Gehard Cartay Ramírez: el golpe de Estado contra el presidente Rómulo Gallegos
Entre negociaciones fallidas, tensiones dentro de las Fuerzas Armadas y un partido gobernante que confundió hegemonía con liderazgo. El 24 de noviembre de 1948 selló el fin de la primera experiencia democrática moderna de Venezuela.

El presidente Rómulo Gallegos fue derrocado el 24 de noviembre de 1948, hace ya 77 años, sin que se disparara un sólo tiro y sin que se quebrara un vidrio, casi.
Aunque parezca una exageración, esta afirmación se desprende de los testimonios de algunos actores del suceso, entre ellos, Domingo Alberto Rangel, entonces dirigente de Acción Democrática: “No hubiera sido más difícil una parada militar”, escribió en su libro «La Revolución de las fantasías», Caracas, 1988, p. 9).
De igual manera, el derrocamiento del ilustre escritor no sorprendió absolutamente a nadie. Se sabía que el golpe militar sobrevendría en cualquier momento, luego de varios meses de intensas negociaciones entre la dirigencia adeca y los jerarcas castrenses, sin que se pudiera llegar a acuerdo alguno. Sencillamente, el 24 de noviembre “se había trancado el serrucho”.
Lo irónico de todo este proceso es que aquel golpe de Estado sepultó, sin resistencia alguna, a un gobierno elegido popularmente apenas once meses antes con un impresionante 74.3 por ciento de los sufragios. Sin embargo, cuando derrocan a Gallegos, nadie salió a la calle a defender su gobierno. Aquella gestión no tuvo dolientes de ningún tipo y la cobardía de quienes debieron serlo, facilitó el desarrollo de los acontecimientos.
Un golpe de Estado institucional
¿Qué había pasado realmente? ¿Cómo se pudo llegar a este desenlace si los militares ya habían planteado reiteradas veces sus puntos de vista, tal vez tratando de evitar el golpe?
Porque una cosa resulta cierta a estas alturas del tiempo: los militares negociaron hasta donde les fue posible para impedir la asonada, al igual que ante el derrocamiento anterior del presidente Isaías Medina Angarita. Puede pensarse, desde luego, que dado el carácter no deliberante de las Fuerzas Armadas les estaba vedado cualquier intento de discusión con el poder civil. Sin embargo, el hecho de formar -hasta ese momento- una alianza política con AD, nacida el 18 de octubre de 1945, legitimaba, por así decirlo, cualquier discusión abierta y franca con sus socios civiles.
Todas las fuentes documentales consultadas comprueban que desde tiempo atrás, incluso antes de ganar Gallegos las elecciones del 14 de diciembre de 1947, ya se había iniciado una permanente discusión entre el liderazgo adeco y los altos oficiales militares, incluyendo la inconveniencia de la candidatura presidencial del novelista, planteada abiertamente por el ministro Carlos Delgado Chalbaud al propio Rómulo Betancourt, Presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno.
En su libro De Carabobo a Puntofijo, (Editorial Libros Marcados, Caracas, 2013, p. 102) el ex presidente Rafael Caldera escribió:
“Rómulo Betancourt me contó que una vez Delgado Chalbaud le había manifestado el deseo de hablar con él (esto, antes de las elecciones presidenciales). Concertada la entrevista, le expresó que la candidatura de Gallegos era un error, porque Gallegos, eminente intelectual y ciudadano de excelencia, no tenía las condiciones políticas para manejar el Estado, y su Presidencia podía terminar en un golpe, del cual ‘todos vamos a ser responsables´. Le propuso Delgado derogar el decreto que prohibía a los miembros de la Junta Revolucionaria de Gobierno ser candidatos a la Presidencia de la República en las próximas elecciones. Le dijo: ‘Haga un viaje al Exterior y deje encargado a Mario Vargas, a quien le tiene más confianza que a mí. Nosotros derogaremos el decreto y Usted se puede lanzar como candidato a la Presidencia de la República’. Betancourt le respondió: ‘Tu tienes razón en cuanto que Gallegos no es en realidad un político; pero esa decisión es irrevocable’”.
En realidad, y probablemente antes del golpe de 1945, los jóvenes oficiales estaban dispuestos a actuar como movimiento político y a influir, por tanto, sobre los acontecimientos. En un primer momento permitieron que Betancourt y la cúpula de AD tomaran la iniciativa, entregándoles, de entrada, la presidencia y la mayoría de la Junta Revolucionaria de Gobierno. Pero a medida que avanzaba el tiempo su estrategia era necesariamente la de ocupar cada vez mayores espacios. La equivocación de sus socios civiles fue pretender que los mantendrían dentro de los cuarteles mientras afuera estos desarrollaban una gestión de gobierno con claras tendencias hegemónicas y caracterizada, a su vez, por el sectarismo y la exclusión de los demás sectores.
No hay que olvidar, sin embargo, que las Fuerzas Armadas se sentían ya con derecho a intervenir como institución, aún cuando en su seno se movían dos tendencias, una institucionalista, intelectualmente superior, liderada por Delgado Chalbaud, y otra exclusivamente militarista, encabezada por Pérez Jiménez, quien estaba fuertemente influenciado por las experiencias de los generales Odría de Perú, y Perón de Argentina. Esta priorizaba la conformación de una especie de logia militar que se preparaba pacientemente desde años atrás para tomar el gobierno, mientras que aquélla creía necesario aún el mantenimiento del pacto con los civiles representados por AD. Pero ambas estaban de acuerdo en presionar al Presidente Gallegos, aunque tal vez con propósitos diferentes.
Delgado Chalbaud resistió durante algún tiempo las pretensiones del ala militarista. Confiaba en que Gallegos finalmente flexibilizaría sus rígidas posiciones frente a los planteamientos de las Fuerzas Armadas y facilitaría la continuación del pacto que dió lugar al golpe de Estado de 1945. Nada de esto fue posible y la estrategia del entonces Ministro de la Defensa se estrelló contra la intransigencia del Presidente de la República en la defensa de sus atribuciones constitucionales.
En cierto modo estos hechos contribuyeron a unificar a las dos corrientes existentes entre los jóvenes oficiales, al frente de las cuales se coloca Delgado Chalbaud -con el apoyo de Pérez Jiménez-, sin descartar todavía un último intento de negociaciones con Gallegos. Fue cuando se le presentó al presidente el famoso ultimátum de cuatro puntos (salida del país de Rómulo Betancourt; prohibición del regreso del comandante Mario R. Vargas; remoción del comandante de la Guarnición de Maracay y desvinculación con AD), rechazado firmemente por este. Inmediatamente se produce el golpe del 24 de noviembre de 1948.
Una última acotación sobre la cuestión militar de estos años: hay quienes sostienen que el golpe contra Gallegos fue un golpe institucional, es decir, producido por el aparato militar unificado frente a la crisis política de 1948. Este concepto también explica por qué no fue la típica asonada de un comando ni tampoco la obra exclusiva de un caudillo militar, en este caso -según lo han sostenido algunos-, el teniente coronel Pérez Jiménez.
Esta tesis es válida y explica la actuación del ministro de la Defensa frente a los hechos. Por eso mismo, su condición de oficial de mayor jerarquía y, desde luego, su influencia sobre la institución castrense lo llevan a encabezar el golpe militar, no obstante sus citados esfuerzos por impedir la solución de fuerza que al final se impuso, bajo su dirección como Ministro del ramo.
El fugaz gobierno de Gallegos
Apenas nueve meses duró la presidencia de Rómulo Gallegos, tiempo insuficiente para haber realizado siquiera una obra de gobierno de modestas proporciones. Todo lo contrario: la administración pública entró en un proceso de inmovilización y paralización preocupantes.
La verdad es que aquella gestión heredaba graves problemas: un ambiente político convulsionado, entre otras razones por el violento sectarismo del partido de gobierno frente a sus adversarios, los cuales, a su vez, respondieron también con una agresiva línea de acción opositora; protestas estudiantiles en la UCV que ocasionaron su clausura por varios meses y la destitución de las autoridades; una recurrente estrategia golpista por parte de sectores vinculados al lopecismo y el medinismo; y, por si fuera poco, una conspiración soterrada por parte del alto mando militar de las mismas Fuerzas Armadas.
Agréguense las consecuencias de algunas medidas de la Junta Revolucionaria de Gobierno presidida por Betancourt, las cuales lesionaron diversos intereses políticos y económicos; los famosos juicios de responsabilidad civil y administrativa contra altos funcionarios de gobiernos anteriores, entre quienes figuraban los ex presidentes Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita; y los enfrentamientos con la Iglesia Católica por algunas decisiones contra sus colegios e instituciones educativas en función del llamado Estado Docente propugnado por el ministro Luis Beltrán Prieto Figueroa.
Si bien era cierto que Gallegos había ganado de manera abrumadora, AD había vista reducida en 200.000 sufragios su votación anterior cuando se eligió la Asamblea Constituyente de 1946. Sin embargo, aquel partido no registraba con espíritu autocrítico su pronunciado desgaste electoral en tan corto tiempo, ni tampoco parecía dispuesto a enmendar sus errores. Además, por aquellos días se hablaba de una supuesta frialdad en las relaciones entre Gallegos y Betancourt.
En medio de una crisis política y militar acuciante, el presidente Gallegos inicia una visita de tres semanas a Estados Unidos, invitado por el presidente Harry S. Truman. Deja como encargado de la Presidencia al Ministro de la Defensa, el comandante Carlos Delgado Chalbaud, una prueba de fuego, sin duda. A su regreso, el 15 de julio, destaca este hecho ante los pesimistas y lo colma de elogios, así como a la institución armada, durante una concentración organizada para darle la bienvenida.
En los meses siguientes continúa la violencia política y la actuación represiva de cuerpos de seguridad y de algunas policías regionales contra sectores opositores, especialmente el partido Copei. El 18 de octubre siguiente, durante un mitin de AD celebrado en Caracas, Betancourt celebra un nuevo aniversario de la Revolución de Octubre y elogia la leal actitud de Delgado Chalbaud y Mario Vargas al frente de las Fuerzas Armadas y en apoyo a aquélla.
A menos de un mes de aquella concentración, el 24 de noviembre de 1948, los militares encabezados por Delgado Chalbaud, derrocaron al presidente Gallegos.
¿Héroes o villanos?
Rómulo Betancourt, en su obra capital Venezuela, política y petróleo (Editorial Senderos, Bogotá, 1969, páginas 548 y siguientes), señaló tres causas del golpe contra Gallegos: 1) El andinismo aún presente en el ejército, a su juicio estimulado por el ex presidente tachirense López Contreras en cartas a Delgado Chalbaud, hijo de andino y caraqueña; 2) El resuelto apoyo de las dictaduras americanas a la conspiración de “la reacción venezolana”; y 3) La cadena de intentonas golpistas contra el gobierno entre 1946 y 1948.
Ese análisis, sin embargo, es correcto, pero incompleto, al no mencionar también otras causas que produjeron el golpe contra el presidente Gallegos. Habría que señalar, como ya lo hemos anotado antes, la intolerancia, el sectarismo y el afán excluyente demostrado por AD, tanto durante la gestión de Betancourt como en la del propio Gallegos. Ambos lo reconocerán posteriormente, luego de la caída de la dictadura pérezjimenista.
En verdad, hubo un manejo muy torpe que trajo luego como consecuencia el aislamiento de AD frente al país, particularmente con respecto a los demás partidos, en especial con Copei, y concretamente -craso error- con las Fuerzas Armadas. Ambos habían sido inicialmente aliados al producirse el golpe del 18 de octubre, pero luego fueron alejados por el sectarismo puesto en práctica por AD y su gobierno.
Independientemente de los indiscutibles logros políticos y administrativos de la llamada Revolución de Octubre, la mayoría de los historiadores han señalado como uno de sus errores fundamentales la tentación hegemónica que animó a sus conductores. Esa tal vez sea la principal causa de su fracaso.