Gehard Cartay R.: Gehard Cartay Ramírez: El castrocomunismo, fuerza agresora contra Venezuela
Acaba de concluir el VIII Congreso del Partido Comunista de Cuba sin sorpresas de ningún tipo y con la única conclusión de que aquella isla seguirá, por lo visto, siendo un país pobre y atrasado, secuestrado por una oligarquía gerontocrática, ladrona y homicida.
En realidad, la trágica experiencia que implica la llamada Revolución Cubana sólo registra dos eficaces resultados: cómo una claque indolente y perversa se apoderó de un país desde hace ya 62 largos años, hundiéndolo en la pobreza, el hambre y el atraso; y cómo también esa misma claque en el poder ha sobrevivido y se ha enriquecido parasitariamente en estas seis décadas, al chulearse centenares de miles de millones de dólares extraídos antes a la desaparecida Unión Soviética y luego a Venezuela. El pueblo cubano, sin embargo, es aún más pobre que antes.
Parece mentira que en sus primeras décadas esta estafa histórica del castrocomunismo engañó a casi todo el mundo, a través de las repetidas mentiras de la propaganda comunista que elogiaba logros inciertos -como se demostró después- en materia de salud, educación y en otras áreas. A propagar esa mentira contribuyó una parte importante de intelectuales de izquierda en el mundo y especialmente latinoamericanos y europeos. Estos últimos, como se sabe, tiene una extraña debilidad por esa rara especie “ornitorrincos” de la política que a cada rato surgen en países del Tercer Mundo. De manera absurda, los convierten entonces en sus íconos y derraman ríos de tinta sobre toneladas de papel para justificarlos.
Así fue como se levantó esa colosal mentira de un pequeño país que “desafiaba” a una potencia mundial vecina y donde la igualdad era una realidad espléndida, la salud otra, al igual que la educación. Allí todos comían, sin que existieran una clase rica egoísta, ni tampoco otra humillada y pobre. Ambas habían logrado el milagro de la equidad en materia de comer y educarse. Al final, esa mentira no puso sostenerse. La terca realidad se impuso: Desde 1959 Cuba ha retrocedido al menos cien años con respecto a aquella otra que recibió con alegría a los triunfantes guerrilleros de Sierra Maestra. Los venezolanos sabemos de eso, luego del arribo al poder del chavomaurismo.
Pero, en nuestro caso, no está de más recordar lo que hizo después el castrocomunismo para intentar liquidar la renacida democracia venezolana en 1959. Por una parte, su manera de acceder al poder a través de la lucha guerrillera encandiló a la dirigencia del Partido Comunista de Venezuela y del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, este último un desprendimiento ultraizquierdista de AD, integrado casi exclusivamente por sus líderes jóvenes. Pensaron en seguida que calcar automáticamente aquel proceso era lo conducente en Venezuela, sin darse cuenta de que algo así resultaba muy difícil en nuestro país, como lo demostrarían los hechos pocos años después, al ser derrotados política y militarmente.
Y aquí vino entonces la intervención de Castro y su dictadura en el proceso político venezolano propiciando y financiando desde Cuba una invasión armada a nuestro país por las playas de Machurucuto, Estado Miranda, formada por milicianos cubanos y algunos guerrilleros venezolanos. Por supuesto que aquello suponía adoctrinamiento y entrenamiento de venezolanos en Cuba.
Castro y otro tristemente célebre dictador caribeño, “Chapita” Trujillo, de República Dominicana, fueron entonces los peores enemigos de la naciente democracia instaurada a partir del 23 de enero de 1958. Lo que supuso aquella condenable actitud intervencionista de Castro tuvo su secuela lamentable y desgraciada en centenares de muertos y miles de heridos, así como diversos intentos golpistas y múltiples agresiones a nuestras Fuerzas Armadas de entonces, atacando aquel incipiente ensayo democrático al tratar de exportar “su revolución”, en abierta violación a la soberanía nacional y las normas del Derecho Internacional.
Hay que recordar a este respecto que hubo un importante sector de la juventud venezolana que se opuso al castrocomunismo y sus agentes guerrilleros en Venezuela. Lo liderizó la Juventud Revolucionaria Copeyana (JRC), que nunca se sintió encandilada por aquel fenómeno de moda, ni tampoco creyó que la llamada Revolución Cubana trajera consigo algo positivo al pueblo de Cuba. AD no tuvo entonces ninguna participación importante en aquella lucha ideológica y política entre los jóvenes de entonces. La razón era obvia: el partido eje de gobierno se había quedado sin sus cuadros juveniles al desertar con el MIR la mayoría de ellos, encandilados por el fenómeno de la naciente Revolución Cubana.
Correspondió entonces -como se ha señalado antes- a los jóvenes socialcristianos la dura tarea de defender las instituciones democráticas en los sectores estudiantiles y universitarios, no siempre con el apoyo de la mayoría. Al escudar aquella gestión, lo que apoyaban, más que al gobierno del Pacto de Puntofijo, era nada más y nada menos que a la naciente democracia frente a la embestida insurreccional alentada y dirigida por comunistas y miristas, librada no sólo desde las guerrillas o mediante acciones terroristas, sino también desde liceos y universidades.
Hoy se puede afirmar, sin hipérbole alguna, que la democracia de esos días ya lejanos le debe mucho a la hidalguía, el coraje y la convicción de los jóvenes copeyanos de entonces. Porque, ciertamente, si no hubiera sido por la lealtad de las Fuerzas Armadas Nacionales y de AD y Copei, cuya vanguardia en los momentos más dramáticos fue precisamente la JRC, aquel difícil ensayo -que en lo fundamental obviamente sostuvo la entereza y el coraje del presidente Rómulo Betancourt- hubiera naufragado en medio de las complejas circunstancias en que se desarrollaba.
Por desgracia, 40 años después, el castrocomunismo volvería a invadir a Venezuela, esta vez gracias al colonialismo mental y antipatriótico de Chávez y sus aliados, que les abrieron las puertas y les entregaron la soberanía nacional.