Gehard Cartay: ¿Abstención o desobediencia civil?
Ciertos dirigentes políticos y algunos analistas de opinión pretenden convertir lo que a todas luces constituye un acto de desobediencia civil en un simple acto de abstencionismo.
Me refiero a la mayoritaria voluntad de los venezolanos que han decidido no votar en las pretendidas elecciones de mayo próximo -anunciadas para este mes de abril por el CNE del régimen y pospuestas luego, sin descartar que lo sean nuevamente-, y acerca de las cuales lo único cierto, hasta ahora, es que pocos saben realmente qué se está haciendo al respecto.
Afirmo que se trata de un acto de desobediencia civil, y no un simple ejercicio de abstencionismo, porque quienes no van a votar, si es que tales elecciones se realizan, expresarán de esa forma su protesta por la burla a la voluntad mayoritaria de los venezolanos, expresada el pasado 28 de julio cuando el régimen fue derrotado aplastantemente, como ha quedado comprobado y demostrado hasta la saciedad.
Esa protesta se justifica en el hecho cierto, público y notorio de que será el mismo organismo electoral el que dirija este nuevo proceso, sin haber finiquitado el anterior, sin haber publicado sus resultados verdaderos, sin haber mostrado las actas y luego de haber creado una superchería al anunciar un supuesto ganador. No son pocas esas irregularidades, sino que conforman un gravísimo desconocimiento a la soberanía popular y una burla a la clarísima manifestación de la voluntad nacional expresada el 28 de julio pasado.
Hay que recordar, además, que en Venezuela el voto es un derecho constitucional (Artículo 63), y no un deber. Por lo tanto, su titular puede o no ejercerlo, es decir, tiene libertad absoluta para hacer con su voto lo que le parezca. Esto hay que afirmarlo y reafirmarlo porque aquí no han faltado algunos leguleyos que prácticamente consideran un ilícito que los electores decidan no votar, si así se los indica su conciencia.
Pero, en este caso concreto, hay que deslindar el abstencionismo de lo que constituye el ejercicio legítimo de la desobediencia civil. Una cosa sería que alguien se abstenga porque no está de acuerdo con ningún candidato o con un tema planteado -si fuere una consulta o un referendo-, y otra muy distinta sería su negativa a hacerlo para protestar, como en este caso, por el escarnio a la voluntad soberana de los venezolanos expresada en julio pasado. En realidad, al no votar en señal de protesta el elector no está haciendo ningún juicio de valor sobre los candidatos, porque para él ese no es el asunto fundamental, sino mostrando su disconformidad con el organismo electoral que burló la voluntad nacional expresada en julio pasado, y ahora se apresta a realizar otras elecciones como si nada hubiera ocurrido entonces. Tan sencillo como esto.
Por si fuera poco, esa conducta de la gran mayoría de los venezolanos al no participar en las elecciones de marras constituye una forma de ejercer la potestad que les concede el artículo 350 de la Constitución para desconocer “cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y garantías democráticos o menoscabe los derechos humanos”.
Por todas estas poderosas razones, uno no puede aceptar que la oposición electoralista pretenda interesadamente confundir el abstencionismo con lo que en realidad constituye, insisto, un poderoso acto de desobediencia civil. Tal vez lo hagan para culpar por adelantado de su derrota a quienes no votarán en esas probables elecciones, en lugar de convencerlos para que sufraguen por sus candidatos. Ya ocurrió antes, en las elecciones de 2018 cuando la gran mayoría optó por no participar en aquella “elección” presidencial.
De modo que reducir la actitud de la inmensa mayoría que no votará en el anunciado proceso electoral de mayo a una simple actitud “abstencionista” -con su agregado habitual de agravios que la califican además de “conducta pasiva”, “omisión”, “abandono de la lucha”, “desmovilización”, etc.,- no se compadece con la verdad y, por supuesto, sólo constituye una argucia argumental para restar valor a tal actitud y despojarla de su real significado protestatario.
Porque, además, es falso que la única manera de participar y movilizar a la gente sea acudiendo a votar. Desde luego que cada quien debe hacer con su voto lo que le parezca, pero suena a chantaje pretender que no votar signifique cruzarse de brazos y sumirse en la pasividad cómplice con el régimen. Si se trata, como en efecto lo es, de un clarísimo acto de desobediencia civil entonces es mucho más que eso, por supuesto.
Porque abstenerse es no hacer una cosa y, en este caso, esa actitud va mucho más allá: comporta una conducta de rebeldía, denuncia y cuestionamiento ante la burla a la voluntad nacional expresada en las elecciones del 28 de julio y un testimonio de la dignidad de un pueblo que rechaza el actual orden de cosas hoy imperante en Venezuela.