Gary Cooper, las travesuras del hombre ideal
Irradiaba elegancia, con su deje indolente, sus extraños andares y su encanto campesino. Aquel chico de Montana que creció entre caballos encarnó al héroe honesto y cabal que han adorado generaciones de espectadores. Era el hombre ideal. Y, sin embargo, cometió sus travesuras. Se las contamos.
Le pagaban cinco dólares al día como extra y diez si doblaba a los actores montando a caballo, peleando o disparando en películas mudas del oeste. Hasta que llegó su día de suerte. Era 1926. Se rodaba Flor del desierto. Falló el actor Garold Goodwin y entonces dieron paso a un jovencito Cooper. El papel era muy corto, pero la escena en la que agonizaba en los brazos de Ronald Colman impactó. Así entró Gary Cooper en el mundo del cine.
Las maneras de cowboy las traía de casa. Se había criado en un rancho de Montana, cabalgó, cazó, laceó y arreó ganado desde niño. Es más, sus andares ladeados y su peculiar forma de montar a caballo procedían de una caída a caballo mal curada cuando tenía 15 años.
La elegancia, el porte y una sensación de naturalidad cautivadora no eran impostadas. Gary Cooper era así. Y por eso gustaba tanto. El Oeste le abrió las puertas de los estudios y pronto ascendió hasta el Olimpo de Hollywood. Pero antes de eso tuvo que bregar mucho.
Frank James Cooper nació en Helena Montana, el 7 de mayo de 1901. Su padre era un inglés que emigró a Estados Unidos y llegó a ser juez. Su madre era una sencilla ama de casa americana de la que heredó el magnífico porte. Gary tuvo una infancia feliz. Se crió triscando al aire libre. Y esa afición la mantuvo siempre; a menudo compartió días de pesca con su buen amigo Ernest Hemingway, otro aficionado a las actividades campestres.
Su estela es diferente a la de otros monstruos del cine porque Cooper no tenía áurea de canalla
De jovencito lo enviaron a Inglaterra a instruirse. Después, cuando le llegó la hora de la Universidad, se decantó por el dibujo. Tenía buena mano, logró publicar caricaturas y cómics en algunos diarios. Intentó vivir de su arte, pero no lo consiguió. Fue vendedor de aparatos eléctricos pero no vendió ni uno. Cuesta creerlo, pero así fue. Se mudó entonces a Los Ángeles donde unos amigos de Montana lo animaron a hacer de extra… y así arrancó la trayectoria de un actor que estuvo 36 años en las pantallas y protagonizó 92 películas.
El gran salto lo dio con El virginiano, en 1929. A diferencia de otros actores que venían del cine mudo, a él la sonoridad le favoreció porque su voz era profunda y clara. Su aspecto también ayudó: encajaba con el prototipo de vaquero –alto (medía 1,91 metros), guapo, reservado, con un serio sentido del honor, valiente y amante de la libertad– que tanto gustaba en Hollywood.
Su estela es diferente a la de otros monstruos del cine porque Cooper no tenía áurea de canalla. «Cada expresión de su cara deletrea honestidad», dijo Frank Capra. A Gary Cooper lo encumbró lo que la revista Time definió como «indestructible naturalidad». No era un actor de métodos ni de estudios, sencillamente se dejaba llevar sin teatralidad.
Tenía Gary Cooper una elegancia innata e indolente, una cualidad fabulosa para ser una estrella de cine. Estaba dotado de una «maravilllosa limpieza de espíritu campesina»; en palabras de Terenci Moix. Y eso hacía que la gente se identificara con él.
Además, encarnaba el espíritu de la heroicidad sin estridencias. A ello le ayudaron varios de los papeles que interpretó: legionario (Beau Geste); militar de honor (Los lanceros bengalíes); hombre íntegro (Solo ante el peligro). Y héroe de guerra (El sargento York). De esta película (por la que ganó su primer Oscar) su director, Howard Hawks, destacó: «Gary Cooper trabajó muy duro y sin embargo no parecía estar trabajando. Era un actor extraño porque lo mirabas durante una escena y pensabas… esto no va a funcionar. Pero cuando veías las primeras pruebas en la sala de proyección al día siguiente podías leer en su cara todo lo que había estado pensando». Actuaba como sin querer.
El sargento York era la película preferida de Cooper porque Alvin Culum York, el personaje real en el que se basa el filme, fue un hombre sencillo que sobresalió por su coraje en las dos guerras mundiales, y además había nacido en Montana, como él. Cooper era conservador y patriota. Durante la Segunda Guerra mundial recorrió 37.000 kilómetros por el Sudeste del Pacífico en una gira de apoyo a los soldados.
También tenía Gary lo que Jorge Berlanga llamó «traviesa timidez». Sin ser un ligón irredento como Clint Eastwood o Warren Beatty, tuvo sus devaneos amorosos. Vivió varios affaires con compañeras de reparto; se dice que con Marlene Dietrich, con la que coincidió en Morocco; con Ingrid Bergman (su partenaire en Por quien doblan las campanas) o con Grace Kelly (su mujer en Solo ante el peligro «High Noon»). Antes había vivido romances con Lupe Vélez, Carole Lombard y Clara Bow, pero la que le robó el corazón fue Patricia Neal, con la que interpretó El manantial.
El drama estaba servido, Cooper estaba casado con Veronica Balfe, una niña bien, católica de Nueva York. Ese romance prohibido apedreó su hasta entonces intachable imagen de hombre familiar (los Cooper tuvieron una hija, Maria) y feliz.
Vivió Cooper una crisis personal entre 1951 y 1953 (se separó de su mujer, luego regresó y estuvieron juntos hasta el final), pero fue entonces cuando de nuevo la suerte llamó a su puerta: Gregory Peck rechazó ponerse en la piel del sheriff Will Kane para protagonizar Solo ante el peligro.
Los rumores apedreaban su hasta entonces intachable imagen de hombre familiar y feliz
Fue el personaje de su vida. Si Orson Welles es Ciudadano Kane o Charlton Heston es Ben Hur, Gary Cooper es el sheriff Kane, el sumo representante del cumplimiento del deber. Solo ante el peligro, que consiguió cuatro Óscar de 1952, entre ellos uno para Cooper, no es un western convencional sino que es uno de los títulos que inaugura un nuevo subgénero, el del western psicológico. En esta película mítica es fundamental la gesticulación del actor. La tensión la transmiten sobre todo los relojes, las sombras y el rostro de Cooper con abundantes primeros planos en los que sus ojos, sus arrugas o sus muecas lo dicen todo.
A Cooper le gustaron las películas del Oeste. También participó en Buffalo Bill; El Forastero; El caballero del oeste; Veracruz, donde coincidió con nuestra Sara Montiel, o El árbol del ahorcado. Hubo también patinazos en su carrera, como Las aventuras de Marco Polo, que perdió mucho dinero.
Y errores: Gary Cooper rechazó ser Rhett Butler en Lo que el viento se llevó. Pero el balance de su carrera es excelente: llegó a ser el actor mejor pagado del mundo; en 1939 sus ingresos (equivalente a casi diez millones de euros de hoy) lo convirtieron en el mayor asalariado del país, según un informe del Departamento del Tesoro de Estados Unidos.
De joven emanaba madurez y, de mayor, «a cada nueva arruga, añadía un grado de veteranía», explicó Terenci Moix. Lo caracterizó lo que Moix llama «un excepcional sentido de la sobriedad».
Murió en 1961, poco después de haber recogido su tercer Oscar, esta vez honorífico. Sus compañeros lo elogiaron. Barbara Stanwyck dijo de él que era el arquetipo ideal del amigo que todos quisiéramos tener.