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Galdós ahora

Por fin, noticia sobre Galdós: Galdós es noticia. Su centenario (el de su muerte) lo rescata del olvido de las instituciones y lo sitúa en primera plana de los medios informativos. Se preparan exposiciones (espero que no para salir del paso: espero que no sean anodinas), ediciones de sus libros, exaltaciones del personaje y sus creaciones literarias, reivindicaciones múltiples de su mentalidad y de su humanidad; se anuncian biografías nuevas del escritor, lo que está bien, no hay muchas y las que hay no están actualizadas, salvan a Galdós de su magnífica humanidad y lo transforman poco menos que en un beato, cosa imposible.

El fenómeno es maravilloso: tanto en la tierra en la que nació, y de la que marchó con 19 años de edad, se anuncian juegos florales, visitas de grandes escritores de la lengua que, además de mediáticos, hablarán de Galdós como uno de los grandes de la literatura universal; como en los lugares que vivió, Madrid, y Santander en vacaciones, largas vacaciones de verano todos los años.

Todo esto es gratificante y hay que mirarlo, además, con sorna y hasta sarcasmo: el aluvión de politicastros, escritorzuelos, gestorillos culturales de medio pelo que, de repente, se declaran públicamente galdosianos «de toda la vida» da risa si no fuera patético y grotesco. Gentecilla de Canarias que nunca se interesaron por Galdós quieren ahora situarlo «en el lugar que le corresponde» (sic), como si no estuviera ahí, a la altura de Cervantes, desde hace un siglo de casi silencio y soledad. Lo mejor que pueden hacer estos advenedizos que clavan ahora el diente en el corazón del guerrero es dedicarse todo el año que viene a leer a fondo las obras y los escritos de Galdós. Así notarían de una vez que el Galdós que ellos quieren ahora no es de ninguna manera el Galdós que conocemos los que lo hemos leído (sin ánimo de lucro ni prestigio) de toda la vida. Siempre dije que conocí a Galdós gracias a mi padre, que lo leía en alta voz sentado en su sillón color mostaza tarde tras tarde. Eran ediciones de Aguilar, en papel biblia, y con tapas de piel color vino. ¡Ah, los clásicos españoles de Aguilar, eso sí eran ediciones!

Después, la época -corta, felizmente- en la que caí bajo la influencia intelectual de Juan Benet, me mantuve distanciado -repito, poco tiempo- de Galdós por la manía persecutoria que el ingeniero tenía contra Galdós y su obra. Luego llegó Umbral con su desatino antigaldosiano, quizá porque quiso inventar un Madrid literario que Galdós ya había cuadriculado con planos, mapas e historias que no puede, ahora ni nunca, hacernos olvidar la importancia de la escritura galdosiana en cuanto a la experimentación de los procedimientos narrativos. Galdós leía inglés, Galdós viajaba, Galdós era una imparable máquina intelectual, observadora y traductora de una realidad que nos ha llegado como nos llega la francesa de manos de Balzac.

Por eso hace un poco de gracia, irrita bastante y da mucha pena que los advenedizos galdosianos (bienvenidos al club, aunque sea tarde y no lo hayan leído, porque no lo han leído, eso se ve y se sabe) quieran ahora resucitar a Galdós (que nunca dejó de estar vivo gracias a su gran personalidad y a la lectura de sus libros por parte de los galdosianos de verdad), hacer suya el alma del guerrero, apuntarse a una gloria aparente que Galdós nunca necesitó y protagonizar, en fin, una reivindicación que no es precisamente lo que tiene que celebrarse en el centenario de su muerte. De modo que ahora comienza el aquelarre oficial: todo el mundo sabe de Galdós, todo el mundo lo ha leído, todo el mundo conoce su vida, pero lo que buscan es protagonismo, una foto en primera plana con cara de yo siempre he estado ahí. Los que están verdaderamente muertos son ellos, los que no son galdosianos y ahora se proclaman defensores de una memoria que no los necesita.

Ahí, ahora, está el hombre, donde siempre estuvo: en la memoria y en la lectura de todos los que amamos sus literaturas, sus aventuras, sus leyendas y su cosmovisión. Ahí está el hombre, incómodo, enorme (tanto que si se le copia se nota tanto que también da risa), honesto, vividor, escritor a tiempo completo. Ahí está el hombre rebelde, humano, certero en sus visiones y predicciones. Y aquí están ahora las legiones de los falsos galdosianos agarrándose a las ramas de un árbol gigante «para poner a Galdós en el lugar que le corresponde». ¡Zascandiles, marmotas de última hora, indigentes intelectuales! Precisamente todo aquello que Galdós criticaba de aquella España que, en muchas cosas, parece la España de ahora. Por mi parte, y para una vez más no hacer multitud, me he prometido no participar, ni de lejos, en ninguno de estos episodios nacionales galdosianos de andar por casa, ni ser socio de actos, inauguraciones, saraos y fiestas en torno al Gigante. Me pasaré todo el año 2020 releyendo lo que ya leí de Galdós y leyendo lo que todavía no había leído. Ese es ahora, y para todo el año, mi homenaje a Galdós. En silencio y a solas.

 

 

 

 

 

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