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Georges Simenon, comprender y no juzgar

El autor belga trazó en 'El puerto de las brumas' (1931) el magistral relato de un misterioso crimen en la Francia de provincias

Periodista, viajero, mujeriego y atormentado, Simenon sigue siendo un misterio pese a las biografías y las exegesis que se han publicado sobre su obra

En pueblo en la costa de Normandía, un canal en medio de la niebla, una taberna en la que los marineros beben grog, un crimen misterioso en la noche y Maigret con su sempiterna pipa son los ingredientes de ‘El puerto de las brumas’, la novela de Georges Simenon, publicada en 1931. Todo comienza en el Quai de Orfèvres, sede de la Policía Judicial, cuando un agente encuentra a un hombre en las calles de París sin papeles ni memoria. ¿Amnesia o locura? Varios días después, el desconocido es identificado como un ex oficial de la Marina Mercante.

Maigret decide acompañarle a Ouistreham, donde reside, para investigar lo que le ha sucedido. Su llegada desata una serie de acontecimientos sin explicación aparente, mientras el comisario intenta romper el muro de silencio de los habitantes. Una trama magistralmente desarrollada por el autor, que capta el asfixiante clima de una pequeña localidad en la que las rencillas familiares y un pasado oscuro gravitan sobre los protagonistas. Simenon, en estado puro.

Periodista, viajero, mujeriego y atormentado, Simenon sigue siendo un misterio pese a las biografías y las exegesis que se han publicado sobre su impulso creador. Escritor de éxito abrumador, nadie sabe en realidad quien era este ser solitario y huraño, adicto al sexo, que tuvo que sufrir al final de sus días el oscuro suicidio de su hija Marie-Jo. Cuando vivía en París en la década de los 70, me gustaba encaminar mis pasos por el bulevar Richard Lenoir hacia la plaza de los Vosgos, dos escenarios simeonianos.

En esa calle el escritor, nacido en Lieja en 1903, había situado el domicilio de Maigret, mientras que él había residido en esa bella plaza en sus tiempos de periodista. Me lo imaginaba detrás de una ventana, observando a las parejas sentadas en los bancos y a los perros husmear por los parterres.

A comienzos de los años 30, cuando escribió ‘El puerto de las brumas’, era un periodista bohemio que disfrutaba de los cabarets y la vida nocturna de la capital francesa, a la que se había trasladado al cumplir 19 años, huyendo del agobiante domicilio paterno. Poco después de publicar sus primeras novelas, se hizo amante de Joséphine Baker, mito erótico de la época. Se jactaba en su madurez de haber mantenido relaciones con cientos de mujeres.

Simenon escribió 192 novelas y vendió 500 millones de ejemplares, siendo el autor en francés con mayor difusión en todo el mundo durante más de tres décadas. Pese a ello, no han faltado los críticos que han incidido en la aparente simplicidad de sus trabajos y la reiteración de personajes que devienen en estereotipos. A mi juicio, es justamente lo contrario: la economía de medios y sus frases cortas son recursos que maneja para construir una narración ágil en la que no sobra ni falta un solo adjetivo.

Simenon es un genial recreador de ambientes de esa Francia rural de la primera mitad del siglo XX, en la que sus protagonistas son comerciantes, policías, abogados, médicos, jueces y burgueses de provincias que viven de forma rutinaria hasta que lo imprevisto saca a relucir sus frustraciones. Pocas cosas hay más placenteras que abrir una novela de Simenon en un viaje en tren o en una fría noche de invierno. La mayor parte de sus narraciones están escritas para ser leídas en pocas horas, lo que no desdice de su calidad y su interés. La gran creación de Simenon es el comisario Maigret.

Es un hombre tranquilo y perspicaz, de costumbres fijas, que resuelve los delitos a los que se enfrenta mediante la comprensión de las motivaciones. Maigret no busca pruebas, indaga en las profundidades del ser humano. Jamás juzga a los delincuentes porque sabe muy bien que la frontera entre un criminal y una persona honorable depende en muchas ocasiones del azar. «Comprender y no juzgar», decía con frecuencia Simenon.

Era una frase consecuente con su propia vida, llena de luces y de sombras. Sospechoso de haber colaborado pasivamente con los nazis durante la ocupación, inició en 1945 un largo periplo por Estados Unidos que duró siete años. En ese viaje, conoció a su segunda mujer, la canadiense Denise Quimet, con la que tuvo una relación tormentosa, marcada por los celos y el alcohol. Simenon murió en Lausana en 1989. Dicen que, gracias a la extirpación de un tumor en el cerebro pocos años antes de su fallecimiento, recuperó la lucidez y el buen humor que nunca había tenido. Tal vez, la personalidad de Maigret se apoderó de la suya, corroborando que la vida imita al arte.

 

 

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