Conferencia dictada el 13 de julio de 2023 en el Museo Alberto Arvelo Torrealba de la ciudad de Barinas, con motivo de los 126 años del natalicio del general Isaías Medina Angarita.
La Hegemonía Andina
Hay quienes niegan la existencia de la llamada Hegemonía Andina, entre ellos, el historiador Jorge Olavarría, quien escribió una documentada y acuciosa biografía sobre el general Juan Vicente Gómez en la que califica aquella como una falacia, y, así mismo, el también historiador Germán Carrera Damas, quien también negó que hubiera existido un período histórico que pudiera ser denominado de esa manera.
Ambos tienen razón en sus argumentaciones por cuanto alegan que durante ese largo ciclo de 46 años entre 1899 y 1945 hubo cuatro presidentes (los generales Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez, Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita), y cada uno de ellos fue distinto al anterior e, inclusive, sus políticas fueron contradictorias entre sí. Por lo tanto, argumentan ambos historiadores, el término hegemonía no podría utilizarse para calificar este período histórico si se analizan los hechos y logros de cada una de esas gestiones.
Sin embargo, soy de los que piensan que sí existió la Hegemonía Andina porque, independientemente de que Castro fue distinto a Gómez y este a López Contreras, por cierto también diferente a Medina Angarita, y de que, incluso, una vez en el poder el sucesor desconocía el legado del anterior, sin duda que hubo un proceso histórico que se caracterizó por dos ejes fundamentales: en primer lugar, los presidentes debían ser andinos –más concretamente tachirenses– y militares, algo que se cumplió al pie de la letra y, en segundo lugar, esos gobiernos se apoyaron siempre en el Ejército –como se llamaba entonces a lo que después serían las Fuerzas Armadas Nacionales–, y todos ellos se negaron igualmente a reformar el sistema electoral para entregarle a los venezolanos el derecho a elegir al presidente de la República, a los senadores y diputados al Congreso Nacional, a los legisladores regionales y a los concejales municipales.
Recuérdese que entonces había elecciones de segundo grado, mediante un método completamente manejado por la cúpula en el poder, de acuerdo con el cual sólo los venezolanos de sexo masculino, mayores de 21 años, que supieran leer y escribir eran los que elegían a los concejales municipales; y estos los que escogían a los diputados de las Asambleas Legislativas de las entidades federales, quienes, a su vez, nombraban a los senadores y diputados. Finalmente, a estos les correspondía designar al presidente de la República.
Se trataba de un sistema electoral en el cual la mayoría de los venezolanos no participaban, pues si –como ya se anotó antes– solamente los venezolanos varones, que supieran leer y escribir, mayores de 21 años, eran quienes elegían a los concejales, entonces estaban excluidos del derecho al sufragio las mujeres y los analfabetos, que constituían entonces la gran mayoría. Este procedimiento se mantuvo durante toda esa etapa entre los años 1899 y 1945, tema al cual nos referiremos más adelante.
De modo que sí existió la Hegemonía Andina, aunque en rigor debería ser denominada Hegemonía Tachirense, y fue un período muy importante –con sus luces y sus sombras– de la historia venezolana, al punto de cubrir casi toda la primera mitad del siglo XX. Por supuesto que antes y después hubo otros presidentes andinos: el general merideño Ignacio Andrade, entre 1898 y 1899, traicionado por sus jefes militares, quienes se plegaron al general Cipriano Castro en Valencia; y más tarde los tachirenses, general Marcos Pérez Jiménez, a raíz del fraude del dos de diciembre de 1952 hasta su derrocamiento el 23 de enero de 1958, y el civil Carlos Andrés Pérez, quien fue electo presidente dos veces, la primera entre 1974 y 1979, y la segunda entre 1989 y 1993, cuando fue destituido, enjuiciado y condenado. Pero ninguno de los tres citados formó parte de la Hegemonía Andina.
Hay hecho muy importante y es que los tachirenses estuvieron prácticamente todo el siglo XIX al margen de la vida política nacional, salvo la actuación de unos pocos, desconocidos en su mayoría, en los inicios del proceso independentista y luego al constituirse la República de Colombia en 1819.
Gobierno del general Cipriano Castro (1899-1908)
Será el 23 de mayo de 1899 cuando los tachirenses comiencen a insurgir en la vida nacional, al producirse la invasión de los setenta. Cruzando el río Táchira entra al territorio nacional el general Cipriano Castro con 60 hombres que había reclutado en Cúcuta, Colombia, donde estuvo exiliado los últimos años. Lo acompaña su fiel lugarteniente, Juan Vicente Gómez, hacendado y ganadero en aquellos parajes. Harán una rápida campaña guerrera –sin haber tomado siquiera el Táchira, punto inicial de la misma–, pero que los llevará finalmente a Tocuyito, cerca de Valencia, donde derrotarán a las fuerzas del gobierno, luego de lo cual la cúpula militar del presidente Andrade apoya a Castro y le entrega el poder, mientras aquel huye a Puerto Rico. (Cuatro años más tarde, Castro amnistiará a Andrade y luego lo designará Embajador en Cuba y después Superintendente de la Renta de Licores del Distrito Federal. Andrade igualmente colaborará con Gómez, de quien fue consuegro, como Ministro de Relaciones Exteriores y Ministro de Relaciones Interiores, entre 1916 y 1922.)
Con Castro en el poder comienza un período histórico que sus áulicos llamarán La Revolución Restauradora. Castro, nacido en Capacho, estado Táchira, el 11 de octubre de 1859, había sido anteriormente diputado y gobernador de su región natal, muy vehemente en sus actuaciones públicas, orador destacado, hombre violento y de carácter, a pesar de su baja estatura, y, en definitiva, alguien muy decidido. También se ha dicho que tuvo una vida disoluta, amigo del brandy y de la bohemia, con ínfulas de quien se sentía predestinado (incluso llegó a pensar en refundar la mal llamada Gran Colombia).
Castro llegó al poder para liquidar la Oligarquía Liberal, iniciada en 1870 por el general Antonio Guzmán Blanco, y que luego continuarían sus testaferros políticos Joaquín Crespo (1884-1886), Juan Pablo Rojas Paúl (1888-1890), Raimundo Andueza Palacio (1890-1892) y, finalmente, el ya mencionado Ignacio Andrade (1898-1899). Si bien Crespo y Andrade eran militares, Rojas Paúl y Andueza Palacio fueron presidentes civiles.
Su gobierno ha sido uno de los más polémicos de nuestra historia, especialmente en el plano internacional por cuanto tuvo algunos conflictos con ciertos países europeos, pero nunca con los Estados Unidos, como se ha sostenido. Por el contrario, el gran país del Norte en cierto modo lo protegió frente a las pretensiones de Alemania e Inglaterra cuando en 1902 ocuparon el Puerto de La Guaira y bombardearon Puerto Cabello. A estos dos países se sumaron luego Francia, Holanda, Bélgica, España y México, que también exigieron el pago de sus acreencias e indemnizaciones. Fue gracias a la mediación de Estados Unidos que cesó el conflicto con la firma de los Protocolos de Washington en enero de 1903.
En el plano interno, Castro enfrentó militarmente algunos caudillos regionales, inició la profesionalización del Ejército y logró estabilizar su gobierno, aunque, al final, el deterioro moral del mismo y el resurgimiento de enfrentamientos en su contra, aparte de sus problemas de salud que lo obligaron a viajar a Europa, determinaron el final de su presidencia. Luego de un largo exilio de 16 años morirá en Santurce, Puerto Rico, el cinco de diciembre de 1924.
Gobierno del general Juan Vicente Gómez (1908-1935)
Al general Cipriano Castro lo derrocará su compadre y hombre de confianza, el también general Juan Vicente Gómez, a finales de 1908, una vez que aquel viajó a Europa por una grave enfermedad renal. Tal circunstancia la aprovechó Gómez para sustituirlo e iniciar su prolongada dictadura de 27 años.
Nacido el 24 de julio de 1857 en la Hacienda La Mulera, estado Táchira, ubicada en los límites con Colombia, Gómez fue la otra cara de la moneda, si se le compara con Castro. Ambos eran de temperamentos contrarios en muchos sentidos. Gómez era un hombre callado y taciturno, que no discurseaba, taimado y disciplinado, ajeno a la bebida y la bohemia, trabajador y de costumbres rurales, pero poseedor de una inteligencia sobresaliente, que le permitió gobernar por largo tiempo, rodeado y asistido por algunas brillantes personalidades del momento, entre ellas, los historiadores José Gil Fortoul y Laureano Vallenilla Lanz, por citar apenas dos de sus colaboradores. Por eso tal vez algunos historiadores han hablado de “las luces del gomecismo” para referirse al alto equipo de gobierno que lo acompañó, integrado por gente muy destacada en todos los ámbitos, como el caso, por ejemplo, de Román Cárdenas, quien como ministro del ramo organizó en su momento la Hacienda Pública Nacional.
Desde luego que la gestión de Gómez, como la de cualquier gobernante, tuvo aspectos positivos y negativos. En cuanto a los primeros hay que destacar que entonces se creó el Estado venezolano moderno, que hasta aquel momento no existía en propiedad. Se le dio configuración jurídica y administrativa, dotándolo de un conjunto de leyes e instituciones, tarea que completará el siguiente gobierno del general López Contreras, como veremos más adelante.
En segundo lugar, se continuó la tarea de profesionalizar a las futuras Fuerzas Armadas Nacionales. No hay que olvidar que durante el Siglo XIX hubo varios “ejércitos” –cada caudillo tenía el suyo–, una vez que se disolvió el Ejército Libertador. Esa tarea de profesionalización se inició al mismo tiempo que se les proporcionó apresto y equipos para cumplir sus funciones.
En tercer lugar, Gómez integró el territorio nacional en su conjunto y liquidó definitivamente los caudillismos regionales que durante el siglo anterior habían pactado su coexistencia con el general Guzmán Blanco, con lo cual este último pudo consolidar su gobierno y tratar de mantener un clima de paz. Como queda dicho, Gómez los liquida y pasa él a convertirse en el único caudillo.
Finalmente, algunos historiadores han señalado que durante la dictadura gomecista se alcanza la paz en aquel país sumido por tanto tiempo en la violencia y los enfrentamientos de numerosas guerras civiles. Así, por ejemplo, Manuel Caballero afirmó repetidas veces que con la batalla de Ciudad Bolívar en 1903, en la que triunfaron las fuerzas militares del gobierno de Castro, dirigidas por el general Gómez, se habían acabado los conflictos armados en el país. Pienso que tal cosa no es totalmente cierta, pues durante casi todo el período gomecista siguieron produciéndose levantamientos guerrilleros en distintos puntos del territorio nacional (Ducharne en Oriente, Gabaldón en Portuguesa, Montilla en Trujillo, etc.) entre grupos irregulares alzados en armas y las fuerzas militares de la dictadura. Por cierto que Jorge Olavarría afirma en su libro póstumo Gómez, un enigma histórico, publicado en 2007, que este ha sido el único militar venezolano que nunca perdió una batalla. Todas las que dirigió las ganó, lo que dice mucho sobre su capacidad como estratega de la guerra.
Hablemos ahora de los aspectos negativos del régimen gomecista. En primer lugar, fue una dictadura, un régimen autócrata, con ausencia absoluta de libertades y de respeto a los derechos humanos, con numerosos muertos, torturados y exiliados (en su gran mayoría eran sus adversarios), con mazmorras que fungían como cárceles, donde la mayoría de los presos políticos morían de mengua y por torturas diversas.
Fue, además, un régimen que nunca se preocupó por ejecutar políticas públicas de salud y saneamiento ambiental, a pesar de que Venezuela estaba entonces siendo diezmada por todo tipo de enfermedades infecciosas, malaria, tuberculosis, lepra, paludismo, etc. Tampoco se ocupó por mejorar y masificar la educación pública: cuando el general Gómez muere en su cama de Maracay el 17 de diciembre de 1935 en el país apenas existían dos universidades (la Universidad Central de Venezuela y la Universidad de Los Andes) y no había mil escuelas en todo el territorio nacional. No había tampoco maestros suficientes, aunque en cada pueblo algunos fungían por su cuenta como tales, a quienes los padres le enviaban sus hijos para que les enseñaran leer y escribir y lo poco que sabían. Fue, pues, un régimen que muy poco hizo –por no decir que nada– para sacar al país de aquel atraso generalizado
Se podría afirmar que en los gobiernos de Castro y Gómez, a pesar de los aspectos que pudieran catalogarse como positivos, sobresalen, sin embargo, los negativos, a diferencia de los dos generales que los sucedieron, y a cuyos gobiernos pasaremos a referirnos ahora.
Gobierno del general Eleazar López Contreras (1935-1941)
Muerto el general Gómez, lo sucede en la presidencia su hombre de confianza, el también general Eleazar López Contreras, nacido en la población tachirense de Queniquea el cinco de mayo de 1883.
Se puede decir –tengo la convicción de que fue así– que Gómez dejó a López Contreras prácticamente instalado en la Presidencia de la República para fuera su sustituto, a diferencia de Castro y él que rompieron políticamente, como ya se señaló antes. A López Contreras lo nombra el Consejo de Ministros como presidente encargado dos días antes del fallecimiento del dictador y en julio de 1936 será designado por el Congreso. Antes de morir, el dictador había dejado “todo atado y bien atado”, como dicen que gustaba decir el autócrata español Francisco Franco al referirse a su sucesión.
Tachirense y militar, siendo el Ministro de Guerra y Marina entonces, era él el llamado a sucederlo en la jefatura de país. Pero, a diferencia de su antecesor, López Contreras era un oficial ilustrado y estudioso, autor de varios libros. Tal vez, hasta entonces, fue una de las pocas ocasiones en que un intelectual y militar estuvo al frente de la Primera Magistratura Nacional.
López Contreras inició el camino para que el país evolucionara hacia la democracia y ese es su gran mérito, analizado desde el punto de vista histórico, pues no continuó las prácticas dictatoriales de su antecesor. Todo lo contrario: no habían enterrado aun a Gómez y sus primeros decretos ordenaron la libertad de los presos políticos y el regreso de los exiliados. Enseguida, promovió una reforma constitucional para reducir su propio mandato a cinco años, a pesar de que había sido escogido para cumplir un período de siete años, con lo cual puso de manifiesto su creencia en la alternabilidad republicana y confirmó su disposición de no convertirse en otro dictador.
Más adelante permitió la fundación de partidos políticos y sindicatos, reabrió universidades, garantizó la libertad de prensa y la creación de nuevos periódicos y emisoras de radio, es decir, con López Contreras el país vivió un período de real apertura democrática, especialmente en materia de respeto a los derechos humanos, de libre expresión del pensamiento y de reunión y asociación política. Todas eran medidas liberales y democráticas que requería el país, pero que resultaban impensables bajo la dictadura gomecista.
Además, López Contreras modernizó el Estado venezolano. Fue así como se creó el Banco Central de Venezuela, a fin de que dirigiera y canalizara la política monetaria. Creó el Instituto Venezolano de los Seguros Sociales y la Oficina Nacional del Trabajo, que se convertiría luego en el Ministerio del Trabajo. Impulsó la primera Ley del Trabajo moderna que hubo en Venezuela, redactada por un equipo dirigido por un joven Rafael Caldera.
Creó también el Ministerio de Sanidad y ejecutó un conjunto de medidas y planes sanitarios, poniendo al frente de ese despacho al médico Arnoldo Gabaldón, quien se destacó entonces como el gran impulsor de la lucha contra las enfermedades endémicas tropicales que azotaban a Venezuela hasta ese momento.
Así mismo, el gobierno de López Contreras ejecutó importantes obras públicas y como presidente viajó a varios estados en giras administrativas y de contacto directo con los ciudadanos. Fue también el primer presidente que se dirigió a los venezolanos a través de la radio, así como el primero en ofrecer ruedas de prensa, cuando aún no se conocía este instrumento de comunicación social. Aquí en Barinas estuvo en febrero de 1940 para inaugurar la reconstrucción del viejo Palacio del Marqués del Pumar –que desde entonces y hasta 1998 fue la sede del gobierno regional–, aparte de poner en servicio varias obras de beneficio colectivo en la capital y en la población de Barinitas.
Pero al lado de estos aspectos positivos, también los hubo negativos, como es de suponer. El más importante de estos últimos lo constituyó la circunstancia de que, a pesar de haber abierto un compás de libertad e iniciado un período de ejercicio democrático y de respeto a los derechos civiles, en algún momento acudió a la represión y expulsó del país a un grupo de dirigentes de la izquierda de aquel tiempo –entre ellos, Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba, Raúl Leoni y Gustavo Machado–, acusados de perturbar la paz pública. Igualmente ilegalizó algunos partidos políticos a los que él mismo López Contreras había otorgado legalidad y también ciertos sindicatos, entre los cuales sobresalía el entonces todopoderoso sindicato de trabajadores petroleros.
Desde el punto de vista de su esfuerzo para facilitar la transición en marcha me parece que aquel gobierno incurrió en un error muy importante y fue el de no haberse atrevido a ir más allá en el desarrollo democrático del país, mediante la reforma del sistema electoral heredado de la dictadura de Gómez y sustituir así el viejo sistema de elecciones de segundo grado para permitir el voto directo, universal y secreto de concejales, legisladores regionales, diputados, senadores y especialmente del presidente de la República, todo lo cual constituía un reclamo justificado de buena parte de los venezolanos.
En todo caso, al hacer el balance del gobierno de López Contreras, sin duda hay que concluir en que sus aciertos fueros muy superiores a sus errores, y creo que en esta materia existe un cierto consenso entre los historiadores que han analizado su obra como gobernante.
Gobierno del general Isaías Medina Angarita (1941-1945)
A principios de 1941 el general Eleazar López Contreras postuló al también general Isaías Medina Angarita como su sucesor en la presidencia de la República, pues reunía la ecuación de ser tachirense y militar. Se dice que había pensado inicialmente en Diógenes Escalante, brillante estadista y político que había servido lealmente al gomecismo y a López Contreras, pero quien, a pesar de ser tachirense, no era militar, por lo que fue vetado por los altos mandos del Ejército.
Medina Angarita era un oficial castrense destacado, y aunque no participó en acciones de guerra, como sí ocurrió con sus tres antecesores en la presidencia, su formación profesional lo llevó a modernizar la institución militar siendo ministro de Guerra y Marina. Desde esta posición accedió a la Jefatura del Estado el 28 de abril de 1941, cuando fue designado por el Congreso a instancias del entonces presidente López Contreras, como ya se señaló antes.
Había nacido el seis de julio de 1897 en San Cristóbal, estado Táchira, hijo de un militar que peleó contra Cipriano Castro, el general coriano Rosendo Medina, quien luego terminaría apoyándolo. Medina Angarita era un hombre contemporizador, afable, simpático, amigo de las copas y de la vida nocturna, lo que le granjeó una cercana amistad con el poeta Andrés Eloy Blanco, compañero suyo en aquellas distracciones y entonces alto dirigente del partido Acción Democrática, opositor a su gobierno. Por tales razones, el bardo cumanés lo acompañó en una de las giras internacionales del presidente Medina Angarita por algunos países latinoamericanos. Fue también amigo del escritor Rómulo Gallegos, cuya candidatura presidencial simbólica compitió con la suya en 1941.
Estas características personales le permitieron ganarse el afecto y el respaldo de mucha gente y le imprimieron un toque de amplitud a su gestión, cuyo equipo ministerial contó con acreditadas y prestigiosas personalidades, entre ellas, Tulio Chiossone, Caracciolo Parra Pérez, Arturo Uslar Pietri y Félix Lairet. Aquí en Barinas, por ejemplo, designó como gobernador al abogado y poeta Alberto Arvelo Torrealba.
Una nota muy importante y trascendente es la de que durante aquella gestión no hubo presos políticos, ni exiliados, ni perseguidos –lo cual era mucho decir en la Venezuela de entonces y de ahora–, y explica el grado de tolerancia y de respeto a los derechos humanos que distinguió el mandato presidencial de Medina Angarita. Por supuesto que continuaron surgiendo organizaciones partidistas, gremiales y sindicales, así como diarios y emisoras de radio, todo lo cual puso de manifiesto la ampliación de las comunicaciones sociales y el respeto al derecho de los ciudadanos a opinar e informar libremente.
Hubo otra medida muy importante de aquel gobierno, como lo fue la reforma petrolera, que contó incluso con el apoyo de la oposición a su gobierno, y que le permitió al Estado venezolano el acceso a mayores recursos financieros por la vía impositiva y de las regalías. Por lo demás, esa reforma puso orden en la maraña de disposiciones y regulaciones legales que imperaban en esta materia, al igual que privilegió el interés de la Nación por encima de los intereses particulares. Igualmente, liquidó la hasta entonces existente extraterritorialidad técnica y económica de las empresas petroleras extranjeras que, en lo adelante, estarían sometidas al control fiscal, técnico y económico del Estado venezolano. El gobierno de Medina Angarita promovió igualmente una reforma del Código Civil que significó avances importantes en materia de Derecho de Familia y, sobre todo, amplió los derechos de los llamados hijos naturales. También se aprobó una nueva Ley de Impuesto sobre la Renta, que permitió dotar al Estado de mayores recursos financieros.
Se procedió también a nacionalizar los tribunales de justicia, pues hasta ese momento su nombramiento y organización figuraba entre las competencias exclusivas de las entidades federales, cuyas autoridades designaban sus jueces y cortes judiciales. Pero este sistema tenía el inconveniente de que existían leyes regionales que colidían entre sí, por lo que se resolvió que la administración de justicia y sus organismos pasaran a convertirse en una competencia exclusiva del Poder Nacional.
Fue aprobada igualmente una Ley de Reforma Agraria, considerada entonces positiva y de avanzada, por cuanto imponía un cierto orden dentro de la situación del campo venezolano, respetando la propiedad privada al mismo tiempo que atacaba la concentración de grandes extensiones de tierras en pocas manos. Esa ley también establecía un conjunto de incentivos para los propietarios agropecuarios, como créditos y facilidades de financiamiento, así como protección a pisatarios y arrendatarios.
Aquel gobierno tuvo, por supuesto, sus aspectos negativos, entre ellos la utilización de los recursos públicos para favorecer sus intereses partidistas y electorales, mediante prácticas ventajistas y fraudulentas absolutamente condenables. Fueron los tiempos de un personaje entonces famoso, Franco Quijano, gran muñidor de fraudes electorales al servicio del aquel gobierno. El sólo hecho de que Medina Angarita hubiera fundado un partido desde el poder –el Partido Democrático Venezolano (PDV)– con todo lo que esto significaba en materia de abuso y oportunismo, proporciona una idea del extendido entretejido corrupto que caracterizó aquel gobierno, así como el ventajismo político, la utilización indebida de los recursos del Estado en su promoción y organización, con sus secuelas de presiones y parcialización indebidas en beneficio de aquella estructura partidista
También hubo varios casos de actos de corrupción administrativa, al amparo de los cuales se fomentaron grandes fortunas y negociados, denunciados entonces en la prensa y los tribunales, aunque con escasos resultados.
Un asunto fundamental que también influyó también de manera decisiva en la gestión de Medina Angarita y su funesto desenlace fue el duro enfrentamiento que sostuvo, casi desde el inicio de su gobierno, con su predecesor y “padre político”, el general Eleazar López Contreras, a causa de que este último aspiraba volver a la presidencia en 1945, a lo que se opuso tenazmente el entonces presidente. Este creía que no era conveniente el regreso de aquel al poder, pues tenía importantes enemigos y estaba a contravía del proceso de modernización política en marcha. Con López Contreras se alinearon sectores sobrevivientes del gomecismo y de la derecha anacrónica. Se pensó, incluso, que el veterano general podía intentar derrocar a Medina Angarita –cosa poco factible– y por ello algunos llegaron a creer que estaba al frente del golpe de Estado del 18 de octubre de 1945 que acabó con aquel gobierno. En todo caso, el entonces presidente hizo todo lo posible para evitar el retorno de su antecesor, proponiendo su candidato y trabajando afanosamente para sumarle sus lealtades militares y políticas.
Pero en materia política, el error más grande de Medina Angarita –tal vez el que lo condujo a su aciago final– fue, insisto, no haber reformado el sistema electoral imperante desde hacía casi medio siglo –pues tampoco lo hicieron los también generales Castro, Gómez y López Contreras–, a pesar de que mucha gente cercana se lo aconsejó y recomendó. Fue así como se negó a que en la reforma constitucional de 1945 se estableciera la elección directa, universal y secreta del Presidente de la República, así como de los integrantes de los cuerpos deliberantes, con el argumento de que los venezolanos aún no estaban preparados para tales propósitos, por lo cual debía mantenerse el sistema de elección de segundo grado vigente
Incluso dentro de su propio partido hubo dirigentes y personalidades que se opusieron a tan decisión, entre ellos el escritor Mario Briceño Iragorry, quien con posterioridad escribiría que por influencia de Arturo Uslar Pietri, entonces “eminencia gris” de aquella gestión, jefe del partido oficialista, todopoderoso ministro y hombre de confianza del presidente, éste se rehusó a promover la reforma electoral que consagrara el voto directo, universal y secreto para elegir al presidente de la República y los cuerpos deliberantes, en ocasión de la reforma parcial de la Constitución Nacional, aprobada el 23 de abril de 1945. Casi tres meses después, recordaría el mismo Briceño Iragorry, cuando estalló la crisis por su sucesión el propio Medina Angarita mostraría su arrepentimiento por no haberlo hecho.
Tal era, ciertamente, un reclamo de sectores muy importantes de la opinión pública y fue, entre otras, la excusa fundamental para que Rómulo Betancourt, junto a otros líderes de AD, y una logia de militares jóvenes encabezados por los mayores Carlos Delgado Chalbaud y Marcos Pérez Jiménez, ejecutaran el golpe de Estado que derrocó al gobierno del general Medina Angarita el 18 de octubre de 1945.
Ahora bien, lo peor de todo aquello fue que en aquel momento el PDV era el partido que tenía el respaldo mayoritario de los venezolanos. Si se hubieran realizado las elecciones del presidente habría barrido, pues Medina Angarita y su gobierno tenían buena imagen y la mayoría de los medios de comunicación estaban a su favor. A estas alturas del tiempo, uno se pregunta por qué no se atrevieron a consultar a la gente, si gozaban de un amplio apoyo en todos los sectores de la población.
Esa actitud quedó en el haber negativo histórico del presidente Medina Angarita. Toda esta situación, como ya se dijo antes, desembocó en el golpe de Estado que lo derrocaría al poco tiempo, a pesar de que el entonces mandatario ya había presentado su candidato presidencial, Diógenes Escalante, entonces embajador en Estados Unidos y quien había servido eficientemente a Castro, Gómez, López Contreras y al propio Medina Angarita, y quien contaba entonces con el apoyo de AD, tal como le fuera comunicado en julio de 1945 por Betancourt y Leoni en un viaje expreso a Washington con tal propósito.
Por cierto que Diógenes Escalante fue un personaje sumamente interesante, que pudo haber sido presidente de Venezuela en 1931, 1941 y 1945. No pudo serlo en ninguna ocasión y por diversas razones. El general Gómez, como se sabe, nombró varios presidentes títeres, pues quien realmente mandaba era él como Comandante en Jefe del Ejército, cargo que siempre se reservó, de modo que quien ocupaba la presidencia de la República era un ordenanza suyo. Se dijo que en 1931 nombraría a Escalante, a quien hizo venir del exterior y citó para una entrevista en Maracay, pero la cosa no pasó de allí. Luego, en 1941 –como ya señalé antes–, el general López Contreras quiso designarlo su sucesor, pero los jefes militares se opusieron porque, si bien Escalante era andino (tachirense), no era militar y, por lo tanto, no cumplía con los dos términos de la ecuación para ser presidente entonces. Y en 1945 el general Medina Angarita también lo escogió para sucederlo e, incluso, convenció a la cúpula militar para que lo aceptaran, con el argumento de que si bien no era militar al menos era andino (tachirense).
Sin embargo, cuando todo presagiaba que por fin sería presidente, le sobrevino un colapso mental que lo incapacitó para el ejercicio del alto cargo. Medina Angarita tuvo entonces que buscar urgentemente otro candidato, el también tachirense y civil Ángel Biaggini, quien había sido su Ministro de Agricultura y Cría, pero ya era tarde pues a los escasos días se produciría el golpe de Estado que lo derrocó.
Visto a la distancia del tiempo, un período tan largo de 46 años como lo fue el de la Hegemonía Andina, arroja un balance histórico de cosas positivas y cosas negativas, tal como lo he intentado explicar en el transcurso de esta conferencia. Todavía habrá seguramente tiempo para que los historiadores sigan estudiando este ciclo de casi medio siglo, durante el cual por primera y única vez, creo, una región dominó al resto del país. Por supuesto que desde 1830 ha habido presidentes nacidos en diversas partes del país -y hay quienes dicen que también fuera de Venezuela-, pero nunca antes hubo una hegemonía como la andina durante tanto tiempo y de manera continua, con características y líneas de acción concomitantes.
Gehard Cartay Ramirez, fue gobernador electo del estado Barinas para el periodo 1992 – 1996 representando el otrora partido Social Cristiano COPEI.
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