CorrupciónÉtica y MoralGente y SociedadJusticiaPolítica

George F. Will: Tal vez, sólo tal vez, la vergonzosa política de EE.UU. está tocando fondo

Un partidario del ex presidente Donald Trump el martes 4 de abril afuera de la corte de Manhattan, donde Trump estaba programado para ser procesado minutos más tarde. (Drew Angerer/Getty Images)

«Por los lugares que he visitado en este país», dijo el gobernador de Kansas Alf Landon, candidato presidencial de los republicanos en 1936, «he encontrado norteamericanos». Tiempo atrás, la nación rechazaba lo que ahora necesita: una política banal. Las vergüenzas de hoy -Donald Trump, sus fiscales adversarios, el tribalismo de ambos bandos- podrían ser un anticipo de las degradaciones que demuestran que no hay fondo en la política estadounidense.

Antes de que se derrumbe -como es probable que ocurra en el tribunal- el caso que el fiscal demócrata electo de Manhattan, Alvin Bragg, ha presentado contra Trump, un fiscal demócrata electo de Georgia podría intervenir. Y un fiscal federal está considerando la posesión por parte de Trump de documentos clasificados en Mar-a-Lago y su posible obstrucción a la investigación de los mismos. Trump podría pensar: Cuantos más, mejor. El martirio podría vender.

En «Three Felonies a Day» (Tres delitos al día), el libro de 2009 del libertario Harvey A. Silverglate sobre lo fácil que es en nuestra sociedad estar acusado de un delito grave, habla de un juego al que algunos fiscales juegan en privado: ¿Por qué delito podrían haber acusado, por ejemplo, a la Madre Teresa? Bribones como Trump estropean el juego, pero en el futuro habrá objetivos políticos menos obvios, y en algún lugar un fiscal electo -siempre una pésima idea- con una circunscripción tan roja como azul es la de Bragg podría estar tomando notas y haciendo planes.

El electorado republicano que participa en las primarias, aunque no invariablemente previsor, seguramente reconocerá que si Trump es el nominado republicano, su derrota en noviembre de 2024 es altamente probable: A una mayoría nacional de votantes le desagrada y detesta el caos que promete y provoca. Además, ¿hay alguien indeciso sobre él?

Trump, sin embargo, evidentemente cree, tanto como cree cualquier cosa, que es imposible que él -mártir y Superman- pierda en cualquier proceso no amañado. Así que, si es derrotado por la nominación republicana, su inagotable rencor podría motivarle a intentar condenar al candidato republicano. Si Trump insta a sus seguidores a no votar, un número suficiente podría obedecer como para llevar a la derrota a quienquiera que sea el nominado del partido que ha perdido el voto popular en siete de las últimas ocho elecciones presidenciales.

Los republicanos deberían intentar evitarlo presentando, antes del primer debate de candidatos en agosto, un abanico de aspirantes de su potente bancada. Por supuesto, es arriesgado dividir el voto no-Trump. Sin embargo, hoy es más arriesgado apostarlo todo, unos nueve meses antes de que Iowa inicie la selección de delegados, por una sola persona.

El gobernador de Florida, Ron DeSantis, se está definiendo a sí mismo antes de que sus rivales puedan definirlo, pero no en su propio beneficio. Parece inteligente pero desagradable, franco pero punzante, consumado pero incapaz de dar las notas de gracia políticas. También parece estar muy guionizado, quizá por buenas razones.

Sus errores no forzados incluyen describir la guerra de aniquilación de Rusia contra Ucrania como una «disputa territorial». Y apoyar la prohibición del aborto después de las seis semanas, es decir, antes de que las mujeres sepan que están embarazadas (¿está intentando perder el voto femenino en los suburbios, donde podrían decidirse las elecciones de 2024?) Y prometiendo, de forma ininteligible (véase el artículo IV, sección 2 de la Constitución), que «no ayudará» a ninguna extradición de Trump desde Florida.

En política, como en el béisbol, en el que destacó el joven DeSantis, los «jugadores AAAA» son los que sobresalen en la pelota AAA, la liga menor más alta, pero fracasan por encima de ella. Una campaña presidencial es un riguroso aprendizaje que DeSantis, aunque todavía no es un candidato anunciado, está, a menos de una milla del maratón, suspendiendo.

Puede ser que mejoren sus posibilidades. Sin embargo, ello no es inevitable. Tampoco lo es una campaña de reelección de Joe Biden aún no anunciada.

En gran parte debido al estado de ánimo generalmente dispéptico de la nación, la aprobación de la labor de Biden es la segunda más baja de cualquier presidente en este punto de un primer mandato en más de 30 años (la más baja ha sido la de Trump).   Es poco probable que mejore de repente. La creciente improbabilidad de un segundo mandato de Trump borra la principal razón de Biden para buscar la reelección. Esto le da la oportunidad de llevar a cabo algo cada vez menos frecuente: un acto de estadista que sane a la nación.

Rechazar presentarse de nuevo elevaría permanentemente la posición de Biden ante una nación ansiosa por pasar la antorcha a una nueva generación. Y le ahorraría a su reputación la mancha de la irresponsabilidad si, haciendo llave con una vicepresidenta manifiestamente no calificada, intenta ser presidente en la segunda mitad de su novena década.

El humor mordaz de John McCain le hizo decir que siempre es más oscuro el momento antes de que llegue una noche cerrada. Sin embargo, es posible que este momento tan bochornoso de la historia de Estados Unidos sea en realidad el más bajo, y que se produzca un rebote.

 

Traducción: Marcos Villasmil

===================================

NOTA ORIGINAL:

The Washington Post

 Maybe, just maybe, this is rock bottom for embarrassing U.S. politics

George F. Will

“Wherever I have gone in this country,” said Kansas Gov. Alf Landon, the Republicans’ 1936 presidential nominee, “I have found Americans.” Time was, the nation rejected what it now needs: banal politics. Today’s embarrassments — Donald Trump, his prosecutorial adversaries, the tribalism on both sides — might be a foretaste of degradations proving that there is no rock bottom in U.S. politics.

Before the jerry-built case brought against Trump by Manhattan’s elected Democratic District Attorney Alvin Bragg collapses, as it likely will in a courtroom, an elected Democratic prosecutor in Georgia might weigh in. And a federal prosecutor is considering Trump’s possession of classified documents in Mar-a-Lago and his possible obstruction of the investigation thereof. Trump might think: The more the merrier. Martyrdom might sell.

In “Three Felonies a Day,” civil libertarian Harvey A. Silverglates 2009 book about how easy it is in our law-clotted society to be accused of a felony, he tells of a game some prosecutors play in private: For what crime could they have indicted, say, Mother Teresa? Scofflaws such as Trump spoil the game, but in the future there will be less obvious political targets, and somewhere an elected prosecutor — always an awful idea — with a constituency as red as Bragg’s is blue might be taking notes and making plans.

The Republican nominating electorate, although not invariably farsighted, surely will recognize that if Trump is the Republican nominee, his November 2024 defeat is highly probable: A national majority of voters dislike him and hate the chaos he promises and delivers. Besides, is anyone undecided about him?

Trump, however, evidently believes, as much as he believes anything, that it is impossible for him — martyr and Superman — to lose in any unrigged process. So, if he is defeated for the Republican nomination, his inexhaustible spite might motivate him to try to doom the Republican nominee. If Trump urges his supporters not to vote, enough might obey to defeat whoever is the nominee of the party that has lost the popular vote in seven of the past eight presidential elections.

Republicans should try to avoid this by fielding, before the first candidates debate in August, an array of aspirants from their strong bench. Granted, it is risky to divide the non-Trump vote. It is, however, riskier today to wager everything, about nine months before Iowa begins the delegate selection, on one person.

Florida Gov. Ron DeSantis is defining himself before his rivals can define him, but not to his advantage. He seems intelligent but unpleasant, forthright but prickly, accomplished but incapable of political grace notes. He also seems tightly scripted — perhaps for good reasons.

His unforced errors include describing Russia’s war of annihilation against Ukraine as a “territorial dispute.” And backing a ban on abortion after six weeks, which is before women often know they are pregnant. (Is he trying to forfeit the female vote in suburbia, where the 2024 election might be decided?) And vowing, unintelligibly (see the Constitution’s Article IV, Section 2), that he will not assist any extradition of Trump from Florida.

In politics as in baseball, at which the young DeSantis excelled, “AAAA players” are those who excel in AAA ball, the highest minor league, but fail above that. A presidential campaign is a rigorous apprenticeship that DeSantis, although still not an announced candidate, is, less than a mile into the marathon, flunking.

His improvement might be possible. It is not, however, inevitable. Neither is a still-unannounced Joe Biden reelection campaign.

Largely because of the nation’s generally dyspeptic mood, Biden’s job approval is the second lowest of any president at this point in a first term in more than 30 years. (Trump’s was lower.) It is unlikely to suddenly improve. The increasing improbability of a second Trump term erases Biden’s principal rationale for seeking reelection. This gives him an opportunity to perform something vanishingly rare: a nation-healing act of statesmanship.

Declining to run again would permanently elevate Biden’s standing with a nation eager for the torch to be passed to a new generation. And it would spare his reputation the stain of irresponsibility if, running with a manifestly unqualified vice president, he tries to be president into the second half of his ninth decade.

John McCain’s mordant humor made him say that it is always darkest before it turns pitch black. However, it is possible that this acutely embarrassing moment in U.S. history actually is rock bottom, with a bounce coming.

George F. Will writes a twice-weekly column on politics and domestic and foreign affairs. He began his column with The Post in 1974, and he received the Pulitzer Prize for commentary in 1977. His latest book, «American Happiness and Discontents,» was released in September 2021.

 

 

Botón volver arriba