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Gehard Cartay: Sobre acuerdos y negociaciones

Gehard Cartay Ramírez - Editorial Dahbar

GEHARD CARTAY RAMÍREZ

 

Si se quiere buscar una salida democrática y pacífica a la gravísima crisis que sufrimos los venezolanos lo lógico sería que aquella tenga el apoyo de la mayoría y se haga, por tanto, respetando la soberanía popular.

De no ser así, cualquier iniciativa que se instrumente no producirá resultados positivos, y menos si es adelantada por sectores minoritarios y con escasa representación popular. Lo afirmo a propósito de un documento dado a conocer sobre unas presuntas negociaciones promovidas por un sector que afirma ser de oposición y que contaría con la mediación del gobierno de un país del Oriente Medio.

Dos cosas agregaría sobre tal supuesto: en primer lugar, que no implica ninguna negociación al no aparecer la otra parte, en este caso el régimen; y, en segundo lugar, que pareciera ser una proposición simplista que no va al fondo del problema y menos a resolver el trance complejo que atravesamos los venezolanos. Lo digo porque las suyas no son las proposiciones que debería plantear una oposición de verdad ante la difícil situación del país en estos momentos, pues no van al meollo de la problemática y no abarcan en su plenitud las soluciones que demanda la misma. Y no agrego más al respecto visto que algunos de los mencionados proponentes han negado su participación en aquella iniciativa. Amanecerá y veremos…

Lo que sí hay que recordar es que este camino de “negociaciones” ya se ha trillado varias veces en estas dos largas décadas y nunca ha conducido a nada. Los pocos acuerdos logrados no se han cumplido como deberían ser y todo se ha reducido a “un tira y encoge”, sin resultados concretos ni cumplibles. Por eso los venezolanos se muestran escépticos al respecto y no creen que tales negociaciones puedan conducirnos a una solución real de lo que viene ocurriendo. Así de sencillo.

Sin embargo, nadie en su sano juicio podría negar la necesidad de dialogar y negociar la salida a un conflicto como el que sufre Venezuela. Aunque, insisto, la experiencia en esta materia ha sido, hasta ahora, frustrante y decepcionante. De modo que dudar que supuestas negociaciones en marcha puedan producir resultados positivos no es pesimismo, sino realismo. Tampoco es una posición extremista. Simplemente, resulta algo lógico en virtud de las tristes experiencias vividas hasta ahora.

Por eso mismo, cada vez que surge el tema en cuestión la gente recuerda siempre los precedentes. Aun así, el diálogo siempre sigue siendo un recurso necesario, a pesar de que su cultura fue abandonada desde 1999 y no forma parte de las prioridades del régimen.

Porque, insisto, ¿quién podría decir que dialogar y negociar no es un recurso necesario en estos momentos, si esa iniciativa podría significar la búsqueda de una solución a la tragedia que hoy sufrimos? ¿Y quién puede dudar ahora que la solución de la gigantesca crisis que padecemos debería pasar por una salida constitucional y democrática?

La urgencia de una salida como esa comienza, como resulta obvio, en el plano político y electoral y debería conducir a la sustitución del actual estado de cosas. Porque pensar que la crisis económica del país y de su aparato productivo nacional -tanto público como privado-, el alto costo de la vida, la hiperinflación, la especulación y la carestía, entre otros problemas, se van a resolver en una fulana “mesa de diálogo” es una mentira descomunal. Aquí los pañitos de agua tibia no sirven.

Hay que pensar en Venezuela y en los venezolanos, y no en minorías excluyentes, por muy poderosas que puedan ser. Hay que pensar más allá de las actuales contingencias, por encima de intereses de grupo o particulares, privilegiando el interés de todos y no el de unos pocos.

El país exige ahora mismo que pensemos en grande, como debe ser.

 

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