En 1920, uno de los episodios más pintorescos de la historia petrolera venezolana abrió las puertas de la Standard Oil de New Jersey –después Creole y finalmente Lagoven- a vastas concesiones en el Lago de Maracaibo, gracias a la experiencia veterinaria del joven agente de la compañía en un rendez vous providencial con el general Juan Vicente Gómez.
Tom Armstrong fue el personaje designado por los directores de Houston, más por el manejo del español, aprendido en el rancho de su padre, un ganadero texano, que por cualquier conocimiento del negocio petrolero.
Era entonces un abogado de 26 años, bajito y fornido, hijo de una rica familia, graduado en leyes en Princeton, que regresó de las trincheras en Francia con el rango de mayor de artillería y la convicción de que las paredes de una oficina no eran las más propicias a sus ansias de aventuras.
Tampoco la Standard se hallaba en una situación placentera, al ser excluida de amplios territorios coloniales y expropiada en Rusia, mientras medidas proteccionistas tenían lugar en México y otras regiones productoras e Inglaterra se vanagloriaba de poseer dos terceras partes de las mejores áreas de América Central y del Sur y de que el consorcio anglo-holandés Royal Dutch Shell poseía o controlaba intereses en cada campo petrolero importante del mundo, incluidos los Estados Unidos.
Urgían nuevos horizontes y con el apoyo oficial de Washington, iniciaron las compañías del Norte la búsqueda de países promisores desde el punto de vista geológico, vírgenes de presencia foránea y, por supuesto, carentes de los cuadros necesarios para la eventual explotación de recursos que se sabían cuantiosos.
Como Venezuela, por ejemplo. Y así llegó el mayor Armstrong a Maracay, tras dejar a sus competidores en la capital, cortejando a las altas esferas oficiales, para plantear su oferta al general Gómez. A una larga y aburrida antesala de varias semanas.
Hasta llegado el día le emocionó la convocatoria que imaginaba en relación con sus planes petroleros y se descorazonó a renglón seguido del paseo entre la vacada de alguna de sus haciendas cuando el general le mostró con preocupación la oreja de un novillo crucificado por las garrapatas.
¿Sabía él algo del problema?, le preguntó, con la buena fortuna de que poco antes del viaje a Venezuela, el viejo Armstrong había empleado en su rancho de Texas el método de inmersión para combatir la plaga, y esto despertó la curiosidad del dictador y fue el origen de una plática de varias horas, aunque siempre sobre veterinaria, sin dar chance al estadounidense de mencionar lo que ardía por exponer.
Días más tarde, sin embargo, el general le escuchó con atención y dictó al secretario una esquela para el ministro de Fomento, que entregó al joven abogado con una recomendación – “Llévesela, y si no le quiere recibir, vuelva a verme”- que nadie hubiera osado ignorar so pena de una temporada en la cárcel de La Rotunda.
Así comenzó el mayor Armstrong la adquisición de muchas concesiones, no sólo en Maracaibo sino en la zona oriental, aplicando su bagaje legal junto a los representantes de otras compañías en la elaboración de la primera legislación petrolera, obviamente inclinada hacia sus propios intereses, que la dictadura aceptó sin chistar.
Y fue el trampolín para su ascenso y traslado a Bolivia y el comienzo de una flamante carrera al servicio de John D. Rockefeller.
Varsovia, julio de 2024.