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Genaro Arriagada: Cuando el sistema político no funciona

En los próximos meses el país deberá decidir cuál va a ser la forma republicana que lo regirá por décadas. Lo hará cuando presencia el desplome de un sistema presidencial arrastrado por la anarquía gubernamental y parlamentaria que tiene como una de sus causas fundamentales la atomización del sistema de partidos.

 

A la pregunta de qué régimen político funciona mejor  –si presidencial, semi presidencial o parlamentario–  hay una respuesta que es una primera aproximación: ¡ninguno, cuando el sistema de partidos está gravemente enfermo!

Donde hay un sistema de partido único o sin partidos, no hay democracia, y lo que tenemos es una dictadura comunista, fascista o militar. Pero en la democracia, partidos enfermos pueden dificultar su funcionamiento hasta el extremo de hacerla colapsar. Tal es el resultado de un sistema de partidos caracterizado por su excesiva fragmentación, polarización, oposiciones irresponsables o prácticas políticas desleales o sucias.

Si consideramos uno sólo de esos factores, el número, Chile tiene una enfermedad que es una cifra tan alta de partidos que se hace casi imposible que la democracia pueda funcionar eficazmente. Es también el caso de Brasil que tiene 28 partidos con representación parlamentaria. Perú, cuya crisis en estos días nos conmueve, tiene 24 colectividades, de las cuales una docena con asientos en el Congreso. En Chile, en la Cámara hay 16 partidos con representación, a los que se agregan 20 diputados independientes que no obedecen a disciplina alguna que no sea su propia decisión, no obstante que la casi totalidad de ellos fueron elegidos en las listas de partidos o lo fueron como militantes para después renunciar a las colectividades que los habían presentado candidatos. Es cierto que cifras tan enormes los académicos las matizan reduciéndolas a lo que llaman “partidos efectivos”. Pero cualquiera sea la corrección, el pluripartidismo chileno figura entre los más altos del mundo.

Al diseñar un sistema político hay una pregunta esencial: ¿cuántos partidos va a tener? Ello plantea un dilema de hierro.  Mientras más amplio el número, mejor la representación. Ese es un término de la alternativa. El otro: mientras mayor la cifra, más difícil la gobernabilidad. La solución, como casi todo en la democracia, está en un punto intermedio. ¿De qué nos sirve un exceso de representación si ello conduce a la destrucción del sistema político o hace imposible gobiernos estables y eficientes? El pluripartidismo extremo es nefasto para cualquier sociedad y tiene su ejemplo paradigmático en la República de Weimar, que en sus quince años de vigencia tuvo trece Cancilleres, pavimentando el camino al ascenso de Hitler.  Ese mismo tipo de fragmentación destruyó la Tercera y la Cuarta Repúblicas francesas y está dañando hasta la exageración la democracia en Perú, Brasil o Chile.

Es necesario reducir el número de partidos de modo de hacer compatibles representación y gobernabilidad. La legislación electoral puede ayudar pero es absurdo creer que basta dictar una norma para lograrlo. El sistema binominal, no obstante 25 años de aplicación, fracasó en su intento de crear un bipartidismo. A su vez, la representación proporcional (RP) sin elementos que la corrijan, contribuye a una atomización del sistema de partidos. Sin embargo, la experiencia internacional es pródiga en mostrar medidas que pueden combatir el pluripartidismo extremo, sin afectar la democracia. Se trata de respetar la creación de partidos, garantizando la libertad de asociación; de establecer la RP, lo que favorece a los partidos menores; pero, a la vez, exigir un mínimo de votación nacional, comúnmente un cinco por ciento, para que una colectividad pueda tener representación parlamentaria, lo que es una decisión en favor de la gobernabilidad. Esta última medida, que ha funcionado en la Constitución alemana y en otras europeas, de aplicarse en Chile tendría el efecto de establecer no más de seis o siete partidos en el Congreso.

En los próximos meses el país deberá decidir cuál va a ser la forma republicana que lo regirá por décadas. Lo hará cuando presencia el desplome de un sistema presidencial arrastrado por la anarquía gubernamental y parlamentaria que tiene como una de sus causas fundamentales la atomización del sistema de partidos. Deberá considerar, además, que con 16 colectividades en el Congreso no habrá, tampoco, sistema semipresidencial o parlamentario que funcione. Cualquiera sea la opción que adopte, exigirá enfrentar  –conjuntamente– la crisis del sistema de partidos. No es exagerado decir que ahí está la madre de muchos males.

 

 

 

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