García Montero quiere limpiar, fijar y dar esplendor socialista a la RAE
Era cuestión de tiempo que el sanchismo intentara liquidar la independencia de una Casa cuyos académicos deciden autónomamente quién entra en ella, sin que el largo dedo de Moncloa intervenga

Ilustración de Luis García Montero – Ángel Ruiz
Corría la primavera de 2015 e Izquierda Unida en Madrid había colocado como su candidato estrella a la Comunidad al exponente vivo de la poesía de la experiencia y catedrático de Literatura Española Luis García Montero (Granada, 1958). La coalición había obtenido cuatro años antes 13 escaños y esperaba que su cosecha de votos con el poeta granadino a la cabeza fuera excelente. Cuando se abrieron las urnas, los comunistas habían sido arrollados por la corriente afín a Pablo Iglesias y obtenido un número redondo de diputados en la Asamblea madrileña: 0. Por entonces, el efímero candidato llevaba casado veinte años con Almudena Grandes, la escritora fallecida en 2021. Ambos formaban un equipo de progresismo familiar; hasta se conocieron en un acto contra la guerra de Irak. Cada uno aportó a la unión un vástago de sus antiguas relaciones y tuvieron una hija en común, Elisa. La joven, en sus orígenes criada en ambientes alternativos, ha terminado por devenir en simpatizante de Falange, impartiendo conferencias sobre el nacionalsindicalismo. Pura fantasía para sus padres.
La noche del desplome electoral, la única obsesión de García Montero era que no gobernara Esperanza Aguirre en el Ayuntamiento. Carmena terminaría siendo alcaldesa. Preguntado años después por aquel testarazo, contó que se había sentido obligado a entrar en política por ser uno de los fundadores de IU en los años 80 y que de la experiencia pública se llevó una triste impresión por «el espectáculo de la política demagógica y de egoísmos personales». Después de aquel fracaso, Montero prometió no optar nunca a un cargo público. Hasta que llegó Pedro Sánchez al poder y le puso en bandeja la dirección del Instituto Cervantes, con un sueldo de 110.440,53 euros y 87 centros distribuidos en 44 países. Donde dije digo, digo Diego. O más bien: gracias, Pedro.
Pero aquella designación necesitaba un refuerzo que se produjo hace unos días, cuando el jefe del Instituto Cervantes empitonó al presidente de la RAE, Santiago Muñoz Machado, por ser –sostuvo– experto en llevar negocios desde su despacho para las empresas multimillonarias. Era un indisimulado intento del Gobierno de colonizar y controlar la Academia para adecuarla al relato del sanchismo y sus socios de diluir el español y apoyar los otros idiomas cooficiales en España, amén de ser permeable al discurso inclusivo, al que no se ha plegado la institución que debe limpiar, fijar y dar esplendor a nuestra lengua común, que hablan cerca de 600 millones de personas.
La idea del presidente era convertir al organismo que guarda nuestra lengua en un departamento más de propaganda socialista, como el CIS o la Fiscalía
Era cuestión de tiempo que el sanchismo intentara liquidar la independencia de una Casa cuyos académicos deciden autónomamente quién entra en ella, sin que el largo dedo de Moncloa intervenga. Hasta ahí podíamos llegar: Montero era el primer indignado de que él mismo no sea académico. La idea del presidente era, una vez que su protegido lanzara la artillería, colocar a una mujer para acabar con la hegemonía masculina en la RAE, que solo tiene un 20 % de mujeres en sus filas. Es decir, convertir al organismo que guarda nuestra lengua en un departamento más de propaganda socialista, como el CIS o la Fiscalía.
Pero el burdo ataque de Montero ha terminado teniendo un efecto bumerán. Porque, al margen de la progresía que defiende al Gobierno (callado culposamente en esta controversia), Montero se ha visto muy solo y ha conseguido lo que menos pretendía, una defensa cerrada hacia Muñoz Machado. Desde Álvaro Pombo, que llamó en un artículo de ABC al director del Cervantes «poeta menor, agradablemente menor, pero faltón; chiquito, pero faltón», hasta Savater que le tildó de «mandado», pasando por Pérez Reverte que le tachó de ser un «paniaguado» usado por Sánchez para «meter mano en la RAE» y «contaminarla como ha hecho con todas las instituciones españolas», sin olvidar a Juan Luis Cebrián, académico también, que recordó que ni Franco había conseguido domeñar a la Docta Casa. De hecho, hay quien sostiene que los ataques del viudo de Almudena Grandes contra Muñoz Machado se deben a que éste podría estar barajando que, cuando acabe su mandato en diciembre de 2026, fuera el exdirector de El País su sucesor. Había que evitar que la bestia negra de Sánchez, junto a Felipe González, se hiciera con los mandos de la RAE. Pedro entró en cólera y puso a trabajar al escritor andaluz.
Después de la andanada de Montero, tanto él como Muñoz Machado han estado estos días juntos en el Congreso de la lengua española en Arequipa, la ciudad peruana que vio nacer a Vargas Llosa. La tensión entre ambos se cortaba. No se han hablado y aparecían en las fotos con cara de funeral. De hecho, el responsable del Cervantes siguió con su particular matraca e insistió delante de la prensa y los diplomáticos que había que hablar de la sucesión que estaba preparando Machado en la RAE. Entre los corrillos se sostenía que el granadino mantiene una vieja inquina que se remonta a quince años atrás contra el director de la RAE, a la sazón biógrafo de Cervantes.
Al margen de la progresía que defiende al Gobierno, Montero se ha visto muy solo y ha conseguido lo que menos pretendía, una defensa cerrada hacia Muñoz Machado
García Montero, de cuya calidad literaria hay disparidad de opiniones, tiene una amplia producción, que abarca poesía, ensayo, novela y artículos periodísticos. Salvador Illa le ha concedido el premio Blanquerra, antaño arma literaria de los separatistas, por defender «la riqueza y diversidad cultural del Estado». Amigo en su día de Rafael Alberti y Ángel González, Luis García Montero posee una casa en Rota donde comparte veladas veraniegas con personajes como Joaquín Sabina, al que escribió la canción «Nube Negra». El cantante llama a toda esa panda roteña «los jóvenes poetas líricos». Tal era la conexión de Montero y Almudena con la localidad gaditana que dos avenidas llevan sus nombres. El poeta le dedicó a su mujer fallecida un poemario titulado «Un año y tres meses» y el libro «Almudena», que relata su proceso de duelo a través de la poesía y que conmovió a muchos lectores.
Hoy, Luisito (como le llaman sus amigos) está inmerso en otro duelo, muy poco literario, cuyo asalto final está por venir.