalar la verdad: se trata de una aristocracia de nervios débiles”. Chesterton: Ortodoxia, p. 154

Chesterton remata que los grandes proyectos civilizatorios se basan en el hombre común, no en individuos excepcionales, pues “lo que se ha fundado sobre el superhombre ha muerto con todas las civilizaciones agonizantes que lo han alumbrado”.

Realmente, Nietzsche no tiene una idea clara de su gran proyecto antropológico. Al no poder describir conceptualmente a su hombre superior, hace uso de vagas metáforas.

“Dice: ‘el hombre más elevado’ o ‘el hombre de más arriba’; metáfora física adecuada para referirse a alpinistas o a acróbatas. Nietzsche es en verdad un pensador muy tímido; realmente ni sabe qué especie de hombre desea que produzca la evolución. Y si él no lo sabe, por cierto, menos lo sabrán los comunes evolucionistas que hablan de las cosas más ‘elevadas’”. Chesterton: Ortodoxia, p. 61.

El abismo de luz

Toda la vida y obra de Chesterton es una refutación de la acusación de Nietzsche de que el cristianismo es negador de la vida. Con su ejemplo vital, el polemista británico muestra que la religiosidad no es un obstáculo para una existencia intensa. Además de su fe, el mismo Chesterton fue un hombre apasionado, intelectual incansable, defensor de las buenas causas, amante de la comida apetitosa, que no rehusaba a una cerveza con los amigos.

Es muy propio de Chesterton el pensar que la buena vida está caracterizada por la alegría, la cual rebosa compasión y gratitud. Chesterton también demuestra que el sentido de trascendencia satisface las necesidades más profundas de la naturaleza humana, en contraste con la frustración vital que resulta de una visión meramente materialista.

Frente a la popularidad de todas esas filosofías que confinan al hombre solo a la inmanencia, tuvo la valentía de mostrar lo que le brinda sentido a la existencia.

“Detrás de todas nuestras vidas hay un abismo de luz, más enceguecedora e insondable que cualquier abismo de oscuridad. (…) Esa luz de lo positivo es la tarea de los poetas, porque ellos ven todas las cosas en esa luz, más que el resto de los hombres”. Chesterton: Chaucer, p. 46.

Para Chesterton, la buena poesía, al igual que la buena filosofía, presiente ese resplandor divino que trasciende la inmanencia, mientras que Nietzsche y sus acólitos posmodernos solo se aferran a la existencia terrena y crean un culto supersticioso al abismo de oscuridad. Como hemos podido apreciar, gracias a la perspicacia chestertoniana contamos con elementos conceptuales para orientar el pensamiento en una era de gran confusión ideológica.

 

 

 

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