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Gehard Cartay Ramírez: El reto de la generación de 1998

 

Está en ejercicio de su tiempo histórico la generación de 1998, surgida con ocasión de la derrota electoral de la República Civil y del ascenso del teniente coronel golpista Hugo Chávez al poder.

Ahora mismo, en funciones de poder, se encuentra un miembro suyo, designado heredero por su jefe, mientras que los adversarios más destacados, también integrantes de esa misma generación, han tenido que librar una dura lucha contra un enemigo inescrupuloso y difícil por antidemocrático. Ahora mismo también lideriza el sector mayoritario de la oposición al régimen otro integrante de esa, Juan Guaidó, aunque menor que Nicolás Maduro. Sin duda, un combate tan desigual –distinto al acaecido en los 40 años de democracia representativa entre 1958 y 1998– ha puesto a prueba sus fortalezas y debilidades.

El tema generacional ha sido discutido en numerosas ocasiones, especialmente por su influencia en hechos históricos, sean políticos, sociales y literarios. No han faltado los que señalan que las camadas generacionales surgen cada treinta años, con precisión matemática, tesis no del todo correcta. Otros consideran que germinan a partir de hechos fundamentales en la historia de los pueblos. Así, por ejemplo, en la Venezuela del siglo pasado se ha destacado la actuación de las generaciones de 1928, 1936, 1945, 1958, 1968 y 1998.

De todas ellas, sólo tres han logrado llegar al poder en distintos momentos. La de 1928 lo logró con Rómulo Betancourt en 1945, a raíz del golpe de Estado contra el gobierno del general Isaías Medina Angarita. Volvió al poder en 1958, otra vez con Betancourt, y en 1963 con Raúl Leoni. La de 1936 lo conseguiría dos veces con Rafael Caldera (1968 y 1993). Ambas construyeron la moderna democracia a partir de 1958, en un esfuerzo plausible y digno de encomio. La de 1945 alcanzaría gobernar con CAP en 1973 y 1988; con Luis Herrera Campíns en 1978, y con Jaime Lusinchi en 1983.

La generación de 1958 no lo logró, a pesar de haberlo intentado con Eduardo Fernández y Oswaldo Álvarez Paz como candidatos presidenciales por Copei en las elecciones de 1988 y 1993, respectivamente; y también con dos ex comandantes guerrilleros: Américo Martin, fundador del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), en 1978; y Teodoro Petkoff, líder comunista en su juventud, luego fundador del MAS en 1971 y su candidato a la presidencia en 1983 y 1988. En los comicios de 1998 también participó Henrique Salas Römer, ex gobernador de Carabobo y ex parlamentario, y a quien tal vez podría ubicarse dentro de la generación de 1958.

La de 1968 –a la que pertenezco– tampoco llegó al poder, no obstante que dos de los suyos se postularon como candidatos presidenciales: Claudio Fermín en 1993 por AD, en 1998 por el movimiento Renovación y en 2000 como independiente; y Andrés Velásquez (Causa R) en 1983, 1988 y 1993. Su momento político, a tales efectos, pudo ocurrir 30 años después, en 1998, pero el fenómeno electoral de Chávez, la campaña anti partidos, la antipolítica y la crisis de representatividad que sacudía al país impidieron que uno de sus integrantes pudiera convertirse en abanderado presidencial o en presidente. Por cierto, excluyo a Chávez de esta generación de 1968 porque, en realidad, no formó parte de ella, ni compartió sus luchas, así como el general Medina Angarita no fue parte de la de 1928, ni el también general Marcos Pérez Jiménez integró la de la 1936. Son casos excepcionales en el sentido generacional.

Ahora es el tiempo de la generación de 1998, la más reciente. Gente suya está en el poder y también en la oposición, como se ha señalado antes, lo que no deja de ser muy importante. Entre ambos sectores, por lo visto, tendrá que dirimirse el desenlace de esta crisis que nos agobia, ya que los dirigentes políticos de las generaciones precedentes no parecieran llamados a librar esta disputa histórica. Aparte de la propia dinámica política, contra ellos se hizo también una campaña cuya clave fue el desprestigio de los líderes anteriores y la necesidad imperiosa de darle oportunidad a los nuevos. La propiciaron el chavismo en un principio y luego ciertos dirigentes de la generación de 1998.

Lo cierto es que, por ahora, en esta confrontación intergeneracional los de la oposición no han podido vencer a los del régimen, a pesar de que en 2018 muchos señalaron que Henrique Capriles –también miembro de esa misma generación– había derrotado a Maduro, y la duda se hizo razonable por el estrechísimo margen entre ambos.

Y así como ocurrió entonces, la ausencia de un organismo electoral confiable y transparente ha dificultado en los últimos 20 años a los adversarios del régimen el camino de las elecciones como vía de acceso al poder. Se une a este obstáculo otro mucho más peligroso: el respaldo de la cúpula militar a los intereses políticos, económicos y electorales del régimen, del cual son la columna vertebral, aunque no faltan quienes dicen que son realmente los que mandan, y no los civiles que lo aparentan.

Al mismo tiempo, los egos y ambiciones de los principales dirigentes opositores se han convertido también en serios impedimentos para cumplir exitosamente el propósito de desplazar del poder al régimen actual. Esa falla denota falta de visión histórica de mediano y largo plazo y cierta carencia de grandeza en algunos de ellos, ante la encrucijada dolorosa que viven los venezolanos. No pocos carecen de la profundidad intelectual y de la visión histórica que tuvieron en su momento, por ejemplo, Betancourt y Caldera, por citar los líderes más importantes de la Venezuela de la segunda mitad del siglo XX.

En medio de todas estas vicisitudes, la pregunta no puede ser otra: ¿Podrá una parte de esta generación de 1998, actualmente en la oposición, acceder al poder en los próximos años, para lo cual deberá derrotar a otros miembros suyos que lo detentan desde 2013? Sólo el tiempo puede decirlo, pero en el corto plazo luce aún como una posibilidad incierta.

Todo pareciera indicar que este conflicto que sufrimos desde hace algo más de dos décadas se podría resolver si esos integrantes de la generación de 1998 son capaces de llegar un acuerdo a tales efectos –con el acompañamiento internacional adecuado–, o si esa salida en definitiva será de otra índole, más cruenta, lamentablemente. Hasta ahora, insisto, no pareciera que puedan intervenir  figuras de generaciones anteriores, a menos que se presente alguna sorpresa o un hecho inesperado, lo cual nunca puede resultar extraño en política, y menos en la venezolana.

Quiere decir que esta generación de 1998 carga sobre sus hombros tamaña responsabilidad histórica ante sus conterráneos.

 

 

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