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Gana Puigdemont gracias a Sánchez y pierde España

Mientras el PSOE deseche la vía constitucional en Cataluña y Sánchez dependa del apoyo de Puigdemont, todo irá a peor

Los resultados en las elecciones catalanas no permiten asegurar de manera rotunda quién y cómo gobernará, por las múltiples combinaciones que permite el endiablado escrutinio, del que saldrá un parlamento fragmentado y enfrentado, como casi siempre allí desde hace años.

Las combinaciones son múltiples, pero todas orientadas hacia el separatismo por el alejamiento del PSOE de posturas constitucionales: ese abandono provoca, de hecho, que los partidos con una visión claramente nacional de la Comunidad Autónoma hayan quedado excluidos de antemano de toda fórmula de Gobierno, por razonable que haya sido su subida y beneficioso que fuera una actitud distinta hacia ellos de los socialistas. Esa opción es numéricamente posible.

No hace tanto el PSOE se manifestaba junto al PP o Ciudadanos contra la asonada de 2017 y rubricaba la entrada en vigor del artículo 155 para frenar el delirio golpista de Puigdemont. Pero hoy resulta imposible verlo intentar cualquier tipo de entendimiento con los populares o, no digamos, con VOX.

Precisamente por eso, sea cual sea la fórmula que al final encuentren el PSOE, Junts, ERC o los Comunes, juntos o por separado, el desenlace será muy parecido: el separatismo gobernará en Cataluña o Cataluña se gobernará con la hoja de ruta del separatismo, que al fin y al cabo es lo mismo.

Por eso el gran triunfador es Carles Puigdemont, que de un modo u otro decidirá el rumbo de Cataluña como ya lo hace con el resto de España: nunca un prófugo de la Justicia pudo aspirar a tanto; y nunca la política española habrá caído tan bajo. Y anoche lo dejó clarísimo al advertir al PSOE que la ventaja del PP en Madrid sobre los socialistas es la misma que la del PSC sobre Junts en Cataluña. Más claro, agua. El espejismo de que Cataluña decide por sí sola se romperá, pues, cuando el líder de Junts le recuerda al PSOE que, sin sus siete diputados, el Gobierno de Pedro Sánchez no hubiera nacido y ahora no sobreviviría.

Ése es el contexto real en el que hay que ubicar el resultado de Salvador Illa, intervenido doblemente por la necesidad local de contar con el independentismo para gobernar y con lo que éste quiera imponerle en Madrid si Sánchez mantiene su disposición a gobernar en tan precarias condiciones.

En otro escenario, el constitucionalismo podría estar contento, sin duda, por el amplio respaldo cosechado por las distintas siglas que tradicionalmente lo venían conformando.

En el actual, con un PSOE dispuesto a comprarse literalmente la Presidencia con un catálogo de concesiones inaceptables e intervenido en Cataluña por el mismo patrón ideológico, la conclusión es desoladora.

Todo indica que el procés reformulado seguirá viento en popa y que se extenderá al conjunto de España por la insólita disposición de Pedro Sánchez a encomendar su futuro a fuerzas que solo se lo garantizan si, a cambio, se convierte en colaborador imprescindible de su proyecto destructivo de la democracia constitucional.

 

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