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Ganar el día

De entre todos los vídeos noticiosos generados por la jornada parlamentaria registrada en Caracas el domingo 5 de enero, me han fascinado unos pocos segundos, captados dentro del hemiciclo del Parlamento, justo después de que el diputado Luis Parra es juramentado en volandas como presidente del cuerpo legislador y al tiempo que Juan Guaidó batalla con un pelotón antimotines de la Guardia Nacional que le impide la entrada al Palacio Federal Legislativo.

Las imágenes del fragmento que me ocupa son tembleques y el audio es defectuoso. Capta una nube de parlamentarios, todos afectos a Maduro, que rodean a Parra y lo abruman con advertencias proferidas en tono áspero y perentorio. La votación ha sido una grotesca pantomima ayuna de toda legalidad, sin verificación autorizada del cuórum, sin conteo creíble de los votos.

Parra luce lo que debe ser su mejor traje y hace lo buenamente a su alcance –no es mucho, en verdad− por imbuirse de la dignidad del cargo. Se le ve encogido, contrahecho en el papel que han escrito para él: un diputado de oposición que disiente soberanamente de la estrategia de la coalición Guaidó y ha sido elegido por una fracción supuestamente plural. En realidad está hecha de chavistas y una comparsa de sedicentes opositores.

Ello no obstante, y atento a liturgia político-administativa que rige en las repúblicas hispanoamericanas desde 1810, Parra se dispone a dirigir la palabra a los presentes, a la prensa televisiva progubernamental, a los millones de venezolanos que anhelan el fin de la crisis que ha aniquilado a la nación, ¿a la posteridad?

Seguramente se propone improvisar a partir del tema que ya abordó en su exhortación peliminar a los diputados que lo eligieron: la reconciliación nacional, las elevadas miras, etc.

Es entonces cuando, momentáneamente, la pista de audio se despeja lo suficiente para que escuchemos un imperioso “ ¡siéntate ahí; aquí no se mueve nadie!”. El subtexto es “ ya hiciste tu parte, no es momento de discursear, no compliques ahora las cosas”. Un barrido de la cámara muestra al dueño de la voz: el diputado Francisco Torrealba, nada menos que jefe de la fracción del PSUV, el partido de Maduro, poniendo literalmente en su sitio a Parra.

Asuntos de mayor urgencia parecen reclamar a Torrealba en otro sitio del hemiciclo, pero antes debe sofocar los amagos de independencia de Parra. Un segundón de Torrealba explicita las órdenes: “te me quedas ahí cuidando esa mielda” (sic).

Es visible el alivio que experimenta Parra al sentarse y enajenarse por completo del griterío de gallera que lo rodea. Solo faltó para que aflojara el nudo de la corbata y ordenara el venezolano whisky del deber cumplido, con hielo y poca soda. El día sin embargo, no había terminado.

Como sabemos, horas más tarde, en una sede accidental cargada de simbolismo – el asediado edificio del diario El Nacional, insignia del periodismo libre que aún alienta en Venezuela−, Juan Guaidó fue elegido presidente de la Asamblea Nacional en condiciones que, sin duda, cubren todas las providencias y formalidades constitucionales.

Qué pasará ahora que tenemos no solo dos presidentes, dos cancillerías tres cuerpos legislativos y un ejército puesto monolíticamente al servicio de la camarilla gobernante es algo que solo sabe el año ruso que nos espera.

Digo “ruso” no solo por la ya irreversible apropiación que hará Rosneft de lo que va quedando de los activos petroleros, sino por la acentuación en Maduro de la metodología que rige el trato que da Putin a sus adversarios.

Sin embargo, resplandece el hecho de que Juan Guaidó ganó con entereza, astucia y gallardía una batalla que muchos daban por perdida. Quienes desde hace meses critican su actuación – me cuento entre ellos −, no podrán mezquinarle la presencia de ánimo y el denuedo con que arrebató de las fauces de Maduro un día más.

Un día más para volver al combate. ¿Quién podrá decirnos hoy, en enero de 2020, que ese día ganado contra todo pronóstico no pueda hacer, al final, la diferencia?

 

 

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