Ganar y gobernar, dos metas en riesgo para todos
El complicado cierre de listas y las tensiones posteriores ponen en duda la unidad del oficialismo y la oposición luego de las PASO y del 10 de diciembre
Alfredo Sábat
El complicado cierre de listas dejó en evidencia, como nunca, que las dos grandes coaliciones se sostienen unidas por sus propósitos electorales y el temor al llano antes que por ideas y valores comunes. En una semana, las diferencias y cortocircuitos volvieron a quedaron expuestos sin cobertura posible, cuando más necesitaban exhibir armonía y cohesión.
Las respuestas que el oficialismo de Unión por la Patria (UP) y la oposición de Juntos por el Cambio (JxC) dieron al electorado al revelar los nombres de sus postulantes para las PASO solo abrieron nuevas y más profundas preguntas. Dudas que pueden resumirse en dos incógnitas cruciales: ¿cómo van a hacer campaña sin provocarse daño a sí mismos? Y ¿cómo van a gobernar con la conformación del Congreso que quedará después de la elección? La hasta ahora tercera fuerza en discordia, La Libertad Avanza (LLA), tampoco ofrece certezas al respecto.
La sangrienta consagración de candidatos del oficialismo dejó demasiadas heridas abiertas, como se solazó en exponer la propia Cristina Kirchner al lado del ya candidato Sergio Massa, a pesar de la fragilidad de la economía y del ahogo financiero que no logra solucionar el ministro encargado de representar al espacio. Aunque rápidamente candidatos y dirigentes se empeñaron en disimularlo, con disciplina (y resignación) ante lo inevitable,
La sucesión de fotos del naufragado precandidato Daniel Scioli, primero con la vicepresidenta y luego con Massa, que ya se había cobrado todas las venganzas, son puestas en escena (hasta la sobreactuación) que se suman a la activa militancia en redes para que las bases kirchneristas compren broches y se tapen la nariz para votar al candidato de la “unidad”. Es probable que lo logren. El peronismo tiene aversión a la intemperie. Ya lo dijo el sábado el doctrinario Amado Boudou, nada es peor que la derrota.
Sin embargo, la composición de las listas, junto a la visa para competir que le dieron a Juan Grabois, y no a Scioli, son inocultables motivos de alarma para Massa con vistas a un eventual gobierno, enmarcado por urgencias extremas y demandado de soluciones que harán doler. Su ahora fortalecido optimismo invencible le permite negarlo pero no evitarlo.
La lista de candidatos a legisladores nacionales de UP por la provincia de Buenos Aires (PBA), la fórmula para la gobernación y la nómina para la Legislatura bonaerense, así como la de los aspirantes a diputados nacionales por la Capital, preanuncian tiempos difíciles para Massa si llega a la Presidencia.
Los dos postulantes a senador nacional por PBA son cristinistas indoblegables: uno es el precandidato presidencial nonato Eduardo “Wado” de Pedro y la segunda es Juliana Di Tullio, incansable para dar muestras de fidelidad a la jefa.
De los aspirantes a la Cámara baja con posibilidades de ocupar una banca por la UP de Buenos Aires, 11 responden a Cristina Kirchner, dos a Massa y dos a Alberto Fernández. Es decir, el cristicamporismo se llevó el 73%; el massismo, 13, y 13 lo que queda del albertismo.
Son mensajes elocuentes para que quede claro quién todavía manda y, en caso de derrota, asegurarse representación y refugio. Además, ante un eventual triunfo, anticipan que la jefa no se resigna a dejar de influir (u obstaculizar). La retaguardia iluminada. Quien quiera ver que mire.
Esas fórmulas y las listas porteña y bonaerense masivamente cristinistas tienen, no obstante, algún aspecto positivo para Massa, cuya candidatura debió llevar el cristicamporismo a pesar de todos los pesares, por diferencia de orígenes, de pertenencia y de cosmovisiones.
La boleta presidencial suele ser determinante para sostener o hundir el resto de las candidaturas, por lo que desear una derrota del ministro pronorteamericano puede ser letal. Cristina Kirchner suele equivocarse con los candidatos, pero nunca se la ha visto apostando a perder.
Después del capítulo del lunes, con la vicepresidenta delimitando la cancha a futuro y dejando en claro (por las dudas y para que quede registro) que su verdadero candidato era Wado de Pedro, el oficialismo empezó a encolumnarse para maquillar disonancias y rencores. Lo que está en juego es demasiado grande, sobre todo para Massa, que debe afrontar la campaña con muchos tropiezos y pocos logros en su gestión y a la espera, aún, de que el FMI le alivie la carga, como él prometió que haría apenas lo entronizaron.
La sobreactuación de ayer para recibir a su ahora exenemigo Scioli en la puerta del ministerio como si fuera un dignatario funge por sí sola como parte de ese plan de enfilar los patitos. Massa conoce y aplica la máxima adjudicada a Antonio Cafiero (o Cafiero el prócer) que dice que “todo político para llegar a lo más alto necesita tener dos atributos: ambición y vanidad, pero nunca la vanidad debe superar a la ambición”.
En caso de gobernar, ya verá Massa cómo maneja la resistencia que, probablemente surja con más fuerza de las filas del propio bloque de UP. Mirando las listas oficialistas, el polítólogo Pablo Touzón no duda sobre lo que le espera: “El kirchnerismo se prepara para seguir en la oposición, como ya lo hizo durante este mandato con Fernández”. A Massa ambición no le falta para cambiar de principios (o socios) si las circunstancias lo exigen. Pero no le será fácil.
La guerra cambiemita
Del otro lado de la vereda está cada vez más lejos de primar el orden y la paz. Y el nuevo estado de ebullición no es ajeno a las definiciones en el oficialismo.
Demasiado poco duraron las muestras de convivencia civilizadas que había logrado escenificar la dirigencia de JxC, gracias al obsceno regateo del oficialismo sobre la definición de las candidaturas y su búsqueda de una unidad forzada.
Apenas, bajó un poco la espuma de la trifulca peronista, pareció que la guerra cambiemita se hubiera detenido solo para tomar impulso y dar un salto cuantitativo y cualitativo.
Un error (otro más), un acto fallido o una admisión inoportuna de Horacio Rodríguez Larreta dio pie para que su rival interna, Patricia Bullrich, y sus seguidores le saltaran al cuello y lo sacudieran con críticas y acusaciones de traición e ingratitud.
No bastó que al día siguiente el jefe de gobierno porteño dijera públicamente que no quiso decir lo que dijo y lo que se interpretó como no podía interpretarse de otra manera. Sobre todo, por parte de quienes se embanderan tras las huellas del padre fundador de Pro, Mauricio Macri, de quien Larreta dijo que había fracasado en su forma de encarar los cambios. Una herejía que sus adversarios amarillos potenciaron y sobre la que no admitieron aclaraciones. Si hay que aclarar no falló la recepción si no la emisión, dicen las reglas básicas de la comunicación. Mucho más en tiempos electorales.
“Es muy difícil hacer campaña así. Nosotros buscamos ampliar para ganar la elección general y dimos una señal muy consistente en ese sentido con el armado de las fórmulas y de las listas en todos los distritos. Pero no hay margen para errores como estos, menos cuando Patricia y los suyos solo tienen por objetivo inmediato derrotarlo a Horacio en la PASO, sin reparar en los daños colaterales para todo JxC”, se lamentaba y admitía ayer uno de los principales referentes del larretismo.
Otro fiel acompañante de Rodríguez Larreta agregaba: “Es cierto que Horacio no quiso decir que Macri había fracasado sino que pretendió marcar que sin consensos, todas las reformas están destinadas a fracasar en el tiempo, pero se equivocó en cómo lo dijo. Está demasiado enojado con Mauricio y convencido de que éste juega con Patricia para hacerlo perder. Se tiene que olvidar de eso. No le vamos a contestar ni vamos a ponerla a ella y a los suyos en el rol de enemiga. Hay que sumar”.
La convicción absoluta que anida en torno de Bullrich acerca de que si gana la interna retendrá todos los votos cambiemitas que se sumen en las PASO y que los votantes de JxC no quieren defecciones ni consensos con ningún sector del oficialismo, explica en buena medida la reacción ante el error o el fallido de Larreta.
También lo explica otra sospecha (o creencia muy arraigada) del bullrichismo, y es que Rodríguez Larreta y su equipo de campaña utilizan los infinitos recursos que les adjudican para operar en su contra en todos los terrenos. Lo que se escucha en la superficie es nada comparado con lo que se dice por lo bajo,
Los principales dirigentes de ambos bandos minimizan al final de cada día las consecuencias de las batallas que libran a la vista de todos y que no se limitan a Pro sino que atraviesa con fuerza también al otro socio mayoritario, la UCR.
Frente a este panorama tan poco edificante, ya son varios los consejeros y aportantes poderosos que han empezado a hacer sonar las alarmas. No solo ven complejo un futuro gobierno de JxC después de estos enfrentamientos. También ven en riesgo el potencial electoral.
“Sí no fuera por el esfuerzo que hace la oposición por autodestruirse, un ministro de Economía de un gobierno fracasado, con 120% de inflación anual y más de 40% de pobreza, no tendría ninguna chance electoral. Sin embargo, asoma competitivo”, se lamentaba ayer un importante empresario cercano al ideario cambiemita.
En semejante contexto y dada la magnitud de los desafíos que deberá enfrenar la próxima gestión nacional, cobra más relevancia la observación del politólogo Andrés Malamud: “El sistema electoral argentino nos inhibe de ser Perú con su fragmentación extrema, pero los partidos se rompieron y la disciplina legislativa del próximo gobierno está desgarantizada”. Se encienden más alarmas.