Gehard Cartay Ramírez: Desintegración familiar y diáspora
Entre los graves males que ha traído consigo la permanencia del chavomadurismo en el poder figuran la desintegración familiar y la diáspora.
La familia venezolana se encuentra hoy desgarrada como nunca antes. Cada uno de nuestros hogares sufre la ausencia de uno o más de sus miembros, obligados a irse hacia otras latitudes. Lo peor es que quienes han emigrado son los más jóvenes, mientras los miembros de mayor edad, como los padres, se quedan en el país. Se trata, en verdad, de una tragedia que cada familia sufre en términos de afecto y solidaridad.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) informó hace poco, a través de la Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela (Plataforma R4V), que más de seis millones de compatriotas se han marchado a otros países. Y la Organización de Estados Americanos (OEA) dio a conocer esta misma semana una cifra similar, que constituye el 20 por ciento del total de la población de nuestro país.
Se trata de la mayor inmigración que se haya producido en Latinoamérica y la segunda en el mundo. Lo grave, apuntan los estudiosos, es que no se ha producido en el marco de una guerra –como es usual–, sino producto del fracaso social y económico de un régimen que, aún en medio de tales circunstancias, nada hace por aminorar y menos revertir esta gravísima tragedia humanitaria.
Como se sabe, Venezuela nunca fue antes un país de emigrantes, sino todo lo contrario. Desde la segunda mitad del siglo XIX, comenzaron a llegar algunas oleadas de inmigrantes, principalmente de Europa. Luego, en el siglo XX y después de la Segunda Guerra Mundial, vinieron centenares de miles, no sólo de Europa, sino también de Asia y de otras partes del continente americano. Esa presencia numerosa de gente venida de otras partes fue, en líneas generales, provechosa para el país y se mantuvo en las décadas siguientes hasta que la crisis iniciada a principios del presente siglo la detuvo y redujo.
A partir de ese aciago momento los venezolanos comenzaron un proceso contrario: emigrar de su país en la misma medida en que se profundizaba el deterioro económico y social de Venezuela como resultado del actual desgobierno. De allí que millones de sus hijos hayan venido emigrando desde hace al menos una década, huyendo de la tragedia chavomadurista que nos ha arruinado como nación y empobrecido como pueblo.
Son compatriotas que escapan del hambre, la violencia, la inseguridad y la escasez que sufre Venezuela como pocas veces antes. Muchos prefieren adentrarse en un mundo de riesgos y abandonar su tierra, y no seguir siendo castigados por la gigantesca crisis que sufrimos aquí. Lo más grave es que buena parte de ellos son jóvenes profesionales, capaces y en plenitud de condiciones físicas e intelectuales. Hoy, en lugar de haber sido incorporados a trabajar por su país, son, por el contrario, prácticamente echados, al negárseles oportunidades y mejores condiciones de vida para ellos y sus familias.
Se trata de un hecho inédito hasta ahora. Y como consecuencia de la quiebra y la ruina de Venezuela a manos del actual régimen, el país enfrenta lo que algunos especialistas denominan “la descapitalización del conocimiento”, todo lo cual compromete aún más el futuro del país. Esta es, sin duda, una circunstancia de la mayor gravedad, más allá de la ruina económica y social que ha creado el chavomadurismo desde 1999.
Pero estos efectos devastadores en lo interno tienen también consecuencias políticas y económicas en lo externo. Resulta obvio que países como Colombia, Brasil, Perú, Ecuador, Chile y Panamá, por citar los que han recibido el mayor contingente de la diáspora venezolana, se sientan afectados por este masivo movimiento migratorio que trae para ellos serias incidencias, independientemente de que algunos de sus gobiernos han mostrado una actitud humanitaria frente a esa situación.
El chavomadurismo dejará un legado terrible en todos los órdenes. La destrucción de Venezuela que ha propiciado traerá consecuencias que seguramente necesitaran varios lustros para solucionarlas o morigerarlas. Pero la peor de todas son las de orden moral y antropológico, y entre ellas la destrucción de la familia y la diáspora serán las de mayor calado histórico y social. Nunca, ni ahora ni en el futuro, serán perdonados por tales crímenes.