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Gehard Cartay Ramírez – Luis Herrera Campíns: político de pensamiento y acción

Luis Herrera Campins - EcuRed

Este próximo 4 de mayo se cumple el centenario del natalicio de Luis Herrera Campíns, un gran venezolano por muchas y poderosas razones.

Y no se trata de que la sola circunstancia de haber sido presidente de Venezuela por voluntad popular entre 1979 y 1984 lo haya convertido en una destacada figura histórica. Esa es una razón muy importante, sin duda, y tal vez la más importante.

Pero hay otras más que se refieren al hombre en sí mismo y a sus cualidades y méritos. Y a este respecto, lo primero que debo anotar, sin incurrir en ninguna exageración, es que Luis Herrera Campíns fue un hombre de excelente calidad humana, como muy pocos pueden existir en el complejo mundo de la política.

En concordancia con tal virtud hay que agregar que LHC fue la honestidad en persona, austero, sencillo y humilde, alguien que nunca se rindió ante el dios-dinero y mucho menos hizo del lucro personal un objetivo de vida. Por cierto que nunca presumió de tal actitud.

Fue, en cierto modo, un hombre con una profunda vida interior, alguien para quien los valores fundamentales siempre estuvieron guiados por la espiritualidad y jamás por el materialismo. Murió sin mayores recursos económicos. De la residencia presidencial La Casona regresó a vivir otra vez en su modesta casa de la urbanización Santa Eduvigis, en Caracas, con su esposa e hijos, y allí residió hasta su muerte.

Lo conocí personalmente en 1967, siendo él jefe de la fracción parlamentaria de Copei en el Congreso de la República, y yo apenas secretario regional juvenil del partido en Barinas. Eran los tiempos de la campaña victoriosa que llevaría por primera vez a Rafael Caldera a la presidencia de la República, y en aquella gira Luis Herrera -como siempre lo llamamos en el partido- acompañaba al candidato presidencial. Era entonces un joven y brillante líder político de gran futuro, tanto que, a los ojos de la gran mayoría de los copeyanos, aparecía como el sucesor del máximo líder socialcristiano.

A partir de aquel momento lo apoyé en sus luchas internas. Así fue cuando perdió la candidatura presidencial en 1972 con ese otro venezolano de excepción que fue Lorenzo Fernández, y también cuando logró, de manera unánime, la postulación a la presidencia por su partido y un amplio frente de oposición en 1978, esfuerzo sellado victoriosamente con su elección como jefe de Estado de Venezuela.

Fue un estadista eminente, un hombre de vasta cultura y un lector incansable. Apartando a Simón Bolívar, creo que Vargas, Falcón, Guzmán Blanco, Andueza Palacio, Gallegos, Betancourt, Caldera, Herrera Campíns y Velázquez han sido los presidentes de Venezuela con mayor cultura y mejores credenciales intelectuales.

Fue él uno de los dirigentes que promovió en Copei, a principios de los años sesenta, la lectura de los modernos pensadores cristianos (Maritain, Mounier, Chardin, Lepp, entre otros). Por haber vivido en Europa durante su exilio bajo la dictadura pérezjimenista dominaba varios idiomas, no obstante su imagen pública de líder popular dado a los refranes y cultor del lenguaje sencillo de las mayorías. Esta tal vez sea una de sus facetas desconocidas.

Luis Herrera fue también estudioso de la literatura en general y de la venezolana en particular, materia que la gran mayoría de los dirigentes políticos ignoran y desprecian. Fue un profundo conocedor, por ejemplo, de la obra del poeta barinés Alberto Arvelo Torrealba, su amigo de muchos años y a quien trató de cerca siendo apenas un joven bachiller en Acarigua. Por esa razón, como gobernador de Barinas lo invité, en 1995, a pronunciar el discurso de orden en la inauguración de la moderna avenida que lleva el nombre del poeta, construida durante nuestra gestión.

Como presidente de la República, entre 1979 y 1984, LHC realizó una obra de gobierno relevante, no sólo en obras públicas muy importantes (el Metro de Caracas, el Teatro Teresa Carreño, la Autopista José Antonio Páez, numerosas instalaciones deportivas, el Museo de los Niños, construcción de hospitales, viviendas, universidades y liceos, etc., etcétera), sino en materias como la educación, el deporte y la cultura. En el campo educativo, por ejemplo, hubo un esfuerzo importante, comenzando por la Ley Orgánica de Educación, promulgada en 1980. Ese mismo año refrendó también la Ley Tutelar del Menor. Dos años después, promulgó el nuevo Código Civil, reformado luego de 40 largos años, que igualó a la mujer frente al hombre y eliminó la anterior clasificación entre hijos naturales y legítimos. Y en 1982 le puso el ejecútese a la ley Orgánica de Salvaguarda del Patrimonio Público.

La última vez que lo vi fue en La Herrereña, durante algún día de febrero de 2006. Fui a visitarlo con Marisela, mi esposa. Nos recibió afable y cordial como siempre. Hablamos por más de una hora sobre diversos tópicos, especialmente en torno a la vida de Alberto Arvelo Torrealba, cuya biografía escribía yo entonces y fue publicada en 2017 (“Baquiano volando rumbos. Vida y obra de Alberto Arvelo Torrealba”). Ya lo señalé antes: pocos como él tenían un conocimiento tan cabal sobre la vida y obra del poeta barinés, y aquel día nos contó anécdotas y detalles con una precisión asombrosa, muestra de su extraordinaria lucidez mental, a pesar de su grave enfermedad.

En Luis Herrera Campíns se conjugaron admirablemente la política y la excelencia, lo que no es usual, sino todo lo contrario. Pero, en su caso, tratándose de alguien que no era una persona común sino excepcional en todo sentido resultaba lógico que a un político honesto, inteligente y preparado lo acompañara siempre la excelencia.

 

 

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