Entre falacias, repeticiones acomodaticias, y un liderazgo que no asume con firmeza y reciedumbre los retos que la realidad impone, se debate la narrativa política hoy en Venezuela. El autor plantea, con la exactitud de tener el tiempo en contra, el compromiso para 2024 porque “el país requiere de manera urgente un discurso político basado en la verdad, valiente, responsable, sin cortapisas ni demagogia, que llame las cosas por su nombre y que sea capaz de generar una nueva mística nacional”. ¿Quién será el candidato presidencial honesto, capaz y sensible que enfrente el proceso electoral de 2024?
Paupérrimo, como pocas veces, luce el discurso político en Venezuela, tanto el del régimen como el de la oposición verdadera, en este último caso con las excepciones que confirman la regla. Ambos reflejan el alto grado de mediocridad que hoy caracteriza a la mayoría de la dirigencia política nacional, al abordar algunos temas con grave irrespeto por la verdad y la difícil problemática que hoy aqueja a los venezolanos, y también su superficialidad, frivolidad e irresponsabilidad, sin faltar cierta dosis de ignorancia.
El primer caso lo revela el discurso del régimen al referirse casi siempre a un país feliz, en pleno progreso y con una economía boyante -un país que no existe, pues-, con lo cual demuestra su enorme capacidad para mentir y burlarse de los venezolanos. Las gangosas intervenciones del inquilino de Miraflores constituyen una larga colección de falsedades de todo tipo, en especial cuando anuncia planes futuros que nunca se concretan, cuando se refiere a supuestas obras que no existen o cuando se dedica a amenazar e insultar a sus adversarios.
Así, por ejemplo, se ha perdido ya la cuenta de sus promesas desde hace una década, repetidas anualmente, anunciando que durante el año siguiente la economía venezolana se va a recuperar. Lo cierto es que cada año nuestra economía empeora más, con el consiguiente perjuicio para la casi totalidad de los venezolanos y la destrucción permanente del aparato productivo, de los servicios públicos y de la infraestructura física en todo el territorio nacional.
Se trata de un discurso que miente compulsivamente e irrespeta la inteligencia de nuestra gente. Por supuesto que habrá unos cuantos fanáticos que lo crean, pero la gran mayoría lo rechaza y no le confiere ni una pizca de credibilidad a lo que dice. Y esta gran verdad la demuestra el inmenso repudio que tiene el chavomadurismo entre los ciudadanos, independientemente de lo que digan algunos encuestólogos que tratan de maquillar esa realidad con el cuento chino de que a buena parte de la opinión pública nacional “no le interesa la política”, sino la manera de sobrevivir en medio de este desastre.
Una afirmación como esa también insulta la inteligencia de los venezolanos. Decir hoy que a la mayoría no nos interesa la política resulta un absurdo a estas alturas del tiempo, porque la gente sabe ahora que la política se ocupa desde recoger la basura y tapar los huecos de las calles, pasando por la prestación de los servicios públicos y la marcha de la educación, hasta el control de la inflación y la mejora de la economía. Es decir, la política tiene que ver con casi todo, independientemente de los esfuerzos que cada uno debe hacer para sobrellevar su vida y la de su familia.
Por lo demás, el discurso del régimen, además de mentiroso, no tiene nada bueno o nuevo que ofrecerle al país. Luego de dos décadas de destrucción, ruina, odio y corrupción, el chavomadurismo es una especie de maldición gitana de la que no se puede esperar nada positivo ni esperanzador. Ellos se han agotado en todo sentido, de modo que los venezolanos nada pueden esperar de una gente que sólo ha devastado un país que estaba llamado a ser una nación en pleno desarrollo. Así de simple.
En el campo opositor -descartado el sector “alacrán”, que hace suyo casi todo lo que diga el régimen, también se escucha un discurso sin conexión con la realidad, muchas veces aéreo y sumamente cuidadoso, que toca con pinzas algunos asuntos pero que no va al fondo de los problemas que sufrimos, ni ha sido capaz de presentar alternativas de solución y mucho menos un programa de gobierno que se convierta en una opción que emocione al país y la haga suya, de cara al 2024
Hay algunos opositores que mantienen un discurso que no se atreve a molestar al régimen, insistiendo más en lo prospectivo, pero generalizando en demasía sus planteamientos de solución, casi siempre superficiales y sin desarrollo efectivo. En realidad, aparte de planteamientos principistas, no han dicho hasta ahora cómo van a recuperar a Venezuela del desastre que sufre, ni tampoco han sido capaces de ir tratando cada problema con un diagnóstico preciso, sin proponer las medidas que se requieren para superarlos.
Ese mismo discurso modoso nunca se refiere al tema de los presos políticos, las torturas o las decisiones tribunalicias del régimen en contra de la disidencia, ni cuestionan al CNE ni a su sistema electoral viciado, sin exigir mejores condiciones, ni a la debacle de la educación a todos los niveles. Tampoco tocan temas álgidos como el Arco Minero del Orinoco, el narcotráfico, la varias veces denunciada presencia de grupos islamistas y de guerrilleros colombianos en nuestro país, mucho menos se refieren a asuntos como la asistencia militar cubana, rusa o iraní, ni a la supuesta entrega de un millón de hectáreas agrícolas a Irán. Se diría que el suyo es un discurso cómodo, que tal vez sin llegar a ser catalogado de colaboracionista no se atreve, sin embargo, a incordiar al régimen.
Hay por supuesto otro discurso más agresivo e incisivo que mete su dedo en la llaga, trata temas que otros consideran tabúes y asume posiciones claras y definidas que le causan escozor al chavomadurismo. Estos son los que han llevado la peor parte en materia de presos políticos, represión y persecución. Pero tienen, sin embargo, dos falencias importantes: algunos han incurrido en prácticas deshonestas y otros no terminan de proponer seriamente una visión de país, mediante un plan concreto de políticas y medidas de gobierno que puedan aplicarse cuando salgamos de esta desgracia. Alguna gente los percibe como simples agitadores, pero sin calzar los puntos que se les exigen a los dirigentes políticos para aspirar el poder.
Tal vez en la oposición los menos son aquellos cuyo discurso denuncia los problemas, sin ocultar ninguno, pero de manera responsable y, al mismo tiempo, proponen ideas y planes concretos para su posible solución en caso de llegar al poder. Se trata de un discurso que asume la oposición recia que debe hacerse a un régimen autoritario, corrupto e inepto como el actual, por una parte, y, por la otra, plantea alternativas de solución a los grandes problemas nacionales, dentro de la estrategia futura de un gobierno que tendrá que adelantar una labor ciclópea en todos los órdenes. Este debe ser, a mi juicio, el discurso a desarrollar frente al régimen y ojalá logre prender entre los venezolanos para convertirlo en la bandera de un candidato presidencial honesto, capaz y sensible, a fin de enfrentar el desafío que implica el proceso electoral de 2024.
El país requiere de manera urgente un discurso político basado en la verdad, valiente, responsable, sin cortapisas ni demagogia, que llame las cosas por su nombre y que sea capaz de generar una nueva mística nacional, después de estos 23 años de decadencia generalizada y de atraso en todos los órdenes.