CorrupciónÉtica y MoralJusticiaPolítica

García Ortiz, nuevo inquilino en el ‘valle de los caídos’ del sanchismo: los 20 sacrificados por el presidente

Veinte trayectorias que ayudaron a sostener al presidente y acabaron fuera del tablero por decisiones institucionales, crisis internas o desgastes precipitados

García Ortiz se ata al cargo por un "vacío legal" mientras el Supremo advierte: "Pone en cuestión el prestigio de la institución" | España

 

La política española tiene sus rutinas, pero pocas son tan persistentes como la que rodea a Pedro Sánchez: su entorno se renueva a una velocidad que no deja espacio para la nostalgia. Lo que hoy es un pilar, mañana es una sombra. Lo que ayer parecía definitivo, hoy es descartable. Con la condena a Álvaro García Ortiz —a quien Moncloa defiende con convicción mientras prepara su relevo— se vuelve a abrir el álbum de quienes, en los últimos años, han ido cayendo en ese valle político donde terminan las figuras que un día, hace tiempo, alguna vez, fueron relevantes para el presidente.

Ese paisaje no es homogéneo. Ahí conviven expulsiones bruscas, renuncias forzadas, relevos tácticos, daños colaterales de la política exterior y personajes que simplemente se apagaron como un foco cuando el escenario dejó de requerirlos. Entender esa topografía exige distinguir entre quienes fueron sacrificados, quienes se sacrificaron a sí mismos sin quererlo y quienes se deshicieron paso a paso, consumidos por una agenda que no perdona el estancamiento.

El caso más reciente es el del fiscal general, García Ortiz, convertido en el protagonista de una coreografía que Moncloa ya ha ejecutado otras veces: defender la integridad de la persona mientras despliega, casi en paralelo, la operación para sustituirla. La condena —que el Gobierno considera construida sobre indicios débiles— obliga a abrir un nuevo ciclo en la Fiscalía. Su caída no es la más estruendosa, pero sí la que reactiva una fotografía más amplia.

Ceses quirúrgicos

En ese mosaico sobresalen los ceses quirúrgicos. Paz Esteban, la primera mujer al frente del CNI, tuvo que dejar su puesto tras el escándalo Pegasus para desactivar una crisis con ERC que amenazaba la legislatura. Su trayectoria técnica nunca estuvo en cuestión, pero Sánchez decidió que el coste político era demasiado elevado para permitirle seguir. Ese sacrificio marcó la pauta: cuando una figura institucional se convierte en obstáculo, la sustitución se ejecuta sin dramatismo.

Algo parecido ocurrió con Miguel Ángel Villarroya, jefe de la cúpula militar, cuya dimisión durante las primeras semanas de vacunación cerró una polémica que empezaba a erosionar al Gobierno en uno de los momentos más tensos de la pandemia. Fue un cortafuegos de manual. Y Carmen Montón, atrapada en las irregularidades de su máster, abandonó antes de que su caso se convirtiera en ruido estructural contra el primer Ejecutivo de Sánchez.

Fricciones internas

Muy distinto es el capítulo de quienes terminaron cayendo por la fricción interna del PSOE. Ahí destaca Susana Díaz, baronesa hegemónica en Andalucía, cuya derrota en las primarias frente al propio Sánchez marcó un punto de inflexión: el susanismo no era compatible con el nuevo PSOE que el presidente quería construir. Su caída fue el aviso de que la convivencia con estructuras anteriores tendría siempre fecha de caducidad.

Otra figura es Adriana Lastra, que pasó de mano derecha en Ferraz a verse empujada hacia los márgenes autonómicos. Su enfrentamiento con los núcleos de poder internos —entre ellos Ábalos y Cerdán— terminó aislándola del espacio que había ocupado durante los años de mayor tensión con Podemos. Su trayectoria ilustra la fragilidad de cualquier equilibrio interno.

Algo parecido vivió María Gámez, directora de la Guardia Civil, cuya salida por un caso que afectaba a su marido sirvió para aislar el daño en un órgano especialmente sensible.

Y luego está José Luis Ábalos, pieza capital de la llegada al poder: negociador de la moción de censura, enlace con los barones, protector del aparato. Su salida del grupo parlamentario tras el caso Koldo cerró de golpe una etapa entera. No fue sólo la caída de un ministro (ya le habían cesado en 2021); fue la implosión de un ecosistema interno que se venía agrietando desde hacía meses y que dejó al PSOE sin uno de sus principales corredores políticos.

Santos Cerdán, recién liberado de prisión preventiva, vive ahora una situación comparable: fue el hombre que articuló el acercamiento a Junts y el responsable de la negociación clave de la última investidura. Pero la investigación judicial que lo afecta ha dejado a la dirección «perpleja», según admiten fuentes de Moncloa. «Es imprevisible. No sabemos por dónde puede salir», admitían esta semana.

Pero hay también víctimas de la política exterior. Arancha González Laya, ministra de Exteriores durante la crisis con Marruecos por la entrada en España del líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, terminó sacrificada para recomponer una relación bilateral que se había tensado más de lo previsto. Otro relevo asumido como inevitable.

Quienes fueron apagándose

En un escalón distinto figuran los estrategas y técnicos que se fueron difuminando. Iván Redondo, cerebro del relato de la primera etapa, perdió influencia conforme el presidente trató de rearmarse tras la pandemia y acabó montando una encuestadoraPedro Duque, ministro respetado fuera del partido, vio cómo su papel se reducía sin estridencias. Reyes Maroto, la exministra que recientemente ha aparecido en los informes de la UCO, se desdibujó al pasar de Industria a la campaña municipal, donde no logró convertirse en activo estratégico del PSOE nacional. Juan Lobato, llamado a encarnar una renovación en Madrid, se encontró convertido en diana tras sospechar de los correos en el caso del fiscal general.

La lista de figuras diluidas la completan perfiles como Pepu Hernández, fichaje que funcionó mientras la campaña mantuvo su brillo, pero que perdió relevancia tan pronto como la política madrileña volvió a su cauce natural. Una estrella fugaz que brilló durante dos semanas de campaña y se apagó tras cuatro años de legislatura.

José Manuel Pérez Tornero, que dirigió RTVE hasta que su relación con la corporación se deterioró lo suficiente como para hacer inevitable su salida. Hoy es uno de sus críticos más explícitos, un reflejo claro de la distancia que Moncloa puede tomar cuando da una etapa por concluida.

El caso que cierra el conjunto es quizá el más simbólico: José Blanco, el padrino político que acompañó a Sánchez en sus primeros pasos. La relación se rompió cuando el presidente situó a Óscar López y Antonio Hernando en su círculo de confianza. No fue un cese, sino una fractura personal y política. Pero su inclusión en este inventario explica mejor que ninguna otra la manera en que Sánchez ha gobernado su propio ecosistema.

Ese valle no es un cementerio de traiciones; es el resultado de un método. Un método que, con sus éxitos y sus fracasos, define a un presidente que no rehúye las sustituciones cuando la estabilidad del proyecto lo exige. Un presidente que cambia de engranajes sin sentimentalismo. Un presidente que, como demuestra el caso de García Ortiz, ya está pensando en el siguiente movimiento incluso cuando todavía sujeta al que está cayendo.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba